Página web del FIJR – Festival Internacional de Jóvenes Realizadores de Granada (1-7 abril).

UN HOMBRE FIEL. Louis Garrel. Francia. 75 min. Con Louis Garrel, Laetitia Casta, Lily-Rose Melody Depp. SECCIÓN LARGOMETRAJES

En el guion de Un hombre fiel, firmado a cuatro manos por Jean-Claude Carrière y Louis Garrel, todo, según ha reconocido el propio director, está muy medido, pensado, pulido. Fruto de un intenso trabajo para encontrar la esencia de la historia, el film aparece despojado de cualquier elemento accesorio. También asegura el cineasta que la única conexión de esta película con la Nouvelle Vague es la utilización de la voz en off, un recurso narrativo al que sabe sacar el máximo partido y que dota al film de un aire de novela romántica epistolar. Parece algo más que una simple coincidencia que Jean-Claude Carrière fuera el responsable de la adaptación que Milos Forman dirigió de Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, en 1989. En Valmont, al igual que sucede en este largometraje, se plantea un triángulo amoroso con tintes trágicos, algo de humor e intrigas palaciegas. Y también existe en ambas películas una prueba de amor que se convierte en un juego, que pasa de ser divertido a cruel. Un hombre fiel, segundo largometraje del actor Louis Garrel tras las cámaras después de su interesante debut con Les deux amis (2015), apuesta de una manera decidida por la indefinición genérica: es una película romántica, que rompe los momentos más dramáticos de forma abrupta con la comedia y que utiliza el thriller para vertebrar su reflexión en torno a la paternidad.

Hasta la paternidad llega el film gracias a la introducción en el universo de los adultos de un niño que juega a ser un detective –cuando no va al colegio se pasa el día en una comisaría hablando con los policías–, y que es testigo del juego amoroso a tres bandas. De este modo, Garrel recupera el espíritu de Truffaut a la hora de ‘prestar’ al niño la mirada propia, para bien y para mal, de un adulto. Esta decisión abre dos nuevos e interesantes caminos para el film: su acercamiento a la inquietante dramaturgia del suspense al puro estilo de Alfred Hitchcock y también un punto de vista nuevo de las relaciones adultas. Hay que reconocer que en ese sentido Garrel y Carrière aciertan de pleno al acercar el tono de las intrigas propias de una corte al terreno de la sociedad actual. Una cuestión que reafirma y subraya la dimensión nada ortodoxa ni académica de esta propuesta fílmica. Fernando Bernal

TEATRO DE GUERRA. Lola Arias. Argentina. 82 min. Con Lou Armour, David Jackson, Rubén Otero, Sukrim Rai. SECCIÓN LARGOMETRAJES

Escritora, compositora, música, actriz, progrmadora, performer, directora de teatro y ahora también de cine, Lola Arias es una artista que abarca y (entre)cruza múltiples disciplinas. En ese sentido, Teatro de guerra es fiel a ese espíritu inquieto, experimental e inclasificable del que hace gala desde hace ya muchos años. Documental, ficción, ensayo, diario íntimo, apuesta performática, psicodrama… Todo eso y mucho más cabe en este híbrido que pendula entre lo lúdico y lo desgarrador. Así de desconcertante, fascinante y perturbador es este experimento que junta durante varias semanas a seis veteranos de Malvinas (tres que lucharon del bando británico y tres del argentino) para que compartan anécdotas, recuerdos e intenten revisar y escenificar algunos de los momentos más traumáticos vividos en 1982. Con la colaboración y fotografía de Manuel Abramovich, Arias propone a los ex combatientes distintas situaciones y consignas que van desde recitar y actuar como si fuera una obra de teatro hasta hacer movimientos típicos de ejercicios bélicos o de enfrentamientos en el campo de batalla. Los antiguos soldados son hoy jardineros, pintores (de paredes), agentes de policías, actores, escritores o carpinteros, pero las atrocidades de la guerra y el stress postraumático los han marcado para siempre. Entre ellos se vislumbra por momentos camaradería, solidaridad y comprensión y en otros indiferencia o incluso desconfianza y tensiones internas. También se preguntan en varios pasajes qué están haciendo en esta “película”.

