Página web del REC Festival Internacional de Cinema de Tarragona (30 noviembre – 6 diciembre).

MARÍA (Y LOS DEMÁS). Nely Reguera. 96 minutos. España (2016). Con Bárbara Lennie, José Ángel Egido, Rocío León, Pablo Derqui. Sección Opera Prima.

Si los años 2000 se caracterizaron por una serie de películas románticas donde el protagonista, un hombre absorto en su propia inmadurez, era salvado gracias a la locura de la Manic Pixie Dream Girl de turno, la década de los diez destaca por un efecto en principio contrario. La mujer en el cine pasó a tomar las riendas de su propia narración vital y películas como la muy influyente La boda de mi mejor amiga –escrita por Kristen Wiig y Annie Mumolo– inauguró un periodo que iría desde las Girls de Lena Dunham a los personajes ideados por Amy Schumer y Greta Gerwig. Todos estos ejemplos parten de la figura de una mujer consciente de que no puede encontrarse a sí misma en el otro… pero que aun así lo busca. La comedia sigue siendo romántica pero aquí las protagonistas pasan por un proceso de deconstrucción marcado por una búsqueda interior, único camino para el encuentro con los demas. Es en cierto modo un romanticismo del yo.

María (y los demás) responde en parte a esa figura: la mujer que, pese a su inmadurez, se sabe responsable de su propio proceso y camino. En este sentido, la ópera prima de Nely Reguera ofrece un personaje femenino complejo que no puede entenderse sin la actriz que lo lleva a la vida. Barbara Lennie es una de esas actrices en cuyo rostro puede leerse un guión entero; una actriz cuyo gesto está, al mismo tiempo, controlado al milímetro y dotado de una extrema naturalidad; tanto que resulta imposible creer que estemos ante un artificio. En principio, su selección como protagonista de María (y los demás) podría prestarse al cuestionamiento: una figura tan firme como la de Lennie se antoja poco adecuada para un papel de treintañera “normal” cuya vida emocional y laboral es un desastre debido, principalmente, a su propias inseguridades. Aun así, su elección denota la sabiduría de una directora, debutante pero decidida, que intuye que el casting no debe plegarse a la forma, sino al fondo. Endika Rey

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BELLE DORMANT. Ado Arrieta. 82 minutos. Francia, España (2016). Con Niels Schneider, Agathe Bonitzer, Mathieu Amalric. Sección My First Time Cult.

En Belle Dormant, Ado Arrietta –figura referencial de la vanguardia fílmica española– propone un curioso juego: fabula con la traslación del cuento de la Bella Durmiente a nuestro siglo. Así, plantea el salto entre dos épocas, entre 1900, cuando la princesa, y con ella todo el reino de Kentz, cae dormida tras un hechizo; y el 2000, cuando un joven príncipe al que sólo le interesa tocar la batería se empeña en besar a la joven y terminar así con el encantamiento. Belle Dormant es una película de ángeles, y no de príncipes (aquí, un joven de pelo y maneras impolutas, una versión afrancesada de Robert Pattinson, un héroe con más recorrido del que puede asumir el actor que lo interpreta). Los ángeles son Mathieu Amalric, que cuida del príncipe y que narra la leyenda, y una hada convertida, en los albores del siglo XXI, en representante de la Unesco.

Arrietta es un cineasta proclive a derivas de comicidad. Quizá por eso, tras la extrañeza inicial, tras el desorden, la ironía se vuelve excéntrica, y la película va cobrando su sentido. Cuando el rey le pide a la delegada de la Unesco que restaure unas ruinas para convertirlas en un casino, Arrietta los filma en un plano frontal; con una simplicidad que realza el gesto irónico. Cuando, al final de la película, se rompe el hechizo, y el príncipe no puede más que hacer fotos con su iPhone, se resuelve también el misterio del film. Hay algo en este gesto que recuerda al del final de Salt and Fire, de Werner Herzog, cuando, aun en el desierto, los personajes juegan con una tablet para hacerse fotografías. Belle Dormant trata sobre la magia en estos tiempos de modernidad tecnológica. “Estáis acostumbrados a la magia”, dice el hada a aquellos que despiertan de la inesperada siesta un siglo más tarde. Arrietta filma a la corte adormilada, con actores que permanecen quietos; en cambio, en algunos momentos, vuelan brillantes mariposas digitales. He aquí los trucajes, la magia del cine, en sus dos facetas, propias de tiempos, de siglos, distintos. Violeta Kovacsics

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PARK. Sofia Exarchou. 100 minutos. Grecia, Polonia (2016). Con Dimitris Kitsos, Dimitra Vlagopoulou, Thomas Bo Larsen. Sección Across the Line.

