Violeta Kovacsics

Hay que tener mucha confianza en uno mismo para titular una primera película “El nacimiento de una nación”. Es el caso del actor Nate Parker, que debuta en la dirección con la traslación a la pantalla de la historia de Nat Turner, un esclavo que, en 1831, lideró una revuelta contra el hombre blanco, una adaptación que aspira a servir, en cierta manera, de contrapunto o respuesta a El nacimiento de una nación de Griffith.

The Birth of a Nation de Parker despliega un sinfín de puestas de sol, deja que la luz se apodere de la imagen, y busca constantemente una suerte de epifanía divina. De hecho, el tema de la religión no es baladí, sino la espina dorsal de una película que relata la fe ciega del protagonista en los dictados de la biblia, su resignación tan cristiana y, finalmente, su comprensión de que había estado malinterpretando la palabra de Dios. Sin embargo, lo peor del filme de Parker no es su insistencia en enlazar la lucha de su protagonista con los mandatos divinos. El problema principal está en la forma, excesivamente clásica, esencialmente manipuladora. Parker busca constantemente el drama, la emoción, a través de herramientas tan clásicas como el plano contraplano. Es curioso: Parker pretende arremeter contra la ideología del filme fundacional de Griffith, pero lo hace con las mismas herramientas que institucionalizó el autor de Intolerancia. Demuestra así, entre otras cosas, que no entiende que en la forma está la ideología.

En este sentido, me gustaría recuperar las maneras de Spike Lee en Chi-raq, una de las mejores películas de este 2016 que ya termina, un filme que se aleja de la narrativa que ha predominado en el cine y en la industria americana. El lenguaje de Chi-raq es novedoso, como lo era también el de Haz lo que debas. Chi-raq es música, es kitsch, es sensiblería, es ritmo, sensualidad, colores, baile. Es una película política, por su tema y por su forma.

Por último, un detalle. En una de las escenas de The Birth of a Nation, la cámara se posa sobre el rostro de un hombre que espera, con dos de sus compañeros, a que su mujer salga de la casa de un hombre blanco. El momento resulta significativo. Según la puesta en escena, es él quien está siendo deshonrado. O, al menos, esto es lo que importa, que un hombre (blanco) pueda tomar a la mujer de otro (negro). Sin duda, la escena no define el filme de Parker, pero sí que pone en evidencia el doble rasero ideológico que la serie American Crime Story: The People vs. O.J. Simpson relató con hiriente eficacia: la distancia entre la lucha negra y la feminista. Sin embargo, si en la serie sobre el que fue llamado juicio del siglo esto se manifiesta con sentido crítico, en The Birth of a Nation se cae, con una naturalidad pasmosa, en los lugares comunes del rol y de la objetualización de la mujer en el cine.

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En la pequeña sala del cine Ambassador, tres chicas llegan dispuestas a ver A Woman in Revolt. Es 25 de noviembre. Dicen que vienen de algún tipo de manifestación. Se hacen un selfie. Comen palomitas. Detrás de ellas, tres mujeres, amigas, se sorprenden ante el primer plano de la película de Masao Adachi: el de una mujer mayor, que descubre su pecho. “¿Qué es esto?”, pregunta una de ellas. Seguramente, pocos festivales tienen un público tan diverso, tan abierto a lo nuevo y a lo incierto, como el de Mar del Plata, donde las proyecciones generan un debate sin fin, donde se llena la sala para ver la más radical de las propuestas.

La escena de apertura de Women in Revolt delimita perfectamente los postulados de la película, en la que la matriarca de la familia insta a su futura heredera a comprender, antes de aspirar a cualquier legado, que “cuando una mujer entiende que está sola en el mundo, entonces puede conquistarlo”. La transgresión se refleja también en la propuesta estética. Adachi filma a una joven pareja retozando por orden de la matriarca de la familia, que les observa en la cama de al lado. La imagen comienza a balancearse, como si el plano fuese en realidad un reflejo en un espejo que se mueve de un lado al otro, como si todo fuese una pesadilla. El discurso político encuentra así el cine de vanguardias. Si The Birth of a Nation muestra la cara más adormecida del cine con pretensiones políticas, la obra de Masao Adachi, a quien el festival de Mar del Plata dedica un suculento homenaje, representa un vínculo estrecho entre la imagen, la belleza, lo estético y lo revolucionario.

En 1974, Adachi se unió al Ejército Rojo japonés. Antes, entre finales de los sesenta y principios de los setenta filmó, entre otras, Female Student Guerrilla, en la que cinco adolescentes escapan a la montaña como protesta contra el régimen de la escuela. La película dispone algunas cuestiones esencialmente contemporáneas: la voluntad de revelarse contra la autoridad, la igualdad entre hombres y mujeres, el poliamor, y la necesidad de volver, de alguna manera, a un lugar primitivo, natural. De la mano de un soldado que se ha vuelto loco, Adachi lleva este sexploitation de guerrilla al límite, explicitando y mezclando la violencia con la sexualidad, en un ejercicio estético en el que el blanco y negro da paso a algunos pasajes en color. En un momento, se ve por ejemplo la bandera que las estudiantes han izado: con un círculo recortado en medio, roja, como la regla que tiene una de las protagonistas, que alude precisamente a la bandera nacional. El paisaje, de rocas escarpadas, cascadas y riachuelos, devuelve a los personajes a un lugar original. El lugar resulta fundamental y anticipa la importancia del espacio en A K A Serial Killer, la película que Adachi filmó en aquella misma época, un retrato político de un asesino en serie a través, únicamente, de los espacios que este habitó.