Gonzalo de Pedro Amatria

Aitor Gametxo, que fuera el ganador del Proyecto X Films, es ya uno de los nombres habituales de la etapa de Punto de Vista bajo el mando del también cineasta Oskar Alegria. Cicha Simfonia, la película con la que regresa al festival, supone también el primer trabajo de Gametxo realizado fuera de sus coordenadas habituales, su paisaje, su entorno, y en el que también deja de lado su vertiente más personal y casi diarística para entrar en el retrato de un mundo ajeno y lejano: el de la ciudad polaca de Breslavia, y la vida allí de un grupo de personas sordas que, en su mundo de silencio, se funden con el ritmo, el ruido y el bullicio de la ciudad. La película juega con un referente claro, que son las sinfonías urbanas del cine de vanguardia de los años veinte del pasado siglo, y trata de componer un trabajo musical con la única ayuda de las imágenes desprovistas de sonido, en lo que es también una clara transposición del universo semi-silencioso de sus protagonistas. Así, la película nace de una paradoja, un imposible, una contradicción: explorar las posibilidades sonoras de las imágenes, y poner a prueba su poder sinestésico, de la mano del montaje, la expresividad visual, el ritmo interno, y su capacidad de resonancia. ¿Son las imágenes portadoras de sonido, aunque estén desprovistas de él?

Aunque no aparezca citada de forma expresa, es casi inevitable pensar en El hombre de la cámara como referencia esencial, por su retrato agitado del ritmo en una gran ciudad, y por su capacidad de dotar a las imágenes de un ritmo y una sonoridad interna a través de un preciso trabajo de montaje; y aunque la película de Vertov fuera muda, porque así lo era el cine, no hay que olvidar que el cine nunca fue mudo en su totalidad, sino que siempre estuvo acompañado de sonidos ajenos con los que dialogar: ya fueran narraciones, o bandas sonoras, como las que el propio Vertov apuntó para acompañar a su película. El trabajo de Gametxo sigue esa estela, y trabaja el montaje y las asociaciones visuales en un intento de generar ese sonido interno, inaudible pero esencial. Y sin embargo, no parece conseguirlo del todo, y el trabajo de asociación, de montaje, no termina de construir esa verdadera sinfonía silenciosa. En este punto, cabe apuntar que la película remite, también de forma directa, a ese cine del silencio que Punto de Vista definió en la retrospectiva comisariada por Carlos Mugiro en 2008, y que aludía a toda una tradición del cine del Este que pasa por el encuadre, el montaje, y el trabajo con la realidad para extraer de ella sinfonías ocultas. Si pensamos en películas de Laila Pakalnina, quizás una de las mejores montadoras de ese cine que nace en la observación y se construye y consolida en la manipulación de la mesa de montaje, Cicha Simfonia parece una digna heredera, de un digno cineasta, con mucho camino por recorrer.

Por otro lado, Cicha Simfonia que no es exclusivamente una sinfonía urbana, sino también el retrato de unos habitantes particulares: aquellos para quienes el mundo aparece desprovisto de sonido, y que convierten sus gestos en su lenguaje y conexión con el mundo. Ahí la película tampoco termina de funcionar del todo, y ese retrato, fragmentado por los pasajes visuales de la vida en la ciudad, se antoja algo superficial, como una excusa para montar el juego visual y sonoro (por la ausencia) de toda la película. En lo que puede leerse como la constatación de la dificultad del retrato propuesto por la película, ésta termina filmando a una familia sorda en la lejanía, a través de una ventana: cada vez más lejos, cada vez más consciente de la imposibilidad de dicho retrato. Es en ese punto cuando se revela una de las trampas de la película: los subtítulos, que nos traducen a los espectadores esos gestos de otra forma incomprensibles, otorgándonos acceso a un lenguaje que de otra forma no sería más que un conjunto incomprensible de signos mudos. En la última secuencia, y sobre una oscuridad total, unos subtítulos nos informan de que alguien le pregunta a otro, suponemos que en lenguaje de signos: “¿Me escuchas?”. ¿Tienen sentido estos subtítulos, o la película podría, o debería, haber renunciado a ellos para sumirnos en el verdadero silencio, en la experiencia completa de quien no entiende nada?