Página web del Festival Internacional de Cine de Gijón (16-24 noviembre).

GRASS. Hong Sang-soo. 66 minutos. Corea del Sur (2018). Con Kim Min-hee, Jung Jin-young, Ki Joo-bong, Seo Young-hwa.

Concebida como la enésima iteración de “las variaciones Hong”, Grass funciona como una rigurosa película-bar poblada por trayectos existenciales, estupores románticos y divertidas borracheras. De nuevo en alianza con la actriz Kim Min-hee (Ahora sí, antes no; En la playa sola de noche, La cámara de Claire…), Grass recupera la coralidad que caracterizó las primeras películas de Hong, y una estructura fragmentaria con un alto sentido metaficcional, como si respondiera a la necesidad de negar cualquier lectura simplificada del relato. Min-hee en la piel de una escritora es en todo caso lo más próximo a un personaje protagonista en la película, que se sienta con su ordenador en un rincón del bar para cazar las conversaciones de las mesas vecinas y dar rienda suelta a su creatividad, a veces hasta intervenir directamente en los asuntos de los demás. La relativa insolencia de la que hace gala el personaje se asemeja a la relación que el film establece con el espectador, quien sin duda perderá el tiempo preguntándose en todo momento dónde está sucediendo lo que sucede (¿en la trama “mayor”, en la mente de uno de los escritores, en un relato dentro de otro relato, etc.?), como si realmente eso importara en el universo de Hong.

Por otra parte, el empleo de la música diegética (la que suena en el bar) adquiere en Grass una cualidad casi godardiana por el modo en que las escenas íntimas están puntuadas por composiciones épicas, sean de Wagner, Offenbach o Schubert, que parecen sonar al margen de texto y contexto. Todo ello para deleitarnos con una nueva variación sobre qué demonios es lo que pasa cuando hombres y mujeres se encuentran y reencuentran. Esta vez, un tono marcadamente melancólico se adueña del film, filmado en blanco y negro, acaso porque lo único que trata realmente de decirnos es que para seguir adelante sentimentalmente, y crecer como la hierba, hay que saldar deudas necesariamente con el pretérito. ¿Una película pequeña? Puede ser, pero muchas películas aparentemente grandes no le llegan a Grass, en términos creativos, ni a la suela de los zapatos. Víctor Esquirol

LA FAVORITA. Yorgos Lanthimos. 119 minutos. Irlanda, Reino Unido. Estados Unidos (2018). Con Olivia Colman, Emma Stone, Rachel Weisz.

Entre otras cosas, La favorita, la nueva película de Yorgos Lanthimos, demuestra que, en ocasiones, un cineasta necesita distanciarse de su zona de confort, de sus costumbres y latiguillos fílmicos, para encontrar la verdadera esencia de su obra. En su nuevo retablo sobre la incomunicación humana, el director de Canino y Langosta asordina alguno de los estilemas que le han convertido en uno de los más reputados enfants terribles del cine contemporáneo: adiós al quietismo de sus intérpretes, adiós a la declamación impersonal, adiós a las premisas surrealistas… Y, sin embargo, el nuevo trabajo del autor griego conserva intacta su apuesta por el distanciamiento, que aquí se despliega a través de un opulento y embriagador trabajo de puesta en escena que toma a Stanley Kubrick como padrino estético y espiritual. Entre suntuosos travellings, una estructura por capítulos, grandes angulares, sublimes y prolongados fundidos encadenados, efectos de ojo de pez y violentas panorámicas –puro derroche brechtiano–, el director de Alps construye una torrencial sátira social que parece hibridar los imaginarios de Barry Lyndon y Teléfono rojo: Volamos hacia Moscú, aunque el cinismo característico de Kubrick se ve aquí contaminado por el doliente y furioso sentido trágico de The Servant de Joseph Losey.

La acción de La favorita transcurre en el palacio de la Reina Anne de Inglaterra a principios del siglo XVIII, pero su historia de alianzas y traiciones adquiere una dimensión intemporal gracias a un inspirado trabajo con los anacronismos: las coreografías palaciegas las impone la Madonna de Vogue, mientras los diálogos parecen salidos de una comedia screwball de la era dorada de Hollywood, a gran velocidad, siempre al borde del precipicio del absurdo. La favorita explora la psicología de sus protagonistas (Emma Stone, Rachel Weisz y una monumental Olivia Coleman) de un modo relativamente tradicional, al margen del hermetismo que poblaba hasta la fecha el trabajo de Lanthimos. Una atención a las emociones de los personajes que permite la evolución de numerosas y fructíferas subtramas: de las múltiples seducciones a las negociaciones para prolongar o acabar con la guerra con Francia, de los complots y traiciones al descubrimiento progresivo de flaquezas y traumas. Así, La favorita termina brillando como una absorbente exploración de la búsqueda del amor, un severo estudio del modo en que unos anhelos primitivos son destruidos por una estructura social proclive a la corrupción política, la violencia social (¡habemus lucha de clases!) y una endiablada guerra de sexos en la que termina prevaleciendo el todos contra todos. Manu Yáñez

