Página web del Festival de San Sebastián (22-30 septiembre).

EX LIBRIS: THE NEW YORK PUBLIC LIBRARY. Frederick Wiseman. 197 minutos. Estados Unidos (2017).

El octogenario cineasta bostoniano Frederick Wiseman, infatigable retratista de la realidad norteamericana, invoca en su nueva película la memoria de dos de sus films recientes: In Jackson Heights, una aproximación al armónico cóctel de etnias y culturas que conviven en Queens, y At Berkeley, un estudio del funcionamiento de la prestigiosa universidad californiana. Ahondando en su sempiterno interés por diseccionar el funcionamiento de las instituciones, el director de Titcut Follies descubre en los entresijos de la Biblioteca Pública de Nueva York no sólo un ejemplo de ética aplicada al servicio público sino, sobre todo, un punto de encuentro para las diferentes sensibilidades y realidades que forman el multiétnico tejido social de la gran ciudad estadounidense. Como ocurría en Boxing Gym, el retrato incisivo, pero inevitablemente parcial, que construye Wiseman deviene una suerte de utopía yanqui.

En un momento clave de este documental de 197 minutos –en el que aparecen Elvis Costello y Patti Smith presentando sus proyectos literarios–, una arquitecta especializada en el diseño de edificios públicos reniega del concepto de la biblioteca como un recinto destinado a almacenar libros: “¡Las bibliotecas deben ser pensadas como edificios para la gente!”. Adoptando este lema como si se tratara de un mandato estético, Wiseman sitúa las hileras de libros en el trasfondo de las imágenes, mientras que el primer plano lo ocupan los niños que acuden a talleres, los mayores que hacen clases de baile, profesionales que ofrecen trabajo, miembros del equipo directivo (obsesionados con la responsable gestión de la revolución digital) o los trabajadores que atienden las demandas de investigadores y visitantes. Todo ello hilvanado como si se tratara de un discreto manifiesto sobre el valor del conocimiento como herramienta de progreso, y sobre la nobleza del compromiso individual con el bien común. Manu Yáñez

THE SQUARE. Ruben Östlund. 142 minutos. Suecia, Dinamarca, Estados Unidos, Francia (2017). Con Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West.

El nuevo largometraje del sueco Ruben Östlund (Play, Fuerza mayor) debe su título y su dimensión moral a una instalación de la artista argentina Lola Arias, en la que el “cuadrado” del título se presenta como un espacio utópico de convivencia cívica y paz social. En este ambicioso film, Christian (Claes Bang), un intelectual elegante y narcisista, es el nuevo director de un museo de arte contemporáneo. Un día, en plena calle, a Christian le roban el teléfono móvil y la billetera. Tras rastrear con un dispositivo GPS el paradero del móvil, planea recuperarlo adentrándose en un barrio periférico y obrero.

El film trabaja –con mayor presupuesto y más ínfulas– cuestiones ya transitadas por el director en sus anteriores films: las diferencias sociales, la hipocresía y el cinismo de la clase acomodada, el desapego emocional, la cobardía masculina, la incomunicación de una sociedad hipercomunicada (explorada a través de la viralización de un video políticamente incorrecto), los límites éticos frente a la libertad de expresión, la xenofobia y otras miserias de la Europa otrora opulenta y hoy en plena decadencia. El resultado es algo decepcionante porque, si bien mantiene el espíritu provocador, la creatividad y la capacidad de sorpresa de sus films anteriores, la manipulación, el sadismo y cierto regodeo en el patetismo de los personajes y sus situaciones hacen que el evidente talento de Östlund queda sepultado por una acumulación pretenciosa de performances (por momentos en la línea de su compatriota Roy Andersson) muchas veces extremas. Diego Batlle

L’AMANT D’UN JOUR. Philippe Garrel. 76 minutos. Francia (2017). Con Éric Caravaca, Esther Garrel, Louise Chevillotte.

Pese a la punzante melancolía que sigue recorriendo el cine de Philippe Garel, sus últimas tres películas –La jalousie, L’ombre des femmes y ahora L’amant d’un jour, todas en garreliano blanco y negro– parecen perfilar un giro hacia una relativa ligereza. Tocadas por una tendencia a la fuga, incluso a la precipitación de los acontecimientos, son películas que hayan en su pulsión cinética y su cadencia elíptica una forma idónea para la exploración del gran tema del director de La cicatrice intérieure: la volatilidad de las emociones y los sentimientos, la fulguración e inconsistencia connatural del deseo. Sólo a Garrel se le ocurriría emparentar, con un grácil y a la vez demoledor corte de montaje, una sonrisa cómplice, poscoital y adúltera, con el lloro desesperado de la mujer ultrajada.