El debut de Sofia Exarchou logra escapar de la tendencia dominante en el cine griego de autor contemporáneo (muy influido por Yorgos Lanthimos) y ofrece una vía alternativa, menos rígida y más empática, para acercarse a quienes habitan un país en crisis. El protagonismo recae aquí en un puñado de jóvenes, que bien podrían ser primos lejanos (con una situacion económica peor) de los de Larry Clark. Su espacio no es una pista de skate, sino unas instalaciones deportivas en estado de degradación que en 2004 formaban parte de la Villa Olímpica de Atenas. La metáfora es evidente, pero Exarchou no cae en los subrayados ni en los golpes bajos; prefiere observar los cuerpos y los ritos de esos adolescentes en un espacio del que se han apropiado. Aunque se intuyen los hilos de un relato dramático, uno de los grandes aciertos de Park es su suspensión narrativa, su vagabundeo acorde a las vidas de sus personajes.

La directora, Exarchou, que sitúa la cámara cerca de sus criaturas, consigue que estas hablen a través del contacto físico y no tanto mediante palabras. El grupo de chicos (en el que una chica, pareja de uno de ellos, impone su personalidad alejada de los clichés de lo femenino) funciona como un colectivo al borde de la marginalidad al que no se somete a juicio. No hay condescendencia ni truculencia en Park, solo un retrato del aquí y el ahora. La posibilidad de la violencia y la precariedad económica forman parte de ese presente (y dan lugar a alguna escena obvia, como la de unos congresistas que lanzan billetes a uno de los jóvenes), pero Exarchou tensa la cuerda sin romperla y ello da lugar a una película abierta, sin moralejas, en la que el espectador puede completar el cuadro. Carles Matamoros

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LA ÚLTIMA TIERRA. Pablo Lamar. 77 minutos. Paraguay, Països Baixos, Xile, Qatar (2016). Con Ramón del Río, Vera Valdez. Sección Ópera Prima.

Con La última tierra, Pablo Lamar –técnico de sonido afincado en Argentina– da el salto al largometraje con el tema preponderante de sus dos cortos anteriores (Noche adentro y Oigo tu grito): la muerte y su correspondencia con la vida. Por otro lado, la ópera prima de Lamar coincide con el planteamiento formal de Oscuro animal, también presentada en el pasado Festival de Rotterdam. Ambas películas prescinden de diálogos y concentran la fuerza del relato en el sonido ambiente de la selva (colombiana o paraguayana). En el caso de La última tierra, una cuestión tan atávica como la pérdida del único ser querido del protagonista es tan poderosa que no requiere de palabras. De hecho, en este poema visual, las palabras debilitarían las imágenes, mermando la valía de la fábula. En este sentido, podríamos señalar que La última tierra sigue el mismo patrón que los trabajos tempranos de Lisandro Alonso, La libertad o Los muertos.

El prolongado arranque de La última tierra sitúa el contexto del drama con una maestría incontestable. Se trata de la última cena que celebrarán la pareja de ancianos protagonizada por Vera Valdez y el reputado actor de teatro Ramón Del Río. Esta escena de veinte minutos se construye a partir de una serie de largas tomas con planos detalle de la única vela que ilumina el escenario, la mandíbula masticando de la vieja postrada en su cama, la silueta de su marido sosteniendo la cuchara con la que le da de comer a la enferma, y un largo etcétera. Tras la inminente muerte de la mujer, la cámara de Lamar persigue al viudo durante las veinticuatro horas del luto. Pero tan sólo se nos permite conocer los rituales de su despedida mediante zooms de sus pequeñas acciones –cavar la tumba, sentarse sobre la hierba a meditar– o grandes angulares que muestran al hombre dentro o fuera del paisaje salvaje. Carlota Moseguí

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MA VIE DE COURGETTE. Claude Barras. 66 minutos. Francia (2016). Sección Opera Prima – Sesión Familiar.

