Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)
Tras presentar hace dos años La maternal, por la que la joven Carla Quílez obtuvo la Concha de Plata a la mejor interpretación, Pilar Palomero retorna a la Sección Oficial a concurso del festival con Los destellos, su tercer largometraje, y el primero que parte de un texto ajeno. La cineasta adapta el relato de Eider Rodríguez, Un corazón demasiado grande, publicado en 2017, que por su planteamiento la aleja también del universo adolescente y las problemáticas que lo rodean, que estaban presentes en su anterior trabajo y también en su ópera prima, Las niñas(2020), con la que se dio a conocer tras una interesante etapa como cortometrajista.
La directora, que fue alumna de la escuela Film Art, que Béla Tarr fundó en Sarajevo, no se limita a trasladar a imágenes las palabras del relato, sino que lo toma como punto de partida para hacerlo suyo y apropiarse del alma de sus personajes, y así construir un guion que se va desplegando con sutileza y con pulso reposado sus intenciones. La primera decisión que tomó al escribir el guion fue trasladar la historia de Hendaya a Horta de Sant Joan, en Tarragona. Esta localidad catalana es el lugar de origen de su familia, también donde ella ha pasado períodos de su vida y de la que guarda recuerdos y emociones. Esta memoria sentimental y su propia experiencia personal atraviesa por completo el alma de Los destellos y determina su tono sinceramente melancólico y de profunda hondura dramática, en el que su apuesta por el naturalismo no resulta en ningún momento impostado.
El film supone un importante paso adelante en la trayectoria de Palomero, un deseo por adentrarse en cuestiones complejas, y hacerlo desde la emoción sentida y, muy especialmente, de las imágenes bañadas por la luz de los espacios naturales y de los reflejos en los interiores, para lo que ha contado con la complicidad de Daniela Cajías, directora de fotografía de su película de debut y de otras obras como Alcarràs (2022). Esa fuerza de la luz impregna por completo una historia que, aunque resulte contradictorio, tiene la presencia de la muerte como un elemento central. El drama está protagonizado por una mujer, Madalen, interpretada por Patricia López Arnaiz, cuya hija (Marian Guerol) le pide que cuide de su exmarido (Antonio de la Torre), un escritor “con mucha literatura escrita y poca literatura vendida” que sufre una enfermedad terminal. Llevan quince años separados, los lazos de unión entre ellos se han desprendido, pero decide acompañarlo en lo que pueden ser sus últimos momentos.
Con este material, Palomero despliega una narración en la que sitúa en primer plano el tema de los cuidados. Cuidar a otra persona, pero también cuidarse a uno mismo o aprender a dejarse cuidar, algo que en ocasiones resulta extremadamente difícil, como demuestran los protagonistas del film. Pero también habla del perdón, del paso del tiempo y de la complejidad de las relaciones de pareja y familiares. Con una planificación que hace de su sencillez y rigor sus grandes valores, la cámara siempre aparece atenta a los detalles mínimos –como la emoción de ver cómo la luz de sol ilumina un limonero que se encuentra en el salón del protagonista–, abrazando con cariño y sumo respeto a los protagonistas. En un notable hallazgo de dirección, Palomero consigue entrar en la intimidad de sus criaturas sin dar la sensación de invadirla sin pudor. Por eso las caricias y los gestos se sienten tan profundos y emocionantes como las palabras que se escuchan, que muchas veces se explican mejor a través de los silencios.
Como en las anteriores obras de la cineasta, aquí la ficción también aparece horadada por lo real, que se manifiesta a través de la presencia de un grupo de médicos que se dedica a ofrecer cuidados paliativos a enfermos. Durante uno de sus encuentros con el protagonista, uno de ellos asegura que “la presencia de la muerte hace la vida mucho más interesante”, y ese es el motivo por el que la película de Palomero refulge como una obra optimista. Los destellos es una película sobre corazones que vuelven a latir ante la presencia de la muerte. Además de su apuesta por renunciar a la urgencia que exhibían sus dos primeras películas, la cineasta trabaja esta vez con un reparto de actores adultos. Al trío protagonista, perfectos en sus papeles y ajustados al tono de sus personajes, hay que sumar la presencia de Julián López, un actor popular por sus trabajos de comedia, en un rol dramático que respira humanidad y que resulta todo un descubrimiento. La complicidad entre ellos, la verdad que transmiten sus interpretaciones, depara momentos inolvidables como ese instante en que la cámara los observa, desde cierta distancia, mientras preparan la cena y se escucha a la hija cantar “a tu verá, siempre a la verita tuya, hasta el día que me muera”. Son destellos de vida que consiguen que el film resplandezca en la memoria.