Un sprint cinematográfico de primer orden, Tangerine nos presenta a unas transexuales al borde de un ataque de nervios. La referencia al universo almodovariano no es baladí: uno puede imaginar al cineasta manchego sufriendo una crisis de nostalgia al descubrir en la película de Sean Baker aquel impulso transgresor de sus primeras obras. La acción de Tangerine arranca en un prodigioso in media res: tras salir dela prisión, Sin-Dee (Kitana Kiki Rodriguez) descubre a través de su compañera Alexandra (Mya Taylor) que su novio le ha sido infiel con una “mujer de verdad”, lo que pondrá en marcha una engrasada maquinaria narrativa de persecuciones y enredos. El iPhone 5s de Baker –con el que está rodado todo el film– colorea la realidad y saca humo mientras persigue a las chicas por las calles de Los Angeles, vampirizando los omnipresentes rótulos publicitarios y convirtiéndolos en versos de un feroz poema urbano (“They Will Never Let Go”, leemos sobre las ventanas de un bus). Hay pocos cineastas norteamericanos que gocen del talento de Baker para acercarse (y abrazar) a sus personajes sin el más mínimo atisbo de moralismo o sensacionalismo. La sombra de Pasolini sobrevuela el film: Baker se acerca a la marginalidad en busca de pura belleza y encuentra en el particular modus vivendi de sus personajes una forma de resistencia ante las mediocres normas y convenciones impuestas por la sociedad de consumo. Manu Yáñez

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