The Florida Project arranca con el Celebration de Kool and the Gang proyectado contra las paredes lila intenso del motel Magic Castle, donde viven, en una habitación cochambrosa, la pequeña Moonee (Brooklynn Prince, la insolente estrella de la película) y su madre Halley (Bria Vinaite, descubierta por Baker a través de Instagram). Sin casi ninguna supervisión, Moonee y otros niños del Magic Castle corretean por los alrededores del edificio generando el caos a su paso. Baker pone la cámara a la altura de los niños y celebra su descaro: podríamos estar ante el mayor himno a la rebeldía infantil desde Zéro de conduite de Jean Vigo (la incendiaria Over the Edge de Jonathan Kaplan, otro posible referente libertario, estaba protagonizada por adolescentes). La película centra su mirada en las pillerías de los niños, en su micromundo de libertad mendicante, una especie de respuesta yanqui-suburbial a las borgate de los primeros films de Pasolini. Sin embargo, pese a la concreción del conjunto, resulta imposible no atender al contexto: estamos en el extrarradio de DisneyWorld, el mastodóntico complejo de entretenimiento del imperio del ratón Mickey. Testimonios del desmembramiento del tejido social norteamericano, los moteles de The Florida Project se erigen en territorios comanche, pequeñas urbes sin ley que representan la contracara del neoliberalismo: la lógica de la autorregulación aplicada a la marginación.

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