Arias los filma con objetos personales (íntimos) de gran valor afectivo e incluye en este auténtico patchwork desde materiales de archivo e imágenes de refugios y trincheras tomadas en la isla hasta maquetas a escala, soldaditos, muñecos, mapas, portadas de revistas de la época. Habrá discusiones apasionadas, lecturas de cuadernos de memorias, comedia absurda y hasta momentos musicales cuando conforman una improvisada banda de rock. Todo vale (por más chocante, patético, ridículo o incómodo que pueda resultar) en esta película hecha desde la audacia, la provocación y la falta absoluta de prejuicios y convenciones. Teatro de guerra es teatro y es guerra, es artificio y es lo más genuino e íntimo que pueden ofrecer estos hombres que coquetearon con la muerte y la locura. Más allá de las distintas sensibilidades de los espectadores, se trata de un film que seguramente no dejará a nadie indiferente. Diego Batlle

OSCURO Y LUCIENTES. Samuel Alarcón. España. 83 min. SECCIÓN LARGOMETRAJES.

En la nueva película de Samuel Alarcón el artificio nos acerca a la resolución de un misterio histórico empeñado en demostrar que la realidad supera a la ficción. He aquí el increíble-pero-cierto caso del cráneo desaparecido de Francisco de Goya. Desde Burdeos, la ciudad que vio morir al artista aragonés, el director invoca situaciones que, pasadas por su filtro, pueden ayudar a resolver la engorrosa inecuación del cuerpo sin cabeza. Ahí entra la inconfundible voz de Féodor Atkine, omnipresente en la modulación de este cuento de hadas con filia por los relatos detectivescos. Cine de época que esquiva, de manera muy grácil, el (costoso) peaje de la ambientación. Así, escenas cotidianas carentes de sentido adquieren el estatus de piezas imprescindibles para resolver el rompecabezas. En los primeros compases, Oscuro y lucientes nos invita a remover la tierra desde el hoy para resolver el ayer. Y de vuelta a España, donde por lo visto (aunque ya lo sabíamos) queda mucho por cavar. En el plano físico, Alarcón nos recuerda al Mike Flanagan que está haciendo fortuna con las series: los gestos y las frases más banales (siempre en apariencia) son claves visuales para unir el antes con el ahora. Una cosa, nos guste o no, no existe sin la otra.

En lo espiritual, habría que darle la razón al Gustavo Salmerón director. La memoria histórica (ese problema), al menos en esta península, parece que sólo pueda resolverse a través del cine de género. Si las vértebras perdidas de Julita en Muchos hijos, un mono y un castillo convertían el asunto en una comedia macabro-costumbrista, aquí sucede lo mismo, pero con un ejercicio de intriga que tampoco siente alergia alguna por la risa. El affair de la calavera se convierte pues en una ingeniosa investigación en la que la comedia cae por la gravedad tanto de la materia tratada como de los sucesos que de ella se derivan, en lo que sólo puede definirse como una celebración de esa actitud (¿vital?) tan quintaesencialmente española. Goya, artista peleado con las corrientes políticas y tradiciones de su época, se exilió… y murió. Entre un punto y el otro, vio y pintó aquelarres y perdió la cabeza. Te tienes que reír. Más aún cuando te das cuenta de que Alarcón, siempre con la inestimable colaboración de Atkine, ha convertido a la pintura, a la fotografía y al cine en cómplices necesarios de la misma trama criminal. Llegados aquí, se permite hasta falsear pruebas. El arte, en todas sus formas, nos libra de la ignorancia y nos muestra la verdad… aunque por el camino dirija nuestra mirada hacia alguna que otra mentira. Víctor Esquirol

REUNIÓN. Ilan Serruya. España. 65 min. SECCIÓN VIBRACIONES

A unas pocas millas náuticas al este de Madagascar, aguarda una figura paterna con la que se ha perdido el contacto largo tiempo atrás, y claro, la misión del experimento consiste en entender el porqué de aquella separación, pero más aún el cómo de esa segunda oportunidad. Pantalla en negro y ruido abrasivo mecánico para ponernos en situación. El origen de dicho sonido aparece envuelto en el misterio por los límites impuestos a nuestros sentidos, pero cuando por fin podemos abrir los ojos, maldición, no conseguimos despejar dudas. Un chico se halla delante de un espejo y, tijeras en mano, intenta rebajar su volumen capilar. El problema trasciende lo físico y se asienta en lo espiritual. Es, seguro, esa inquietud; ese asunto por resolver que no se va a callar hasta que no llegue el carpetazo. Con todo esto en mente, se va Serruya (y nosotros con él) a aquella isla. Al aterrizar, se monta en un coche, asoma la cámara por la ventanilla y la pone a grabar. El resultado es un travelling lateral a alta velocidad, que convierte los rasgos del paisaje en una serie de líneas y colores. En una especie de tela que, lo averiguaríamos en breves instantes, servirá para cubrir lo que espera a continuación.

