El nuevo largometraje del sueco Ruben Östlund (Play, Fuerza mayor) debe su título y su dimensión moral a una instalación de la artista argentina Lola Arias, en la que el “cuadrado” del título se presenta como un espacio utópico de convivencia cívica y paz social. En este ambicioso film, Christian (Claes Bang), un intelectual elegante y narcisista, es el nuevo director de un museo de arte contemporáneo. Un día, en plena calle, a Christian le roban el teléfono móvil y la billetera. Tras rastrear con un dispositivo GPS el paradero del móvil, planea recuperarlo adentrándose en un barrio periférico y obrero.

El film trabaja –con mayor presupuesto y más ínfulas– cuestiones ya transitadas por el director en sus anteriores films: las diferencias sociales, la hipocresía y el cinismo de la clase acomodada, el desapego emocional, la cobardía masculina, la incomunicación de una sociedad hipercomunicada (explorada a través de la viralización de un video políticamente incorrecto), los límites éticos frente a la libertad de expresión, la xenofobia y otras miserias de la Europa otrora opulenta y hoy en plena decadencia. El resultado es algo decepcionante porque, si bien mantiene el espíritu provocador, la creatividad y la capacidad de sorpresa de sus films anteriores, la crueldad disfrazada de autoparodia y un cierto regodeo en el patetismo de los personajes y sus situaciones hacen que el evidente talento de Östlund quede sepultado por una acumulación de performances (por momentos en la línea de su compatriota Roy Andersson) muchas veces extremas.