Página web del D’A Film Festival 2018

LEAN ON PETE. Andrew Haigh. 121 minutos. Reino Unido (2017). Con Travis Fimmel, Steve Zahn, Chloë Sevigny

La cuarta película del director de Weekend y 45 años supone su primera incursión en el paisaje y la cultura norteamericanas, en concreto, la cara marginal de Portland, Oregon. Allí comparten un cochambroso apartamento Charley (Charlie Plummer, todo un descubrimiento) y su mujeriego padre. Arrastrado a la ociosidad por la falta de estímulos, Charley ve la luz cuando empieza a trabajar para Del (Steve Buscemi), un cuidador de caballos de carreras de segunda fila. Parece que a Charley se le abre un horizonte de sosiego, pero la tendencia del padre a meterse en líos romperá esta utopía serena. En un momento determinado, el joven Charley, de solo 16 años, decide lanzarse a la carretera en busca de paz y libertad acompañado del caballo Lean on Pete; un territorio, el de la road movie, nuevo y hasta cierto punto ajeno a Haigh. Una distancia que permite al inglés abordar el imaginario y los paisajes yanquis de un modo original.

Lean on Pete asordina el contenido épico y romántico del clásico relato de iniciación yanqui, como si se tratar de un Colmillo blanco en miniatura o un En la carretera sin euforia. La propia dirección del viaje, de Oeste a Este, contradice el sentido de la conquista de nuevas tierras y libertad que subyace en el imaginario estadounidense: una disposición a contracorriente de la que tiene mucha culpa Willy Vlautin, el autor de la novela en la que se basa el film. Cabe destacar que la relación de Charley con su caballo remite a Kess, el segundo y mejor film de Ken Loach. Mientras que, del lado de lo problemático, algunos giros dramáticos, más propios de lo novelístico que de lo fílmico, no terminan de ajustarse a la sutilidad de Haigh. En su cuarto largometraje, el británico se confirma como un director que controla a la perfección todos los resortes del naturalismo psicológico. Como en Wendy and Lucy de Kelly Reichardt, aquí tenemos a un personaje que va perdiendo sus pequeñas posesiones y vínculos con lo social; sin embargo, existe todavía un largo trecho entre la sabiduría cinematográfica de la directora de Old Joy –en cuyo cine la realidad parece siempre un territorio virgen para el tránsito misterioso y orgánico de sus personajes– y el talento dramatúrgico de Haigh, en cuyo cine se percibe la mano de un cineasta que necesita controlar con mano firme el destino del relato y sus personajes. Manu Yáñez

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MADAME HYDE. Serge Bozon. 95 munitos. Francia, Bélgica (2017). Con Isabelle Huppert, Romain Duris, José Garcia.

Isabelle Huppert está literalmente en llamas en Madame Hyde. Uno podría haber usado el término “on fire” para definir la actualidad de la magistral actriz francesa y la verdad es que, tras Elle y El porvenir, ella continúa en estado de gracia, pero lo concreto es que en pantalla su cuerpo aparece en varios momentos encendido cual antorcha humana. Madame Hyde, otra delirante apuesta como director de Serge Bozon, tiene a Huppert como una profesora de física odiada y objeto de todo tipo de burlas por parte de sus estudiantes en una secundaria técnica de los suburbios. Una inesperada descarga eléctrica durante un experimento en un contraturno le otorgará poderes especiales y esa metamorfosis cambiará no sólo su gris existencia sino también la de algunos de sus alumnos, que representan la diversidad étnica en la sociedad de ese país.

Este guion coescrito por el realizador de La France y Tip Top, junto a Axelle Ropert, es una muy libre, contemporánea y feminista transposición del clásico de Robert Louis Stevenson (con algo también del mito de Frankenstein) en la que, además de Huppert (cuyo personaje se apellida no por casualidad Géquil), se luce Romain Duris como el no menos excéntrico rector del colegio. Bozon –un ex profesor de filosofía que en el trasfondo propone una mirada despiadada sobre el estado de la enseñanza en la educación pública– huye del facilismo del gag (hay algo del cine del argentino Martín Rejtman en la propuesta) y, aunque su película en muchos pasajes divierte de forma genuina, hay situaciones que pueden frustrar o incluso irritar a un público ávido de conflictos más clásicos, pero precisamente en la audacia, la irreverencia, la insolencia y la provocación se sustenta un estilo tan propio como reconocible. Diego Batlle

DISOBEDIENCE. Sebastián Lelio. 114 minutos. Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos. Con Rachel McAdams, Rachel Weisz, Alessandro Nivola.

Hay un romance prohibido entre dos mujeres en el centro de la trama de Disobedience, pero no es el amor, ni el sexo, el tema central de la película. La libertad para elegir qué hacer con la propia vida es el punto fuerte del debut en inglés del director chileno Sebastián Lelio (director de Gloria y la recientemene oscarizada Una mujer fantástica) con la adaptación de la novela de Rebecca Lenkiewicz. Las mujeres que se aman desde la adolescencia son Ronit (Rachel Weisz) y Esti (Rachel McAdams). El regreso de Ronit a la comunidad judía ortodoxa de Londres en la que ambas se criaron reaviva ese romance que tuvo efectos distintos en cada una. Ronit, hija de un rabino admirado por todos, eligió mudarse a Nueva York, cambiarse de nombre, convertirse en fotógrafa, no casarse y no tener hijos. En cambio, Esti se quedó y se casó con Dovid (Alessandro Nivola), amigo de ambas de la infancia y discípulo del rabino.

