Violeta Kovacsics

Una de las claves para identificar al asesino en serie de M, el vampiro de Düsseldorf era la recurrencia con la que este silbaba una melodía de Edvard Grieg, una pista, sonora, que permitía a Fritz Lang elaborar un suspense a partir eminentemente del fuera de campo. En Three, el maestro del thriller contemporáneo Johnnie To se sirve también de un silbido. En este caso, es un criminal hospitalizado y celosamente escoltado por la policía quien silba una pieza de Mozart. La melodía sirve de nuevo de motor de la acción: un agente la escucha en boca del detenido, un vigilante de seguridad la reproduce, un cómplice la tararea… La música de Mozart se convierte así en el detalle más relevante de un juego de pistas en el que un criminal que ha sido detenido e ingresado en un hospital pretende escapar, una doctora insiste en operarle, y un policía hace lo posible para que el detenido permanezca esposado.

To aprovecha el espacio cerrado del hospital para ahondar en la fragilidad de la ética: la de una doctora que debe sanar a un paciente que es a su vez un asesino, la de un criminal que recita la reglamentación como si él fuese la voz de la legalidad, la de un policía que piensa que para hacer su trabajo es necesario saltarse las normas. En la obra de To, la sangre siempre ha brotado a golpe de balas. La plasticidad de su cine se manifiesta a menudo en ese instante, el del impacto del disparo, cuando el cuerpo emite una difuminada nube de sangre, de gotas finas, como si saliesen de la boca de un spray. En Three, sin embargo, la sangre ocupa otro lugar: está en las inyecciones, en los tubos y las bolsas de un quirófano, en el interior del cuerpo de un enfermo. La película se abre así, en plena cirugía. La sangre se transforma, y aunque la violencia parezca por momentos menos explosiva, la visceralidad propia del cine de To está ahí: frontal, sin tregua, sobre la mesa de operaciones.

Para To, la acción funciona como una coreografía, y en Three esto queda patente tanto cuando el suspense se dilata como cuando la violencia termina por estallar, en un plano secuencia al alcance de un elegido. En esta escena, perfectamente acabada gracias a la tecnología digital, los cuerpos flotan en el aire como si la gravedad se hubiese suspendido, y el tiempo se hubiese detenido. En Three, todo tiene que ver con la temporalidad. El thriller debe esperar, agazapado, hasta que el reloj se consuma, el suspense cese y la acción pueda hacer su entrada triunfal.

El presente artículo apareció publicado originalmente en el Diario del Festival de Sitges. El texto se reproduce con permiso de la autora, también editora de dicho diario.