Víctor Esquirol (Festival de Locarno)

La pequeña Verónica tiene el difícil desafío de enfrentarse a uno de esos crueles ritos de iniciación de la vida social: debe encarar a una audiencia que escuchará con atención aquello que tenga que decir. En el colegio, es día de exposiciones orales, y aunque el discurso que va a compartir con sus compañeros puede ser recitado con el soporte de un papel escrito, los nervios pueden aflorar y jugar malas pasadas. Pero no, la niña soporta el miedo escénico, aguanta el tipo y muestra más tablas que el más experimentado de los artistas. Porque lo de Verónica es puro arte: soltar salvajadas inenarrables (a partir de otro ritual, pues el tema a desarrollar es “el bautizo”) sin despeinarse, con la seriedad de quien tiene asimiladas dichas barbaridades como lo más normal del mundo. Y ahí está Chema García Ibarra, en un escenario que igualmente podría hacerle temblar las piernas. Pero no. El primer largometraje del director ilicitano (pues Uranes, no es un chiste, se quedó a un solo minuto de alcanzar dicha consideración) se presenta en la prestigiosa plaza de la Competición Internacional del Festival de Locarno.

Y va y luce como una de las candidatas más potentes a alzarse con el Leopardo de Oro de su 74ª edición. Ahora mismo, hablar de Espíritu sagrado como una de las grandes películas del certamen suizo suena tan normal como entrar en un bar de Elche y descubrir que uno de sus motivos decorativos es el de un faraón llevando una bandeja de ensaladilla rusa. La de filigranas que podemos hacer con nuestro imaginario. Y con la herencia de los demás. Seis años después de que Juan Rodrigáñez dibujara una esvástica con el arroz para una paella en El complejo de dinero (Der Geldkomplex), Chema García Ibarra delinea una escena de abducción con aceitunas negras y pimientos rojos. Todo sobre una base de patatas, mayonesa y atún de lata. Pero antes, volvemos al minuto de fama escolar de Verónica, llevado con una naturalidad que para nada refleja todo lo que se esconde detrás de la escena. No es solo que su pequeña conferencia haya entrado en barrena en los peliagudos territorios de la incorrección política, es que su mundo, aunque no lo parezca, vive agitado por una conmoción que de ningún modo puede maquillarse: resulta que Vanesa, su hermana gemela, ha desparecido sin dejar rastro.

La policía ya ha abierto investigación y, por supuesto, la televisión local no ha desperdiciado la ocasión de enfangarse con el morbo de tan angustiosa historia. La presentadora de dicha cadena entrevista a su madre, afirmando que con ello desea aportar su particular “rayo de arena”. Tal cual, y a nadie se le ocurre corregirla; todos lo dan por bueno. O sea, que aunque la gente se empeñe en mostrar lo contrario, aquí no hay nada normal. Venimos, conviene recordarlo, de Leyenda dorada, corto en el que Chema García Ibarra y Ion De Sosa (cómplice imprescindible aquí en labores de producción y dirección fotográfica) nos llevaban a una típica piscina municipal, en un típico y caluroso día de verano… que poco a poco iba adentrándose en los territorios de la fantasía más desconcertante.

Una base costumbrista que nos llevaba a los delirios del cine de género. En la misma línea, Espíritu sagrado está compuesta casi íntegramente por tomas fijas, suerte de postales dedicadas a los espacios públicos y privados de Elche, solo que en ocasiones parece que estemos en Neptuno. Volvamos a Ion de Sosa: si a él las construcciones inalteradas de Benidorm le dieron en Sueñan los androides para hacer una película de ciencia-ficción, a Chema García Ibarra su ecosistema urbano natal le da para un film de extraterrestres. Imágenes realistas que van siendo invadidas por la irrealidad: en un campo donde no se percibe ni un alma, aparece de repente una horda de policías armados hasta los dientes, como en una viñeta soñada por Roy Andersson.

Los agentes estaban allí todo el rato (uno detrás de un árbol, otro se escondía en un arbusto, otro estaba metido en un agujero…), solo que no lo sabíamos. Pensábamos que aquello era un descampado normal, pero no. Chema García Ibarra en Elche: un marciano en tierra de marcianos. Un humorista que, al igual que Carlos Vermut en el corto fundamental Don Pepe Popi, siente que tiene que reírse de aquello que no es gracioso; un cronista de sucesos (paranormales) que sabe que para llegar a lo auténtico debe pasar antes por lo pintoresco. Solo así se puede captar el espíritu de un mundo abonado con siglos de mitos y leyendas (urbanas). Sedimentación que a veces requiere mucho menos tiempo: por ejemplo, en 1994 los Cranberries lanzaron Zombie, ese himno pop-rock, y en 1995 Los Sobraos hicieron una versión destinada a sobrevivir por siempre jamás en las ferias alicantinas.

Del mismo modo, los grandes monumentos del antiguo Egipto resulta que ahora son la comidilla para alimentar esa fábrica de memes de aliens en la que se ha convertido el Canal de Historia. O si se prefiere: los faraones antes se llamaban Ramsés, y ahora, José Manuel. Entonces, ¿estos freaks son mesías o víctimas de los sectarismos modernos? Uno poco de todo. Cosas de la normalidad. De la antigua. De la nueva. De la nuestra. Chema García Ibarra mira nuestro presente consciente de que es el resultado de un juego del teléfono milenario: los milagros (u horrores) de ayer son los grandes misterios de hoy… y los “pongos” y colchonetas hinchables de mañana. Estos tres puntos confluyen en la invocación de este “espíritu sagrado”, reencarnado en un objeto fílmico no identificado donde todo es normal, es decir, que nada lo es.