I DO NOT CARE IF WE GO DOWN IN HISTORY AS BARBARIANS. Radu Jude. 140 minutos. Rumania, República Checa, Francia, Bulgaria, Alemania (2018)

El rumano Radu Jude (autor de Scarred Hearts) continúa investigando el pasado de su país, en este caso la masacre que el ejército rumano acometió sobre los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, un genocidio que aún hoy sigue ocultándose. Una directora de teatro es comisionada para organizar la puesta en escena pública de hechos de la época y, cuando los funcionarios se enteran de que desea abordar este tema tan negado, todo se altera. Lo que el pueblo desea es expresar el rechazo al comunismo que le fue impuesto durante años por la Unión Soviética: todos los silbidos son para Rusia. En cambio, muy pocos conocen la verdad sobre el colaboracionismo con los nazis: del nazismo rumano no se habla. 

Con un registro cuasi documental, y múltiples citas, muy discursiva, en tono de comedia negra, y en largos planos, se discute el sentido y la utilidad de representar la masacre. ¿Se evitarían así otras masacres? La frase “Nunca más” en castellano es mencionada varias veces, no sin cierta ironía. Esta película mereció el premio mayor en Karlovy Vary. Al presentarla en el pasado Festival de Viena, el director advirtió que el público tal vez no estaría informado sobre el hecho histórico, pero lo mismo ocurre en su país. La fuerza del negacionismo parece trascender fronteras. Josefina Sartora

TARDE PARA MORIR JOVEN. Dominga Sotomayor. 110 minutos. Chile, Brasil, Argenina, Holanda, Qatar (2018). Con Demian Hernández, Antar Machado, Magdalena Tótoro.

Tarde para morir joven de Dominga Sotomayor deja el hoy para ir hacia el ayer, hacia la obra anterior de la joven cineasta chilena –la película ha sido definida como una secuela espiritual de su ópera prima, De jueves a domingo–, y hacia su propia vida: en la rueda de prensa del film en el Festival de Locarno, el carácter autobiográfico de la propuesta pasó de sospecha a confirmación en respuesta monosilábica… La acción del film transcurre en un espacio concreto y en un tiempo aún más determinado, pero remite a cualquier lugar y a cualquier época. Diciembre de 1989, por ejemplo. Aprieta el calor del verano austral. En la periferia rural de Santiago de Chile, una comunidad de amigos o familiares parece ajena a los cambios que está experimentando su país… y aun así, todo está cambiando entre sus miembros.

Unos meses antes, el pueblo censado votó en referéndum plebiscitario que Augusto Pinochet debía abandonar el poder. Un año antes, el mundo oía por primera vez los acordes del éxito pop Eternal Flame. Y resulta que una efeméride está directamente ligada a la otra. En este encuentro de mareas teóricamente irreconciliables se mueve la protagonista de esta historia, no una chica, sino más bien una juventud que está cogiéndole el gusto al aprendizaje vital. Ni niñas ni mujeres; ni chiquillos ni hombres. Los personajes centrales de esta historia llaman pero no atraviesan las puertas de la edad adulta. Un trayecto en moto, una calada a un cigarrillo, una respuesta fuera de tono… Es el placer incomparable e irrepetible de las primeras veces.

Los aires de libertad que emanan de la ciudad se reciclan en el viento y los ríos que recorren la geografía revisitada por Sotomayor. Prácticamente todo en su película brota y fluye con la misma naturalidad: una madre se acerca a su hija y le muestra un cuadro que ha pintado ella misma. La obra de arte queda expuesta en la intemperie, y es tapada por la sombra cambiante del follaje de un árbol vecino. Una imagen estática es abrazada por otra en perpetuo movimiento. Del mismo modo, los recuerdos se descongelan y se mueven. Como si fuera ayer. Es el milagro de la atemporalidad, conseguido éste mediante alquimia cinematográfica. Víctor Esquirol

HOTEL BY THE RIVER. Hong Sang-soo. 96 minutos. Corea del Sur (2018). Con Joo-Bong Ki, Min Hee Kim, Kwon Hae-hyo, Song Seon-mi.

