Mejor película: Desde que empecé a elaborar mis rankings cinéfilos de fin de año, creo que esta es la primera ocasión en la que me resulta imposible elegir una favorita. Las razones de esta flagrante (y algo cobarde) indecisión son, por una parte, el visionado de dos obras maestras como Lazzaro feliz de Alice Rohrwacher y El hilo invisible de Paul Thomas Anderson; y, por otra parte, la aparición de tres monumentos fílmicos situados más allá del bien y del mal: The Other Side of the Wind de Orson Welles, La flor de Mariano Llinás y Le livre d’image de Jean-Luc Godard.

Mejor dirección: High Life de Claire Denis. Además de subvertir varias de las claves estéticas de la ciencia ficción espacial, lo nuevo de Denis puede verse como un compendio extremista y totalizador del imaginario de la cineasta francesa. High Life hermana a la Denis más nihilista, cárnica y sensual –ojo a la escena de sexo del año, entre Juliette Binoche y un orgasmatrón orgánico-maquinal digno del Cronenberg ballardiano– con la Denis que supo reescribir Primavera tardía de Yasujirō Ozu en 35 rhums.

Mejor actor: Willem Dafoe en At Eternity’s Gate de Julian Schnabel. Rompiendo con el cliché que reduce a Van Gogh a la condición de mártir, Dafoe se entrega al goce de la creación artística (pictórica y actoral) y corona su retrato con el fulgor incandescente de su sonrisa.

Mejor actriz: Zhao Tao en Ash is Purest White de Jia Zhang-ke. La forma que tiene Zhao Tao de deambular por la frontera entre la tradición y la modernidad, así como su modo discreto, pero al mismo tiempo decidido, de encarnar la más profunda melancolía y la más rotunda dignidad, han convertido a la musa de Jia Zhang-ke en una brújula necesaria (compasiva y doliente) para comprender nuestro lugar en el mundo contemporáneo.

Mejor actor secundario: Jonah Hill en No te preocupes, no llegará lejos a pie de Gus Van Sant. Además de reencarnar al Barry Egan de Punch-Drunk Love de P.T. Anderson en la delirante Maniac –mi guilty pleasure del año–, Hill volvió a demostrar que, cuando se trata de transmutar el histrionismo en puro naturalismo, no hay nadie como este genio de la alquimia actoral.

Mejor actriz secundaria: Barbara Lennie en Todos lo saben de Asghar Farhadi. Incluso en una película proclive a la vigorexia dramática y el atletismo actoral, Lennie encontró espacio para los matices anímicos, para la delicada modulación que exigen los complejos pliegues de la experiencia humana.

Mayor consolidación autoral: Relaxer de Joel Potrykus. Hay pocas cosas más emocionantes que ver cómo crece en ambición y se consolida, a golpe de férrea coherencia, la obra de un autor admirado. Relaxer (o 2001: Una odisea anarco-gamer) confirma a Potrykus como el cineasta norteamericano contemporáneo más comprometido con el retrato de la marginalidad. Sus criaturas se nos presentan consumidas por la nada cotidiana (quintaesencia de la sociedad de consumo) y se embarcan en extrañas odiseas trágicas: por ejemplo, la conquista del glitch perdido en las entrañas del videojuego Pac-Man.

Mejor programa doble: Roma de Alfonso Cuarón y Cold War de Paweł Pawlikowski. Dos notables inmersiones formalistas y monocromáticas en el territorio de la memoria, tanto la personal como la prestada a los directores por sus seres queridos.

Mejor cita: “Solo en el fragmento es posible encontrar la verdad”, de Bertolt Brecht en Le livre d’image de Jean Luc-Godard.

Mejor película para debatir: The Other Side of the Wind de Orson Welles. ¿Obra maestra o invento de Netflix? ¿Advenimiento cinéfilo u operación de marketing? ¿Un film de Orson Welles o uno de Oja Kodar? ¿Un pastiche inacabado o un visionario eslabón perdido de la Historia del cine?

Mejor evolución autoral: The Favourite de Yorgos Lanthimos. Renunciando al quietismo de sus intérpretes, a la declamación impersonal, a las premisas surrealistas y a los giros fantásticos, el director de Langosta descubrió las ventajas de atender a los motivos y sentimientos de sus personajes. La actriz Olivia Coleman, en la piel de una infantilizada y trágica Reina Anne de Inglaterra, terminó de certificar la resurrección empática de Lanthimos.

