Wang Bing se ha convertido, película a pelicula, en uno de los nombres esenciales del cine documental contemporáneo (con sus incursiones en la ficción), basándose siempre en un sistema de rodaje que bebe directamente de la herencia del cine observacional, pero trabajando y explotando las posibilidades técnicas de las cámaras digitales, y definiendo una distancia entre la cámara y lo filmado que no es siempre la de aquella mosca en la pared de la que hablaban los cineastas del direct cinema norteamericano, sino que tiene que ver más con la de un acompañante, evidente, pero silencioso, testigo mudo, pero participante, de la acción. En esa herencia del cine observacional, Wang Bing está adaptando, a su manera, el proyecto de Frederick Wiseman de documenta intensivamente su país, en este caso la China comunista, a través de todos los ángulos posibles. Y como hiciera ya Wiseman, también Bing se ha fijado en una institución mental para una, esta, de sus peliculas. Devastadora, intensa, aterradora, la película es una interrogación sobre las condiciones de vida de un grupo de internos en un hospital mental, pero sobre todo, un retrato off screen de la China contemporánea a través de lo que considera locura. Como siempre en las películas de Bing, lo importante está fuera de campo. GdPA

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