(Imagen de cabecera: “Jumbo” de Zoé Wittock)

Júlia Gaitano (Festival de Sitges)

La edición de 2020 del Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya ha acogido la presentación de dos debuts de prometedoras cineastas que, en apariencia, no comparten prácticamente nada. Relic, de la australiano-japonesa Natalie Erika James, se mueve por el terreno del terror sin ningún tipo de complejo, sin miedo a derribar la frontera entre el horror y el drama familiar en lo que se perfila como un relato que abarca hasta tres generaciones. Por su parte, la belga Zoé Wittock, autora de Jumbo, nos habla desde otro prisma, pero con la misma contundencia. Muy cercana al léxico del cine indie norteamericano –ese tono de dramedy existencial que coquetea con el melodrama clásico y con formas expresivas y puntualmente experimentales–, Jumbo cuenta el imposible romance entre una joven y una atracción de feria. Sobre el papel, parecería imposible establecer algún tipo de lazo entre ambas propuestas y, sin embargo, en el núcleo emocional de los dos proyectos podemos hallar la clave para ello.

En Relic, James juega de forma constante con la dualidad entre familiaridad y extrañeza. Para Kay y su hija Sam (Emily Mortimer y Bella Heathcote, respectivamente), el hogar de la matriarca, Edna (Robyn Nevin), se presenta como un lugar antaño acogedor, ahora incomprensiblemente enajenado por la demencia de la anciana. A esa dura realidad se sumará pronto la presencia de algo más en la incómoda e irrespirable atmósfera de la casa, a la merced de crecientes humedades invasoras. Es en esa coyuntura en la que se cuela el influjo del terror. A un nivel más abstracto, salvando distancias entre géneros cinematográficos, podemos identificar esa dicotomía entre lo comprensible y lo inconcebible en Jumbo, en las reacciones de la gente más cercana a la peculiar Jeanne (interpretada por una portentosa Noémie Merlant). La relación de esta con Jumbo, la nueva noria del parque de atracciones en el que realiza tareas de mantenimiento nocturno, se construye a partir de una presupuesta universalidad en el lenguaje del amor, a pesar de lo excepcional del caso. Entre lo que siente ella, que actúa con la naturalidad propia de las protagonistas de historias de romance juvenil, y lo que ven los demás –una aberrante obsesión con una estructura metálica–, se abre una brecha tan aparentemente insalvable como excusable. La misma que encontramos entre Kay y su decrépita madre en Relic.

“Relic”

Como espectadores, hay algo extrañamente bello e hipnótico en recorrer el camino de la aceptación dentro de estos films. Oscilando constantemente entre diferentes puntos de vista, Natalie Erika James y Zoé Wittock presentan situaciones no tan raras como pudiera parecer en un inicio. Al fin y al cabo, Relic no deja de ser una conmovedora fábula sobre los devastadores efectos del paso del tiempo en nuestras personas queridas, así como Jumbo es un excéntrico acercamiento a diversidades sexo-afectivas muy fácilmente interpretable en clave queer. Visualmente, las dos películas proponen viajes fascinantes aunque, de nuevo, cada cual lo hace desde su sensibilidad particular. Destaca en Relic una pulsión más contenida, hipodérmica, en el tratamiento del espacio como lugar laberíntico en el que la noche activa una energía desasosegada que se puede palpar en decoraciones domésticas, amenazas en la sombra y alucinadas pesadillas. Jumbo, por su parte, es todo luces de neón: las que se filtran en la psique de Jeanne, mesmerizada por su adorada atracción. El enorme respeto que la cineasta siente por su protagonista y sus sentimientos y sensaciones cristaliza en una secuencia sorprendentemente sensual, en la que el referente visual de Jonathan Glazer y su Under the Skin está bien presente. Estos diálogos con nuevos clásicos del género fantástico y de terror, no hacen más que demostrar la buena salud del género, al que se suman nuevos fichajes como los de estas jóvenes realizadoras, gracias a escaparates como el del Festival de Sitges.

“Possessor”.

Una incómoda familiaridad es también la que encontramos en Possessor, lo nuevo de Brandon Cronenberg (Antiviral), que aborda la idea de la pérdida de identidad. Lo hace a través del relato de desintegración de Vos (Andrea Riseborough), un personaje/cáscara, agente de una especie de corporación que, a través de invasivos implantes cerebrales, actúa según la voluntad de clientes de alto standing. En un marco de brutal capitalismo tardío, Vos se introduce en las mentes de sus víctimas, convirtiéndolos en muñecos de voluntad moldeable que responden a intereses económicos invisibles. A Cronenberg no le falla el pulso a la hora de mostrar imágenes brutales, de una contundente violencia corporal y psicológica. Lo experimentamos desde la preparación de la protagonista que, como si se tratara de una actriz ensayando un papel, se mimetiza con la forma de hacer de su objetivo, hasta el propio desarrollo de una misión. En Possessor, la trama nos lleva hasta Colin Tate (Christopher Abbott), cuya psique será poseída por Vos para cometer un cruento crimen. Cuando el programa de salida (el suicidio de uno mismo) falle, el cuerpo de Tate se convertirá en el campo de batalla entre dos voluntades, la del huésped y la de la agente parásito. Encontramos en el último trabajo del hijo de David Cronenberg un interés por golpear las retinas del espectador con secuencias de rítmico y apabullante montaje, y un envolvente y claustrofóbico diseño sonoro. El terrorífico concepto de la pérdida de la propia voluntad le sirve al cineasta canadiense de marco general para ejercitar el músculo distópico y ofrecer, gracias a un entregadísimo reparto (estupendos Riseborough y Abbott, pero también Jennifer Jason Leigh o Tuppence Middleton), una verdadero carrusel de fulgor actoral.