Alberto Richart (Festival Americana)
“Oh, what a beautiful mornin”, se canta al comienzo del musical Oklahoma!, originariamente llevado a los teatros por Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II en 1943. El canto hacia un nuevo y bello día fue una de las semillas de lo que hoy en día se conoce por musical clásico de Broadway, como un mantra que deja atrás la oscura noche y la tristeza que ella conlleva. También es la canción que inicia el relato de Ghostlight, de Alex Thompson y Kelly O’Sullivan, película de clausura de la duodécima edición del Americana, Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona. La canción funciona como una oda nada casual a las artes escénicas, que posteriormente encuentra su motivación durante el relato, y que resulta relevante para entender cómo una familia desestructurada por un trágico suceso encuentra el consuelo en una compañía amateur de teatro.
Estrenada en el Festival de Sundance de 2024, la cinta del director y la protagonista de Saint Frances (2019) retrata el momento de duelo de un matrimonio maduro, que no puede contener el carácter destructivo y rebelde de su hija adolescente. Concretamente, el drama se centra en Dan (Keith Kupferer), patriarca y trabajador de la construcción, sin herramientas emocionales a su alcance, que se ve arrastrado a participar en una adaptación de Shakespeare. Los ensayos de teatro abren en este parco hombre, de una gestualidad corporal soberbiamente interpretada, una ventana a la introspección que desconocía, pero también irán poniéndole en tesituras que jamás esperaría. En los dilemas puestos sobre la mesa reside el gran interés por este pequeño drama de periferia, que no solo obliga a trabajar la emocionalidad de un protagonista que jamás ha acudido a terapia, sino que también problematiza la esencia propia del arte teatral: la falsedad de la puesta en escena en contraposición a la realidad de los sentimientos que se viven sobre las tablas, así como la capacidad de ponerse en la piel de otra persona. La actriz Dolly De Leon –que ha hecho doblete en la Americana con Entre los templos (Nathan Silver, 2024), en ambos papeles resulta memorable– será la que acompañe a Dan en esta sanación y autodescubrimiento vital. Más cerca de Romeo y Julieta que del joie de vivre de Broadway, Thompson y O’Sullivan registran aquí su carta de amor al teatro y sus propiedades curativas.

A una conclusión similar llegan otras dos películas bien diferentes, presentadas en las últimas jornadas del Americana, que podrían englobar un tratado sobre las intersecciones entre la realidad y la teatralidad. Una de ellas es Griffin in Summer (2024), divertidísima ópera prima de Nicholas Colia, la versión teen y desvergonzada de un melodrama de Douglas Sirk, en la que un chaval de secundaria (Everett Blunck) encuentra la manera de conectar con el atormentado jardinero de su casa (Owen Teague), a través de la creación de una obra de teatro para el colegio. Su visión sobre la adolescencia ironiza sobre las actitudes que supuestamente corresponden a la adultez, y sitúa a su estridente pero comprensible protagonista en la impotencia de querer ir dos pasos más adelante de lo que por edad le correspondería. Lejos del infantilismo, la obra de teatro que este chaval de catorce años escribe está cargada de insultos, guerra de sexos, mordacidad e incluso abortos.

La comedia también encuentra el modo de procesar el trauma en Group therapy de Neil Berkeley, Premio del Público de la sección Docs del Festival. Su propuesta es sencilla: un pequeño grupo de cómicos de éxito en Estados Unidos se reúne en una sala con público para narrar sus experiencias y, especialmente, la manera en la que han incorporado el relato de sus problemas personales a sus monólogos de stand-up. El actor Neil Patrick Harris modera la conversación entre personalidades como Tig Notaro (quizás, la más conocida al otro lado del Atlántico), Nicole Byer, Mike Birbiglia, Atsuko Okatsuka, London Hughes y Gary Gulman, de las que el metraje permite ver algunas actuaciones de archivo. Dejando atrás los reparos, los cómicos abordan y bromean, con las licencias que el humor negro a veces otorga, sobre temas espinosos como las adicciones, el racismo, la enfermedad física y mental o el suicidio. Notaro destaca de entre las historias personales más impactantes, al narrar cómo el cáncer le impidió quedarse embarazada, y aquel fatídico episodio cambió por completo su forma de hacer comedia. Ciertas conversaciones en esta terapia del improshow se sienten de por sí influenciadas por ese tono humorístico y nervioso que genera incomodidad, como aquel que desafía a reírse en medio de un velatorio. Los intérpretes demuestran que el humor puede ir directamente en contra del constructo social: aquello de lo que uno no debería reírse podría ser, probablemente, lo que más gracia le haga. Y a través de este mensaje, no resulta complicado encariñarse con cada uno de los miembros de este singular grupo.

No sucede lo mismo en el reparto coral de Saturday Night de Jason Reitman, comedia de largos planos secuencia, que recrean las bambalinas del programa de la NBC, Saturday Night Live, unas horas antes de su primera emisión en 1975. Su creador, Lorne Michaels (estoicamente interpretado por Gabriel LaBelle), lidia con todos los conflictos entre guionistas, actores e inversores, mientras la cadena medita mandar la costosa producción al cajón del olvido. El show acabó siendo uno de los contenidos más imprevisibles de la televisión, y tal es su impregnación en la cultura estadounidense que sus sketches han llegado a ampliar la franquicia con películas como Granujas a todo ritmo (John Landis, 1980), Los caraconos (Steve Barron, 1993) o la banda paródica The Lonely Island; y este mismo año ha celebrado su 50º aniversario de emisiones ininterrumpidas.
Sirve la película como homenaje a ese momento crucial de transformación de la televisión, en la que la apuesta por el directo revolucionó la rigidez de los formatos vistos hasta el momento en la programación de entretenimiento. El caos vivido durante el largometraje, que se intuye que Reitman y el guionista Gil Kenan recuperan a partir del anecdotario propio del programa, evidencia su búsqueda de alinearse en espíritu a un episodio del show. Pero mientras que el directo insufla una frescura verídica al programa real, los atropellos de la cinta de Reitman se antojan estudiados al milímetro, hasta convertirse en una prima hermana desequilibrada del Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (2014) de Alejandro González Iñárritu. Dado que no es posible formular la película en directo como la propia naturaleza del programa, Reitman toma la decisión de aproximar una tensión parecida al recrear, casi en tiempo real, la hora y media previa al encendido de las cámaras, mediante una cuenta atrás que genera en el espectador una noción del tiempo, que no le beneficia necesariamente. En este sentido, las escuetas interpretaciones de Rachel Sennott, Willem Dafoe y J. K. Simmons se convierten en los grandes destellos con los que la trama consigue reflotar su densa parafernalia de luchas de egos y guionistas incomprendidos. De todos ellos, se ensancha la figura de Michaels como el héroe cotidiano que llegó para darle a la comedia un soplo de aire fresco.