1. BELLE, de Mamoru Hosoda. Por su capacidad de formular, a partir de un cuento clásico, una alegoría de las redes sociales que no solo resulta vibrante, sino radical en su humanismo. Un musical colosal.

2. The Innocents, de Eskil Vögt. La película de Vögt podría ser un cuento más de Los niños tontos, de Ana María Matute. Relato fantástico oscurísimo y cruel, narra cómo la pérdida de la inocencia proviene de la (a veces) triste imposibilidad de comunicación entre niños y adultos.

3. Last night in Soho, de Edgar Wright. No es el film más emocionante del director, ni tampoco el más divertido. Es otra cosa. Y está bien que así sea. Wright encuentra su camino entre lo tortuoso y lo oscuro.

4. Tres, de Juanjo Giménez. Premisa originalísima que trasciende el ensimismamiento de lo puramente cinematográfico. Giménez construye aquí un melodrama punzante a partir del trabajo de una inmensa María Nieto, con un esquema narrativo similar al de una película de origen de superhéroes.

5. The Scary of Sixty-First, de Dasha Nekrasova. Es una hilarante crónica social de la Nueva York de ahora con ecos del Brian de Palma de los 70. Arriesgada, inteligente y libre, juega siempre en el límite, y por eso cumple del todo con el espíritu de la sección Noves Visions del Festival de Sitges.

6. La abuela, de Paco Plaza. Terrorífica. Si bien su historia es más elemental de lo que cabría esperar de un guion de Carlos Vermut (manierismos conceptuales incluidos), gana por su nula pomposidad en la puesta en escena.

7. Historias para no dormir: Freddy, de Paco Plaza. Más Paco Plaza. El mejor episodio (con diferencia) del remake de la serie de Chicho Ibáñez Serrador. Divertidísimos Miki Esparbé y su muñeco ventrílocuo. Rebosa amor a la magia de rodar cine. O vídeo. O lo que sea.

8. Barbaque, de Fabrice Eboué. Políticamente incorrectísima, recuerda al cine irreverente de Benoît Delépine y Gustave Kervern, pero muy pasado de vueltas. Puro Sitges.

9. Silent Night, de Camille Griffin. No encuentra siempre el tono entre la comedia navideña y el drama apocalíptico. Pese a la irregularidad de su guion, es mordaz y con bienvenidos tramos de melancolía. Final devastador.

10. Veneciafrenia, de Álex de la Iglesia. De discurso más endeble de lo que cabría desear, emociona por el empleo formidable y sugerente de la parte más terrorífica de la ciudad de los canales. Pero ¡queremos más sangre!