No resulta fácil descifrar el momento clave de The Guest, aquella escena que pueda llevarnos hasta su esencia. Podría ser alguno de los planos en los que vemos al protagonista alelado, catatónico, mirando fijamente hacia la nada, revelando un trastorno mental probablemente relacionado con su pasado como soldado. Así, podríamos concluir que The Guest adapta la hitchcockiana fórmula del “extraño entre nosotros” aliñándola con un toque de esa paranoia política (“el enemigo en casa”) que popularizó El mensajero del miedo durante la Guerra Fría y que ha actualizado la serie Homeland.

Sin embargo, hay otros momentos de The Guest que son igualmente significativos. Están por ejemplo las turbias escenas en las que David (Dan Stevens) –de quién nunca conoceremos su apellido y que pululará por la película como una suerte de avatar– va conquistando a los diferentes miembros de un núcleo familiar de clase media que vive traumatizado por la muerte del hijo, otro soldado. Desde un registro puramente intimista, de primero planos, el director Adam Wingard –que ya diseccionó de forma macabra a la institución familiar americana en You’re Next– construye una especie de revisión de Teorema de Pier Paolo Pasolini ambientada en la casa de la familia White de Breaking Bad. El invento funciona gracias al buen hacer de todo el reparto, aunque la película no consigue esquivar –de hecho, parece que busca conscientemente– una cierta tendencia a la caricatura.

The Guest

Esta preferencia por el juego con los arquetipos, por la brocha gorda, en lugar de por el realismo psicológico sitúa la película en la estela del cine de serie B. Una característica que The Guest explota con gusto desde el momento en que da un giro y se redefine como un thriller de trasfondo militarista que hacer pensar en Soldado Universal, aunque las escenas de acción parecen tomar como referente central las persecuciones suburbiales de Terminador 2: el juicio final.

Como ha quedado claro los anteriores párrafos, The Guest va desplegando una gran cantidad de referentes cinéfilos en su zigzagueo argumental. Un conjunto de espejismos narrativos que Wingard emplea de forma lúdica y que culminan en una escena con espejos que trae a la mente el mítico clímax de La dama de Shanghai de Orson Welles.

En conjunto, The Guest cumple plenamente su objetivo de entretener al espectador mientras pone sobre la mesa la paranoia de una América golpeada por la “War on Terror” (La guerra contra el terrorismo) y por la certeza de que su gobierno actúa de espaldas a la ciudadanía. Por último, este comentario sobre The Guest quedaría a medias si no se mencionase el aire nostálgico de un film que evoca los aromas del cine de los años ochenta y noventa. El tratamiento claustrofóbico del relato puede recordar a thrillers como La mano que mece la cuna o Mujer blanca soltera busca, ambos de 1992, y la escena final en un gimnasio de instituto engalanado para una fiesta de disfraces, remite a múltiples slashers y, si lo miramos generosamente, a las películas de los ochenta de Brian De Palma. En definitiva, estamos ante un gozoso thriller que nos gana por su espíritu lúdico, por su falta de pretensiones y por una magnética banda sonora trufada de temas rock y techno pop del dúo Gatekeeper y de grupos como Clan of Xymox o The Sisters of Mercy.

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