Página web del Festival de Cine Internacional de Ourense (OUFF).

HIERBA. Raúl Perrone. 65 minutos. Argentina (2015). Con Evelyn Cazal, Néstor Gianotti, Dulce Huilen Azul, Oscar Purita. Sección Extramuros.

Nunca el cine y la pintura habían estado tan hermanados como en la nueva joya de Raúl Perrone, Hierba. Acostumbrados a su fantasmagórica fotografía en blanco y negro, el ansiado regreso al color del director argentino se inaugura con la imagen de cuatro actores que protagonizan un tableau vivant que imita el famoso cuadro de Édouard Manet Le déjeuner sur l’herbe. Sin embargo, los dos hombres y las dos mujeres –una vestida y la otra desnuda, igual que en el lienzo del pintor francés– no están del todo petrificados. Si nos fijamos con atención observaremos pequeños movimientos o gestos faciales, que pronto desencadenan una serie de notorias acciones dentro del cuadro. La progresiva animación de los personajes nos regala una bellísima invitación a adentrarnos en el fuera de campo: la mujer vestida saldrá del lienzo, perdiéndose en lo que intuimos que es la selva, junto con uno de los hombres que se precipitó tras ella.

La jungla –ya sea natural (Favula), o de asfalto (Ragazzi y P3nd3jo5)– es el espacio mágico donde ocurren las epopeyas anacrónicas de Perrone. Pero, en esta ocasión, el frondoso bosque tiene algo especial: la imagen manipulada de Perrone –que con su vuelta al color remite todavía más al universo de Guy Maddin– está dotada de un tono y una textura parecidos al movimiento Impresionista; no en balde la película está dedicada a Manet, Monet y Renoir, entre otros artistas. Ante todo, cabe señalar que la ficción de Perrone no se limita al puro goce estético. El cineasta expone un relato reflexivo sobre el deseo del hombre y su intrínseca relación con la violencia en una jungla ora paradisíaca, ora infernal. La trama, carente de diálogos, pero repleta de gags que resucitan el género del slapstick, versa sobre la pulsiones carnales que los personajes no saben controlar, especialmente si la mujer desnuda está presente en escena. En Hierba, Perrone fabula sobre el peligroso juego de la seducción, y las relaciones de poder entre hombre y mujer, al son de su habitual cumbia electrónica. Carlota Moseguí

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VIEJO CALAVERA. Kiro Russo. 80 minutos. Bolivia, Qatar (2016). Con Narciso Choquecallata, Anastasia Daza López, Felix Espejo Espejo. Sección Síntomas.

En Viejo Calavera, Kiro Russo y su equipo descendieron más de trescientos metros en las profundidades del suelo terrestre para poner en escena la historia de un hombre incapaz de mantener un empleo por culpa de su adicción al alcohol y que es obligado a trabajar en una mina tras la muerte de su padre. La inquieta cámara del director boliviano –que arranca siguiendo una huida veloz del protagonista con un prodigioso travelling lateral y música disco emulando el estilo de Nicolas Winding Refn– no dará tregua a su actor, persiguiéndolo por cada rincón de la mina mientras el muchacho busca un lugar en el que desaparecer y beber a escondidas. Así, tratando de alejarse de los fantasmas de la pornomiseria, muy presentes en las construcciones iconográficas y políticas de una parte del cine latinoamericano que busca atraer las miradas de los programadores extranjeros, Viejo calavera surge de un trabajo mano a mano con una comunidad minera interesada en construir, junto a Russo y su equipo, una suerte de redención cinematográfica por la vía de un expresionismo lumínico que retratara, sin compasión ni paternalismo, el trabajo, los roces, los retos, de un espacio y un lugar tan extenuante como aniquiliador. Carlota Moseguí y Gonzalo de Pedro

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MARÍA (Y LOS DEMÁS). Nely Reguera. 96 minutos. España (2016). Con Bárbara Lennie, José Ángel Egido, Rocío León, Pablo Derqui. Sección Síntomas.

