Esta oda a la hermandad entre el pueblo cubano y la Unión Soviética, realizada en 1964 por el ya consolidado Mikhail Kalatozov, da comienzo con una fábula similar a la de su anterior largometraje, Cuando pasan las cigüeñas, que se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes. Sin embargo, la separación de dos amantes por motivaciones bélicas o desigualdades sociales no es la única temática que explora el eisensteniano panfleto épico llamado Soy Cuba. El virtuosismo de esta exuberante obra maestra –descuidada por sus contemporáneos, mas reivindicada décadas después, gracias a la labor de reconocidos cinéfilos como Coppola o Scorsese–, se aprecia en su capacidad de condensar el espíritu revolucionario de la nación cubana a través de pequeñas anécdotas que van de lo individual a lo colectivo. Soy Cuba es un hito fílmico cuyo activismo político se funde en estremecedoras imágenes surgidas de la unión entre su inexorable fotografía, que engulle todo a su paso, y los magistrales movimientos de cámara, encargados de coreografiar múltiples e inolvidables planos secuencia. Carlota Moseguí

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