Carlos Reviriego (Festival de Toronto)

Uno de los mayores enigmas del mundo festivalero de 2015 consistía en desvelar por qué Sunset Song, el séptimo largometraje del británico Terrence Davies, poeta mayor del cine, no fue seleccionado para competir ni en Cannes ni en Venecia, sabiendo que la película estaba terminada. Será finalmente San Sebastián la cita de clase A en la que el filme entre a concurso la semana próxima, pero su presentación mundial se produjo ayer en Toronto. Por lo tanto, la proyección de anoche añadía en la prensa congregada un factor ciertamente perverso, tendente a los prejuicios: el de especular con la lógica de los programadores que previamente la rechazaron en favor de películas tan deplorables como, pongamos, Mon roi de Maïwenn.

Misterio resuelto (o casi): Sunset Song no solo es la película menos estimable del autor de Voces distantes, también es el único de sus trabajos manifiestamente fallido. Diríamos que, en cierto modo, es una película hasta impropia del cineasta londinense que mayores y más profundas emociones ha volcado en el lienzo. Y eso que en ella son perfectamente identificables sus temas predilectos, que recorren como una obsesión a exorcizar su corta pero trascendente filmografía, desde su impagable trilogía de cortometrajes realizados como estudiante (Children, Madonna and Child y Death and Transfiguration) hasta la prodigiosa The Deep Blue Sea, adaptación de la obra teatral de Terence Rattigan. Hablamos por ejemplo de la brutalidad de un padre que propina palizas a su esposa y sus hijos (la propia, devastadora experiencia infantil de Davies), del elogio de la fuerza femenina y el amor maternal, o la sublimación romántica de la llama amorosa. Todo eso lo encontramos, de nuevo, en esta canción del crepúsculo entonada a media voz por el autor de El largo día acaba.

Agyness Deyn y Peter Mullan en "Sunset Song".

Agyness Deyn y Peter Mullan en “Sunset Song”.

No es la primera vez que Davies adapta una obra literaria. Lo hizo en La biblia de Neón, en La casa de la alegría, en The Deep Blue Sea… todas ellas incontestables obras de un maestro de la sintaxis del cine, que acaso entiende cada secuencia como el verso de un poema. Sunset Song traslada al cine la novela homónima del autor escocés Lewis Grassic Gibbon, publicada en 1932, y que narra la crónica de supervivencia y la batalla por la dignidad de Chris Guthrie (interpretada por la modelo Agyness Deyn), una joven mujer que crece bajo la tiranía y la brutalidad paterna, que ve cómo toda su familia desaparece y al quedarse sola se muestra determinada a conservar la granja familiar en el norte de Escocia. La novela, como el filme, transcurre a lo largo de varios años y despliega múltiples temas en su elogio de la inquebrantable resistencia femenina, de la comunión del granjero con la tierra que trabaja, del amor como única tabla de salvación, concentrándose tanto en la tragedia personal como en el contexto histórico de principios de siglo, especialmente el estallido de la Gran Guerra y el embrutecimiento de los hombres que regresaron de ella.

Probablemente suene algo violento y condenatorio decir que un filme fracasa en su propósito, como sin duda ocurre con Sunset Song, pero la obviedad no debería apartarnos de la verdad de las cosas. Aún siendo una película fallida, es una película de Terrence Davies, el autor de Voces distantes, y en sus fotogramas encontraremos inevitablemente más y mejor cine que en la mayor parte de las películas que compitieron en Cannes, en Venecia, en Locarno o en cualquier otro certamen de prestigio. En su conjunto, sin embargo, la película no logra colocarse a la altura de sus promesas, y se revela extrañamente irregular. La prodigiosa secuencia de una boda en la que los invitados cantan y desaparecen de la pantalla como si fueran espectros (el mundo rural que retrata el filme, condenado a desaparecer) difícilmente puede convivir con escenas sobreactuadas dramáticamente o con unas figuras humanas que no terminan de integrarse en el paisajismo pictórico del filme. Intuimos en todo momento las verdades profundas sobre el corazón humano volcadas en la tragedia, intuimos también los sentimientos y las emociones vinculadas al paso del tiempo que pretende evocar Davies desde la belleza visual y las elipsis narrativas, pero simplemente no las sentimos. Quizá el problema mayor es que ninguna de las escenas cruciales de la película funciona como debería hacerlo.

Agyness Deyn bajo el embrujo de la canción del anochecer.

Agyness Deyn bajo el embrujo de la canción del anochecer.

La suma de las partes de Sunset Song –y son múltiples partes– se resiente no solo de un grave error de reparto –el actor Kevin Guthrie en la piel del marido de Chris–, sino sobre todo de la escalada épica del relato, que devora el pulso poético y el carácter esencialmente íntimo del cine de Davies. Más que devorarlo, impide que florezca con naturalidad, y allí donde la emoción era tremendamente orgánica en sus obras más memorables, aquí parece condenada a imponerse desde fuera, sin el sustrato poético de su inimitable talento para hallar la transición precisa y significativa entre planos, las inclinaciones de luz más expresivas, el ritmo o el tono adecuados a cada secuencia, la inventiva formal con la que ha convocado tantas emociones perdurables y devastadoras. Es este el filme de corte mas clásico de cuantos ha filmado Davies, un drama histórico que posiblemente hubiera filmado con gusto John Ford (pensamos en Qué verde era mi valle), de modo que la inventiva visual y la modernidad cinematográfica de los trabajos de Davies opera con timidez, relegados a un segundo plano, lejos de entrar en contacto con la médula de la historia.

Nos consolamos en todo caso con la certeza de que las largas esperas entre cada trabajo de Davies –siete películas en 27 años– parecen haber quedado atrás. Su próxima película, A Quiet Passion, que ha rodado en Estados Unidos, ya está en la sala de montaje, y de ella podemos esperar acaso la traducción visual de la poesía de Emily Dickinson, a quien da vida Cynthia Nixon. Además, ha anunciado otro proyecto que ya está en marcha, la adaptación de la colección de relatos Mother of Sorrows, del escritor Richard McCann, que recorrerá varias décadas del siglo XX hasta llegar a los años ochenta. Terence Davies es como un pintor que siempre pinta la misma manzana, con diferentes formas y colores en cada caso. Solo hay que lamentar que esta vez la manzana, abocetada con trazos más gruesos de lo que acostumbra, no le haya quedado especialmente lucida. Es difícil creer que el propio Davies no sea también consciente de ello.