En Hotel by the River nieva mucho, tanto que el suelo queda completamente cubierto de blanco. Cuando por fin se despeja el panorama y sale el sol, esta especie de lienzo por pintar se hace infinito. Momentos después, un poeta explica a sus hijos que se debe tener la cabeza tanto en la tierra como ahí arriba. De esto va Hotel by the River, de reunirse con seres queridos para despedirse. El viejo artista convoca a sus vástagos sin dar demasiadas explicaciones, más allá de una ubicación misteriosa: la de un pequeño hostal a orillas de un río, enclave limítrofe entre las dos Coreas. Mientras no llegan los hijos, dos mujeres acongojadas (una de ellas, Kim Minhee) se dan cita en una habitación del mismo establecimiento. Y por fin llegan los hijos (uno de ellos, por cierto, director de cine)… sólo para descubrir a una figura que se apaga, un padre cansado de los engaños, del dolor infringido y del sufrido, de los corazones rotos.

Para comprender el alcance de Hotel by the River, resulta pertinente rememorar las revelaciones de Grass, el anterior trabajo de Hong, donde las borracheras dejaban de tener gracia, y las conquistas, amigos y otros satélites se convertían en fantasmas. Pues bien, en Hotel by the River el río sigue avanzando por estos cauces. El blanco y negro adquiere un tono funesto que se va ennegreciendo a cada nueva línea de diálogo. Los gags recurrentes, así como las expediciones etílicas a horas intempestivas, no buscan el alivio cómico, sino reafirmar la autoría. En Hotel by the River, la figura del cineasta surcoreano se manifiesta más desdoblada que nunca: sus alter egos aparecen por todas partes. Y el cuadro en el que todos conviven se fractura gracias a los habituales zooms de Hong. Donde antes había intercambio de ideas y de impresiones que respondían a una misma concepción (¿o aceptación?) de la realidad, ahora impera la confrontación. Hong habita entre las dos Coreas, entre la orilla y el río, entre el cielo y la tierra, entre el amor y el desamor, la vida y la muerte. Siempre en tránsito hacia lo que se esconde detrás de la etiqueta “crepuscular”; hacia una casilla de “Fin” que, no sin razón, asusta. ¿El fin del amor como fin de la vida? Lo insinuaban las formas cinematográficas; lo aclaraba la carga simbólica del texto. A través de esto último alcanza la trascendencia Hotel by the River. Víctor Esquirol

YARA. Abbas Fahdel. 101 minutos. Líbano, Irak, Francia (2018). Con Michelle Wehbe, Elias Freifer, Mary Alkady.

Tras avasallarnos con el inmenso documental Homeland (Iraq Year Zero), Abbas Fahdel parece darse un descanso de la no-ficción. La irrenunciable gravedad en la que se movía aquel “antes y después” de la invasión americana de su país natal da paso en Yara a una exploración de la joie de vivre impregnada de resonante humanismo. En un remoto valle de Líbano –antaño rica, prolífica y abundante morada de una minoría cristiana–, campa a sus anchas la chiquilla que da nombre al film. Una joven que vive con su abuela, y que ocupa sus días entre juegos varios y el cuidado de un rebaño de cabras. La geografía del lugar, marcada por el carácter inaccesible de buena parte de los caminos que articulan la región, ha lastrado la prosperidad de la comunidad, pero a la vez se ha erigido en muro infranqueable para el progreso.

El ritmo al que se suceden los quehaceres de Yara nos hablan de un reposo y de un respeto hacia el entorno que llevaban largo tiempo desterrados de nuestras vidas. La observación de esta vida por parte de Fahdel se hace eco de estas mismas virtudes. En ocasiones, el objetivo flirtea con el efecto ojo de pez, como si la panorámica quisiera estirarse aún más, para así captar (y abrazar) todo lo que este territorio, y sus gentes, pueden ofrecer. En cierto sentido, Fahdel no renuncia al oficio de documentalista. La historia que nos cuenta está guionizada y su protagonista está inventada, pero tanto una como la otra surgen, de forma natural, de una realidad a reivindicar. Lo atípico del estudio etnográfico adquiere tintes de coming of age, condicionado por las necesidades del cuerpo, y no por los tics dramáticos de la ficción. Prohibidas esas notas de piano de fondo que enfaticen el dolor; la única banda sonora posible aquí es la del sonido ambiente. Otro estímulo sensorial que despierta las ganas de reconciliarnos con tiempos más sencillos. Víctor Esquirol