Conocida entre los estudiantes y cinéfilos por su plano inicial, una obra maestra, un tour de force, del ritmo, el suspense, la puesta en escena y el control del tiempo, este policiaco a manos de Orson Welles es mucho más que un único plano brillante, y sobre todo, mucho más que una película serie B con factura elegante. En palabras de David Bordwell, lo más destacable de la película es el uso de “el espacio como una alegoría de la desorientación y lo grotesco”. O dicho de otra manera, una pieza genial en la que las imágenes no son imágenes en sí mismas, sino máquinas visuales construidas y al servicio de una idea mayor. Ese espacio, esa atmósfera viscosa, oscura, emponzoñada, filmada como solo Welles supo hacerlo, terminó por crear una marca de estilo que se repetiría en años posteriores en otras producciones de Hollywood, deseosas de manejar el espacio con la profundidad (y no solo de campo) del malogrado Orson.

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