L’amant d’un jour gira en torno de uno de los habituales triángulos garrelianos, esta vez formado por un padre (Éric Caravaca), su joven amante (Louise Chevillotte) y la hija (Esther Garrel, hija del director). Las interacciones de los personajes originan un muestrario de inseguridades, aflicciones y dudas, todo ello muy verbalizado. La poderosa fisicidad de la puesta en escena de Garrel cede aquí el protagonismo a la escritura y el montaje. Una estrategia que genera un cierto amontonamiento de los temas y las situaciones, dando lugar a una película algo rutinaria, en la que las figuras habituales del autor de Les amants réguliers –de la aflicción romántica al suicidio, pasando por el peso doliente de la consciencia histórica– surgen más por una obligación autoral que por un reclamo de la narración. Manu Yáñez

CLOSENESS (TESNOTA). Kantemir Balagov. 118 minutos. Rusia (2017). Con Atrem Cipin, Olga Dragunova, Veniamin Kac

Discípulo de Alexander Sokurov, Kantemir Balagov narra –más cerca del estilo de Rosetta, de los hermanos Dardenne, que del de su maestro– la historia de Ilana (Darya Zhovner), una joven de origen judío que trabaja como mecánica en el taller de su padre y trata de abrirse paso en medio de un contexto (los conflictos étnicos en el norte de Rusia) y una época (1998) muy difíciles. En la noche en que está a punto de casarse con David, el novio es secuestrado y los captores piden un pago para liberarlo. La comunidad en la que vive tendrá una reacción muy dispar frente al hecho. Más allá de sus excesos, su oscuridad y de esa solemnidad que es marca de fábrica del cine ruso, Balagov se muestra como un director dúctil y preciso a la hora de usar tanto la cámara en mano como los primeros planos para exponer las diferencias generacionales y el racismo y xenofobia que impera en su país.

Balagov, originario de Nalchik, abre y cierra el film en primera persona, ya que siendo niño fue de alguna manera testigo de los durísimos hechos ocurridos en esa región y que aquí intenta reconstruir. En este sentido, Balagov le dedica muchos (demasiados) minutos a imágenes de archivo de TV de la época sobre las matanzas en Chechenia. Diego Batlle

NO INTENSO AGORA. João Moreira Salles. 127 minutos. Brasil (2017).

Años después de la notable Santiago, el brasileño Joâo Moreira Salles presenta la sobresaliente No intenso agora. Con abundante material de archivo, se trata de una larga evocación de los años ’60, convulsionados con movimientos revolucionarios, durante los cuales toda una generación creyó que otro mundo era posible. Con imágenes tomadas por su propia madre durante un viaje a China realizado con un grupo de brasileños de la alta burguesía, asistimos al apogeo de la Revolución Cultural de la mano de Mao Tse Tung para, sin intervalo, pasar a las barricadas del Mayo Francés en Paris, cuando toda la juventud intelectual se unió a la clase obrera, alzada contra el orden establecido y luego sofocada por De Gaulle. Al mismo tiempo, la Primavera de Praga, donde había florecido una incipiente independencia, era reducida por la entrada de los tanques soviéticos.

Las imágenes de este ensayo son todas tomadas de films rodados por otros: noticieros, home movies, películas poco conocidas de la época, con un montaje poco convencional. Resulta muy impactante ver los diversos entierros que se llevan a cabo en Europa y Brasil de manifestantes muertos, símbolo del fracaso de la utopía. Y, sin embargo, el film refiere al agora, el ahora, que de cierta manera Moreira Salles vincula con aquel ayer, con melancolía, y cierta desesperanza. Josefina Sartora

THE DAY AFTER. Hong Sang-soo. 92 minutos. Corea del Sur (2017). Con Cho Yunhee, Ki Joabang, Kim Min-hee.

El film –rodado en blanco y negro en el invierno coreano– tiene como protagonista a un crítico literario y dueño de una pequeña editorial que se debate entre la desgastada relación con su impulsiva esposa, una vieja amante que desaparece un tiempo y una joven que ingresa como empleada a su empresa. Con pocos y largos planos secuencia, con el aporte de sus maravillosos intérpretes para sostener extensos diálogos entre comidas y alcohol, la película expone la inseguridad, las contradicciones (la cobardía) de este hombre rodeado por tres mujeres.

Como los grandes artistas, Hong hace fácil lo difícil. En tiempos de cine solemne, de cortes permanentes, golpes de efectos y mucha posproducción, su cine fluye con ligereza aun cuando los conflictos puedan hacer que los personajes –como en este caso– griten y lloren en varios pasajes. Dueño de un mundo propio y un estilo reconocible que ha marcado a muchos colegas (basta ver las últimas películas de Claire Denis y Philippe Garrel presentadas en Cannes para comprobarlo), Hong se posicionó, durante el último Festival de Cannes, como el antídoto perfecto frente al cine del sadismo y la crueldad que marcó la programación cannoise. Diego Batlle