Si revisamos someramente la historia reciente del cine documental, podríamos concluir que pocos fenómenos le han resultado de mayor utilidad que el apogeo de la home movie como lúdico vehículo testimonial. Un hecho que, colateralmente, ha situado a las familias disfuncionales en el centro temático de los documentales del siglo XXI –de forma parecida a como ha ocurrido con la sitcom moderna–. De la crudeza autobiográfica de Tarnation al sensacionalismo de Catfish, pasando por la pirotecnia melodramática de Capturing the Friedmans, los documentalistas estadounidenses con ganas de llamar la atención (sobre todo en el Festival de Sundance), han descubierto un filón en las familias trastornadas o autodestructivas, un tesoro convertido en mina de oro en el caso de que la familia en cuestión conserve viejas filmaciones caseras. Es el caso de la interesante The Wolfpack, que cuenta una de esas historias reales que difícilmente se le ocurrirían al más fantasioso y brillante de los guionistas de Hollywood, aunque cabe reconocer que M. Night Shyamalan casi prefiguró este relato en su sensacional El bosque. En The Wolfpack, no encontramos a un clan de hippies reconvertidos en pseudo-Amish que inventan monstruosas leyendas para mantener a sus hijos lejos del progreso, pero sí a un neo-hippy que enclaustra durante años a su mujer y a sus siete melenudos hijos en un cochambroso piso del Lower East Side de Manhattan para protegerlos de la perversión capitalista.

The Wolfpack –ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Sundance– contiene varias películas en una. Por un lado, tenemos la terrorífica historia del encierro de estos siete hermanos bautizados con nombres en sánscrito (Mukunda, Krsna, Jagadisa). Un aislamiento de aliento tribal que atisbamos en unas escabrosas home movies y que alcanza una dimensión macabra en el herido testimonio de uno de los hermanos: “Hay cosas que, simplemente, no se pueden perdonar”. Esta historia conforma es el paisaje de fondo del film, pero el anzuelo es otro aún más sorprendente: la pasión cinéfila de los seis hermanos varones, que se convierten en brillantes herederos de los personajes de Rebobine, por favor, el himno al Do It Yourself de Michel Gondry. Entre las cuatro paredes de su elevada mazmorra familiar, los chicos filman gozosas versiones caseras de Reservoir Dogs, Pulp Fiction o El caballero oscuro materializando la idea más romántica de la película: la visión del cine como vía de escape a una realidad insoportable. De hecho, para cerrar el círculo y convertir la película en un salón de espejos, no hubiese estado mal que los jóvenes Angulo hubiesen hecho remakes caseros de títulos como La rosa púrpura del Cairo, por la evasión cinéfila, o de El show de Truman, por el angustioso encierro en una fantasía tan utópica como pesadillesca.

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La tercera película que habita en The Wolfpack es la más elaborada de todas, aquella en la que la mano de la debutante Crystal Moselle se hace más evidente. Se trata del proceso de emancipación que experimentan los hermanos Angulo y la madre del clan. Moselle no tiene reparos a la hora de orquestar esta historia de superación a golpe de efusivos estallidos de libertad, el más notorio de los cuales está coreografiado, mediante un veloz montaje, sobre las notas del End of the Beginning de Black Sabbath. En esta parcela, la película está a punto de sucumbir ante una cierta sobre-escritura, sin embargo, la sombra de una estructura narrativa algo forzada se ve compensada por la intensidad emocional de las entrevistas en primer plano a los Angulo. Dada la excéntrica educación de los chicos, programados para la incomunicación por un padre megalómano y alcohólico, sorprende la serenidad y locuacidad de sus declaraciones, sobre todo cuando ponen de manifiesto que los jóvenes protagonistas son plenamente conscientes de su rareza. En definitiva, no estamos ante una mirada distanciada e irónica sobre la triste y patética realidad de unos pobres frikis, sino más bien ante la afectuosa aproximación a un grupo de personas sensibles (y muy cinéfilas) que deben afrontar una tardía y ardua salida del caparazón doméstico.

Proyecciones de The Wolfpack en La Casa Encendida (Madrid).