Nada es de resolución fácil en Disobedience. Ronit intenta reconciliarse con su pasado y con una parte de su identidad, sus orígenes, de los que renegó y a los que ahora no parece tener acceso. Esti lucha con su deseo y no sabe cómo dejar de conformarse y vivir una vida plena. Uno de los mayores logros de la película es el modo en que muestra el precio a pagar por gozar de una plena independencia, al tiempo que ensalza sin complejos esa misma noción de libertad personal. La desobediencia del título no se refiere sólo a la afrenta que el amor de estas mujeres significa para sus creencias religiosas sino también a una mucho peor: la de ignorar los propios anhelos. María Fernanda Mugica

L’AMANT D’UN JOUR. Philippe Garrel. 76 minutos. Francia (2017). Con Éric Caravaca, Esther Garrel, Louise Chevillotte.

Pese a la punzante melancolía que sigue recorriendo el cine de Philippe Garel, sus últimas tres películas –La jalousie, L’ombre des femmes y ahora L’amant d’un jour, todas en garreliano blanco y negro– parecen perfilar un giro hacia una relativa ligereza. Tocadas por una tendencia a la fuga, incluso a la precipitación de los acontecimientos, son películas que hallan en su pulsión cinética y su cadencia elíptica una forma idónea de exploración del gran tema del director de La cicatrice intérieure: la volatilidad de las emociones y los sentimientos, la fulguración e inconsistencia connatural del deseo. Sólo a Garrel se le ocurriría emparentar, con un grácil y a la vez demoledor corte de montaje, una sonrisa cómplice (poscoital y adúltera) con el lloro desesperado de la (otra) mujer ultrajada.

L’amant d’un jour gira en torno de uno de los habituales triángulos garrelianos, esta vez formado por un padre (Éric Caravaca), su joven amante (Louise Chevillotte) y la hija (Esther Garrel, hija del director). Las interacciones de los personajes originan un muestrario de inseguridades, aflicciones y dudas, todo ello muy verbalizado. La poderosa fisicidad de la puesta en escena de Garrel cede aquí parcialmente el protagonismo a la escritura y el montaje. Una estrategia que genera un cierto amontonamiento de los temas y las situaciones, dando lugar a una película algo rutinaria, en la que las figuras habituales del autor de Les amants réguliers –de la aflicción romántica al suicidio, pasando por el peso doliente de la consciencia histórica– parecen surgir más por una obligación autoral que por un verdadero reclamo de la narración. Manu Yáñez

TA PEAU SI LISSE. Denis Côté. 85 minutos. Canada, Suiza, Francia (2017). Con Jean-François Bouchard, Cédric Doyon, Benoit Lapierre.

Ta Peau si lisse es un documental (con varios momentos que flirtean con la ficción) sobre seis culturistas de distintas edades que viven en la zona de Montreal, pero con un objetivo en común: conseguir un cuerpo perfecto. Sin testimonios a cámara ni comentarios del realizador, con apenas unos pocos diálogos casuales, vemos cómo esos auténticos gladiadores modernos, esos gigantes gentiles que son Jean-François, Ronald, Alexis, Cédric, Benoît y Maxim trabajan cada centímetro, cada músculo de su cuerpo en esforzados entrenamientos, siguiendo una rigurosa dieta y tomando unas cuantas pastillas diarias.

Uno de ellos es luchador, otro ya está demasiado viejo para las competencias y se ha reciclado como entrenador, otro es también una suerte de gurú espiritual de los masajes y los trabajos energéticos… Finalmente, los seis parten juntos a una suerte de bucólico y entrañable campamento en la naturaleza salvaje y el director de películas como Curling (estrenada en Locarno 2010) y Vic + Flo ont vu un ours consigue que cada toma logre fascinar al espectador. Como era de esperar en manos de este siempre sorprendente cineasta, Ta Peau si lisse no es para nada lo que podía esperarse sobre un tema como este. Côté lo ha vuelto a hacer. Diego Batlle

COLO. Teresa Villaverde. 136 minutos. Portugal, Francia (2017). Con João Pedro Vaz, Alice Albergaria Borges, Beatriz Batarda.

En Colo de Teresa Villaverde se intenta retratar una cierta subjetividad líquida de nuestro tiempo, pero atendiendo al contraste generacional y bajo el sentimiento dominante del vacío (ni siquiera existencial). La adolescente de Colo, y también sus padres, transitan Lisboa sin encontrar arraigo y sentido. Las características proezas formales de Villaverde están más contenidas en esta ocasión, pero se alcanzan a divisar en algunas escenas, como en aquellos planos escalonados en los que se pueden apreciar la soledad y la fragilidad de los personajes observándolos desde un punto flotante del espacio mientras se mueven en sus cuartos mirando por la ventana. Roger Koza