Es posible que el danés Nicolas Winding Refn –enfant terrible y al mismo tiempo niño mimado del Festival de Cannes– se sienta cómodo siendo una posesión festivalera, pues su cine no deja de ser, eminentemente, un fetiche: tratar de entablar un diálogo con sus películas resulta poco menos que un esfuerzo en vano, pero sí podemos acariciarlas como quien pasa los dedos por la superficie de un objeto precioso. Existen, en definitiva, para ser desnudadas con los ojos.

The Neon Demon resulta windingrefnesiana desde su mismo título, que explicita el material del que están hechas sus imágenes: el neón, ese gas que envolvemos en cristal y electricidad para deleitarnos con su tono rojizo. No es una luz útil, sino decorativa, empleada por quien quiere atraer nuestra mirada (la mayor parte de las veces para vendernos algo). Y hay que reconocer que, en manos de Natasha Braier (directora de fotografía de, entre otras, En la ciudad de Sylvia), las ideas de Winding Refn adquieren un fulgor más magnético que nunca; al menos hasta que se ven obligadas a abandonar su inicial pose estatuaria para ir al compás del simulacro de historia que las engarza.

La sinopsis de la película, tal y como aparecía en el dossier de prensa del pasado Festival de Cannes, es particularmente breve: Jesse (Elle Fanning) llega a Los Ángeles con la ilusión de ser modelo. Su belleza y encanto natural la convierten en objeto de fascinación y celos por parte de compañeras y rivales, que ansiarán hacerse con su “don”. La premisa, en realidad, contempla prácticamente todo el film, pues el cerco que amenaza a la protagonista no se vuelve verdaderamente palpable hasta su último acto. Antes, hemos creído presenciar el oscurecimiento en que se va sumiendo la inocencia de Jesse, tragada poco a poco por los oropeles de la moda. El problema es que esta transformación ocurre exclusivamente en el guion, sin que nuestros ojos puedan dar fe de ella: escuchamos a los personajes decir que Jesse tiene algo especial, y caer rendidos en el momento en que ella entra en la habitación, pero nuestros ojos en ningún momento pueden dar fe de ello: Elle Fanning puede ocupar el centro de la composición, pero siempre habrá algún destello, o alguna sombra más interesante en el plano. Basta recordar la escena del casting de Mulholland Drive (con la que The Neon Demon ha sido apresuradamente comparada) para constatar el fracaso de Nicolas Winding Refn a la hora de dar un aura a su actriz y personaje principal.

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The Neon Demon adolece del mismo mal que ha perseguido casi siempre al autor de Bronson, que nunca ha estado particularmente interesado en la narración, pero tampoco acaba de abrazar el sinsentido. Lo primero queda patente en la poca utilidad de personajes como el de Keanu Reeves, y lo segundo frustra los últimos minutos del metraje, que toca a su fin justo cuando empieza a entregarnos el horror y la locura prometidos. Uno casi lamenta que su trayectoria no pueda vivir exclusivamente a base de tráilers, ese formato que permite a Nicolas Winding Refn soltar un puñado de imágenes potentes sin tener que preocuparse de otra cosa que del efecto epatante.

Por todo ello, resulta profundamente irónico que The Neon Demon dedique buena parte de su tiempo a confrontar la belleza innata que (nos dicen) irradia Jesse con la guapura “artificial” que la rodea, pues la deseable apariencia del film está tan construida como la de esas modelos convencidas de que el encanto es algo que puede ser poseído, robado y comido. No obstante, hay momentos en que la película nos sorprende con algún plano hermoso y sugerente, como aquel de una Jesse asustada y a la vez excitada, escuchando con la oreja pegada a la pared en medio de un vacío negro, que podría ser un fotograma perdido de Suspiria. Teniendo en cuenta la clase de película que quiere ser The Neon Demon, no se me ocurre mejor piropo.