Si los años 2000 se caracterizaron por una serie de películas románticas donde el protagonista, un hombre absorto en su propia inmadurez, era salvado gracias a la locura de la Manic Pixie Dream Girl de turno, la década de los diez destaca por un efecto en principio contrario. La mujer en el cine pasó a tomar las riendas de su propia narración vital y películas como la muy influyente La boda de mi mejor amiga –escrita por Kristen Wiig y Annie Mumolo– inauguró un periodo que iría desde las Girls de Lena Dunham a los personajes ideados por Amy Schumer y Greta Gerwig. Todos estos ejemplos parten de la figura de una mujer consciente de que no puede encontrarse a sí misma en el otro… pero que aun así lo busca. La comedia sigue siendo romántica pero aquí las protagonistas pasan por un proceso de deconstrucción marcado por una búsqueda interior, único camino para el encuentro con los demas. Es en cierto modo un romanticismo del yo.

María (y los demás) responde en parte a esa figura: la mujer que, pese a su inmadurez, se sabe responsable de su propio proceso y camino. En este sentido, la ópera prima de Nely Reguera ofrece un personaje femenino complejo que no puede entenderse sin la actriz que lo lleva a la vida. Barbara Lennie es una de esas actrices en cuyo rostro puede leerse un guión entero; una actriz cuyo gesto está, al mismo tiempo, controlado al milímetro y dotado de una extrema naturalidad; tanto que resulta imposible creer que estemos ante un artificio. En principio, su selección como protagonista de María (y los demás) podría prestarse al cuestionamiento: una figura tan firme como la de Lennie se antoja poco adecuada para un papel de treintañera “normal” cuya vida emocional y laboral es un desastre debido, principalmente, a su propias inseguridades. Aun así, su elección denota la sabiduría de una directora, debutante pero decidida, que intuye que el casting no debe plegarse a la forma, sino al fondo. Endika Rey

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LA CALLE DE LOS PIANISTAS. Mariano Nante. 85 minutos. Argentina (2015). Sección Extramuros.

La Rue Bosquet está en Bruselas: allí vive en una gran casa de varias plantas la familia Tiempo-Lechner. Y en la casa de al lado, la amiga de todos, Martha Argerich. Esa calle está llena de música, porque en la primera habita una dinastía de músicos, y la de Martha está abierta a todos los artistas. El film se centra en dos de todos ellos: Karin Lechner, otrora niña prodigio, eximia pianista, y su hija Natasha Binder, de 14 años, quien sigue los pasos de su madre. El documental no da mayores explicaciones, hasta que casi al final, en una entrevista, se revela el vínculo entre los diferentes personajes: una filiación que perfila la convivencia de cuatro generaciones de pianistas argentinos.

El film los toma a todos ellos en su intimidad, en las lecciones de piano, la música compartida, con la evocación de una Argerich que tarda en aparecer, pero su música se oye desde la casa vecina, mientras los otros entrenan. En esa calle todos se oyen y escuchan unos a otros. Las conversaciones entre generaciones son significativas, aquí tematizadas por la música. Natasha, artista precoz y talentosa, sigue a su madre, pero –como toda adolescente– también quiere diferenciarse de ella. Distintos criterios de interpretación, decisiones que deben tomarse, todo esto está registrado por una cámara sutil y significante. Cabe recordar el film Bloody Daughter, que presentaba un retrato crudo de la relación de Martha Argerich con su hija, realizado por esta última, Stephanie. En este, en cambio, al ser más objetiva, sin involucrarse pasionalmente, la mirada hacia los protagonistas es también más benévola. Ópera prima de Mariano Nante, La calle de los pianistas es una película delicada, sensible y cálida, de amor a la música, que enseña cómo tocar Schumann –su música hilvana todo el film–, dónde reforzar una nota; una película que recuerda los conciertos de cuando Karin era niño gracias a un frondoso archivo familiar. Josefina Sartora