Extraña casualidad que, en el pasado Festival de Cannes, se proyectaran el mismo día Mi amigo el gigante de Steven Spielberg (basado en el relato de Roald Dahl) y esta pequeña y encantadora ópera prima del suizo (formado en Francia) Barras, ya que las historias son bastante similares: huérfanos de unos 10 años que deben superar las diferencias y el dolor para encontrar su lugar en el mundo. En este caso, el guión de la reconocida Céline Sciamma (directora de Tomboy y Girlhood) tiene a un niño, Courgette, como protagonista y luego sumará a otros personajes (Simon, Ahmed, Jujube, Alice y Béatrice) para esta suerte de homenaje a El club de los cinco y Cuenta conmigo. La película es de una belleza sencilla –hay más creatividad en la animación artesanal que recursos económicos– y de una dulzura apabullante. Hasta el chico malo (ese que arranca como líder del bullying en el orfanato) se redime y un policía puede ser un buen padre sustituto. Hay una historia de amor y una mirada a la infancia que no es concesiva ni banal. Una pequeña gema presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes. Diego Batlle

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MIMOSAS. Oliver Laxe. 96 minutos. España (2016). Con Ahmed Hammoud, Shakib Ben Omar, Said Aagli. Proyección Especial.

Es posible que las mejores obras de Oliver Laxe todavía estén por llegar, pero tanto Todos vós sodes capitáns como ahora Mimosas ya poseen la virtud de estar activadas por un deseo fundamental: filmar un espacio, una tierra, que en el caso que nos ocupa sería Marruecos, donde Laxe vive y rueda. Sus paisajes desérticos y enormes le llevan de manera natural a la aventura, género que el director trata con gratificante naturalidad, quizá porque no comete el error de confundirlo con el cine de acción, algo demasiado habitual estos días. En Mimosas, un sheikh moribundo quiere ser enterrado junto a sus seres queridos, por lo que ordena una expedición que debe atravesar el Atlas. Las complicaciones del viaje son paliadas, relativamente, por la llegada de Shakib, que viaja en el espacio (y, tal vez, también en el tiempo) para actuar como Ángel de la Guarda-Loco que lleve a buen puerto esta caravana. Sus alucinados monólogos hablan de una fe intensa y sin religión, que tiene dificultades para calar verdaderamente en los demás personajes.

El ritmo conseguido por el film estalla en un tramo final que comprime diversas acciones, llegando a escenas que se resuelven con más parquedad que misterio. La revelación elevadora no llega a orillarse a la pantalla, a lo mejor porque nunca se supuso que estuviera allí, pero las dudas que deja la película al apagarse se combinan con las ganas de una pronta revisión, que podría despejarnos la cabeza o perdernos definitivamente en el desierto, pero que al menos serviría para reencontrarse con los formidables colores de la fotografía de Mauro Herce. Gerard Casau

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IN THE LAST DAYS OF THE CITY. Tamer El Said. Egipto, Alemania, Reino Unido, Emiratos Árabes (2016). Con Khalid Abdalla, Laila Samy, Hanan Youssef. Sección Opera Prima.

Ganadora del premio Caligari en la sección Forum de la Berlinale 2016, y seleccionada para el Festival New Directors/New Films de Nueva York, esta película que El Said rodó desde 2007 es una ambiciosa búsqueda por combinar un esquema de cine dentro del cine –es la historia de un director de cine y las diversas relaciones con seres cercanos– con el documental político no sólo de su país (el represivo régimen de Mubarak) sino de distintos momentos de la Primavera Arabe. Narración en off, grabaciones de los noticieros de radio y TV, imágenes de atentados y manifestaciones de protesta, historias de amor y charlas casuales conforman un collage melancólico y bastante pesimista que se contrapone con los éxitos del seleccionado egipcio de fútbol que movilizan a multitudes ganadas por la algarabía. Un ensayo íntimo y desolador sobre la relación del realizador con la ciudad de El Cairo. Diego Batlle