Sube el telón. En el escenario, diferentes líneas melódicas se entremezclan, interpelándose, atrayéndose y repelándose las unas a las otras. El grupo de personajes va construyendo, acto a acto, una trama narrativa compleja, fresca y profundamente teatral. En Sonrisas de una noche de verano, Ingmar Bergman saca a relucir una de sus facetas más conocidas, moviendo los hilos de su argumento con delicioso ingenio. Estructurada en tres actos (tres “sonrisas”), la película concentra su núcleo dramático en un dueto principal de voces masculina/femenina (Fredrik -Gunnar Björnstrand- y Desirée -Eva Dahlbeck-), aunque esta pareja necesitará la presencia de otras harmonías. Así, durante el transcurso de una noche, en una sola casa, los personajes se agruparán en cambiantes duetos, tríos y números grupales para dibujar, entre todos, una fábula sobre el amor y esa tragicomedia que es, al fin y al cabo, la vida. Muy libremente basada en la obra de Shakespeare El sueño de una noche de verano (con el título claramente planteado a modo de homenaje), la película de Bergman comparte con ella un gran interés por la construcción de personajes, por los que transmite un afecto sincero, aunque se esconda tras un cierto cinismo. Júlia Gaitano

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