Es difícil que alguien no conozca al menos uno de los dos referentes con los que juega, de forma más que explícita, la segunda película del vasco Ion de Sosa, Sueñan los androides, estrenada primero en la sección Resistencias del pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla, y posteriormente en la sección Forum de la Berlinale. Esos referentes son, por orden, la novela de Philip K. Dick, texto fundacional y fundamental de la distopía futurista, y en segundo lugar, su adaptación al cine a cargo de Ridley Scott, bajo el título de Blade Runner, que justamente acaba de reestrenarse en alguna de sus versiones supuestamente definitivas. Tras un primer trabajo en forma de diario-ficción, True Love (2011), que pasó por los festivales Punto de Vista, BAFICI, o Márgenes, y con el que de Sosa jugaba a convertir la filmación de sus espacios cotidianos en la radiografía arquitectónica de un vacío existencial, su segundo trabajo abandona, al menos de forma obvia, el trabajo con la primera persona, para centrarse en una reescritura de los códigos de la ciencia ficción al servicio de una metáfora generacional, que se pretende un (auto)retrato de una generación devastada por la crisis económica.

La propuesta de Ion de Sosa se basa en el conocimeinto del espectador del material adaptado, del que elimina practicamente todos los elementos reconocibles, creando así un relato repleto de orificios, en el que la narrativa y la reflexión sobre la identidad, presente tanto en la novela como en la primera adaptación, se diluye, sirviendo exclusivamente como el trasfondo levemente dramático, el telón de fondo, sobre el que de Sosa construye su metáfora socio-política. Así, la película ofrece distintas capas de lectura, la primera es ese juego referencial con los materiales originales, un juego en el que el espectador es quien ha de completar los vacíos que de Sosa plantea de forma consciente, y una segunda, que es la película como retrato desolador de una generación perdida; así, los replicantes son aquí jóvenes en busca del escaso trabajo disponible, que viven bajo la amenaza de un policía encargado de acabar con ellos.

Sin trabajo psicológico alguno con los personajes, la película es más bien la postal que alguien podría enviarnos desde un futuro en el que España es un país habitado por jubilados en busca de rayos de sol y pocos jóvenes (replicantes) en busca de trabajo. No es casual que la película se sitúe en el Benidorm del año 2052, un futuro cercano, pero terriblemente real, en el que la ciudad balneario aparece casi desierta: el símbolo del crecimiento urbanístico descontrolado, que sembró los cimientos del falso progreso español que precedería a la debacle económica, moral, social y política que ahora vivimos, es en el futuro una ciudad desierta, un escenario distópico, el campo de batalla tras una guerra no declarada.

La ciencia ficción desestructurada de Ion de Sosa alterna el retrato de los espacios semi-abandonados, a medio derruir, o a medio construir, de la ciudad, con escenas cotidiano-humorísticas de la vida de esos androides que al morir sueñan con amigos, quizás también androides, que tuvieron que emigrar o malviven bajo los azotes de las políticas de exterminio orquestadas desde los gobiernos. Esas imágenes, procedentes de los archivos personales del cineasta, él mismo emigrante en Berlín, terminan de entroncar la película en un presente devastado, desvelando su auténtica intención: la pose humorística, el trabajo posmoderno con la adaptación, no es sino el vehículo para una crónica generacional devastadora, y devastada.

Proyección de SUEÑAN LOS ANDROIDES en Cineteca Matadero (Madrid). ENTRADA GRATUITA