El hijo encuentra al padre, pero la catarsis no llega. Se sientan uno delante del otro. Les separa una mesa, pero en realidad hay mucho más. Silencio. Corte. Esa misma mesa, en ese mismo patio, con esas mismas personas ocupándola, pero visto todo desde un ángulo distinto. Silencio. Corte… y vuelta a empezar. Pero cuidado, cada vez que la cámara parpadea, han pasado horas, quién sabe si días. El reloj va avanzando a ritmo de calendario, pero parece que la escena no se desencalla. Hasta que el chico hace uso de aquella tela, y escapa. Lejos de aquella casa y de aquel hombre del que no se desprende nada, aguarda un mundo de maravillas naturales en el que refugiarse; tal vez, en el que comprender mejor lo que sucedía entre padre e hijo. Y ahí está el qué. De repente, los parajes volcánicos de aquella Reunión nos hablan de aquellas pulsiones volcánicas familiares. Así, entre idas y venidas, entre comidas y excursiones, transcurre la experiencia. Sin prisa, con los tempos marcados no por las exigencias artificiales de una película, sino por las necesidades del cuerpo. Un auténtico viaje en slowfilming en el que tanto la filmación como el posterior montaje se llevaron a cabo pensando, en parte, en dar al espectador el aire y tiempo necesarios para que él solo entienda qué está ocurriendo ahí. Víctor Esquirol

LETTERS TO PAUL MORRISSEY. Armand Rovira. 80 minutos. España. Con Joe Dallessandro, Xavi Sáez, María Fajula, Almar G. Sato, Saida Benzal.

Letters to Paul Morrissey se articula a través de cinco episodios de homenaje vídeo-epistolar de Armand Rovira (y Saida Benzal, coguionista del film) al director de títulos como Trash y Heat, que colaboró de Andy Warhol en la consecución de un hitos como Chelsea Girls. De lo que se trata aquí es de dialogar de forma figurada. De mandar mensajes (sin esperar respuesta) a través de la réplica (formal, mayormente) de aquellas sacudidas made in Velvet Underground. Sin interés por establecer vías de comunicación con los no-iniciados, Rovira reproduce la locura (o genialidad) de aquellos 16mm nacidos para provocar (o revolucionar) la experiencia cinematográfica, ya desde las bases supuestamente inamovibles de la proyección.

La multi-pantalla como multi-punto de vista en el que el espectador se ve obligado a elegir… del mismo modo en que un hombre, Udo Strauss, decide abandonar la decadencia consumista de su Berlín natal para abrazar la espiritualidad del Valle de los Caídos. La provocación pervive, como pervive la atracción experimental que sólo puede despertar el consumo de ciertas sustancias prohibidas. Lo que pasa es que esta sacudida llega ahora a nosotros como una cápsula temporal. Como el recuerdo de aquello que podría haber sido, pero que finalmente no fue. En su capítulo más inspirado, Rovira imagina la decadencia de una de las Chelsea Girls (suerte de reflejo anti-glamouroso de aquel Crepúsculo de los dioses), obligada a contratar los servicios de una agencia que promete amor a cambio de una módica cuota de alquiler. Es ahí cuando Letters to Paul Morrissey dialoga, ahora sí, con otros autores. Con Billy Wilder, claro, pero más bien con John Cassavetes, y con Chris Marker, y con Shinya Tsukamoto. En esta comunicación entre maestros, en estas carambolas temporales y geográficas, Rovira recobra la esperanza en la palabra (sin duda bien transmitida) de Morrissey. Víctor Esquirol

<3. María Antón Cabot. 62 minutos. España. Con Clementina Gades. SECCIÓN VIBRACIONES

Un documental no siempre enclaustrado en los límites de la no-ficción, <3 se propone plasmar todas las formas (y formatos) en los que se manifiesta el amor en los tiempos de Tinder. María Antón Cabot deambula por el Retiro madrileño y el observador/espectador se presta a ser observado. El amor ya tiene esto. La piel renuncia así a sus propiedades impermeables, y se potencian así los efectos transmisores del contacto humano. Tanto en sus tramos más formularios (construidos a base de entrevistas delante de la cámara, en las que la directora luce un muy reivindicable gusto por hacer hablar) como en sus momentos de escape filo-onírico, <3 se muestra siempre como un objeto cinematográfico que se siente a gusto en las distancias cortas. En la cercanía. Juventud desde la juventud. Conocimiento de causa por derecho natural. Confianza ilimitada a la hora de lanzarse a explorar y experimentar con esa misma fuerza incontrolable. Teddy Williams, para hacernos a la idea, anda por esos mismos parques. Al final, el círculo se cierra con una última mirada al espejo que, sorpresa, no devuelve el reflejo esperado. Narcisismo y fijación por el otro en un solo gesto: es la relación (de amor, claro) que mantenemos con esa entidad (la cámara, la pantalla) que todo lo capta… que todo lo deforma. Víctor Esquirol