Mejor cortometraje: Blue de Apichatpong Weerasethakul. Sueños, materialismo pre-digital, Jenjira Ponpas, reflejos, tradiciones, espejismos, fuegos interiores y un interrogante irresoluble: ¿quién es el sujeto y quién el objeto en el diálogo entre la vida y el arte?

Mejor frase: “Tengo dudas, pero no tengo ninguna intención de resolverlas”; palabras de Juan Gutiérrez (mediador en el conflicto vasco) a propósito de su antigua amistad con Roberto Flórez (espía del CESID) en Mudar la piel de Ana Schulz y Cristóbal Fernández.

Mejor momento musical: La inolvidable escena de Burning de Lee Chang-dong en la que una chica baila al son de la trompeta de Miles Davis (interpretando un tema de la banda sonora de Ascensor para el cadalso de Louis Malle) mientras dos chicos contemplan la escena con el mismo asombro, deslumbramiento y desconcierto que el espectador.

Mejor experiencia en una sala de cine: Las catorce horas (más las dos de presentaciones y coloquios, más las dos de podcast) que me regaló Mariano Llinás con La flor.

Experiencia cinéfila más intensa fuera de una sala de cine: La traumática salida de la proyección de Lazzaro feliz de Alice Rohrwacher en el Festival de Cannes, o el shock de reafirmarse en la belleza de la naturaleza humana, para acto seguido descubrir un mundo de veleidades, materialismo y frivolidad.

Mejor complemento: Las monturas arqueadas de las gafas de Daniel Day Lewis en El hilo invisible de Paul Thomas Anderson, o el protagonista del film como una línea recta enfrentada a una realidad curva.

Mayor identificación con una película: Mirai de Mamoru Hosoda. A fuerza de practicar el análisis fílmico, uno tiende a perder parte de la inocencia de la primera cinefilia, incluida la propensión a identificarse con los personajes de las películas. Sin embargo, cómo no verse reflejado en una película que recrea, casi al dedillo, la propia vida. Mirai, el nuevo y endiabladamente sensible anime de Mamoru Hosoda, tiene entre sus protagonistas a un padre que trabaja en casa –es arquitecto– mientras lidia con el cuidado de sus dos hijos pequeños, un niño de unos tres años y una recién nacida. Así, ¿cómo no vivir la película desde dentro? ¿Cómo no admirar el verismo con el que Hosoda atiende a las virtudes y falibilidades de su protagonista, superado por las circunstancias? ¿Cómo no adorar una película que ilustra como pocas el complejo proceso de aprendizaje que supone formar una familia?

Mejor documental: The Waldheim Waltz de Ruth Beckermann. A partir de imágenes de archivo grabadas por la propia directora, este documental sobre el descubrimiento, en la década de 1980, del oscuro pasado nazi de Kurt Waldheim, ex-Secretario General de la ONU, destapa, con alarmantes resonancias contemporáneas, las miserias del nacionalismo, la pervivencia del antisemitismo (y, en general, del racismo en Europa), y la crisis de la noción de verdad en un mundo mediatizado.

Mejor film conceptual: The Load de Ognjen Glavonic. Para defender el calificativo de obra “conceptual”, quizá sería suficiente con mencionar que The Load aborda en clave ficcional los terroríficos acontecimientos que retrataba el documental Depth Two, dirigido por el propio Glavonic. Pero es que, además, para evocar la obstinación con la que la memoria histórica se resiste a perecer, este joven director serbio dota a su película de una estructura narrativa con forma de árbol, símbolo de vida y resistencia contra el olvido.

Mejor película de género: Transit de Christian Petzold. 2018 fue un gran año de cine político, y sobre todo de ese “cine hecho políticamente” que reclamaba Godard. En su nueva película, Petzold –todo un coloso del cine europeo actual– adapta la novela homónima de Anne Seghers, ambientada en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, y la traslada a nuestro tiempo, es decir, a la Europa del nuevo populismo y las políticas xenófobas. Como de costumbre, Petzold maneja a placer los códigos del melodrama, pero encuentra múltiples formas de enrarecer el relato con extrañas voces en off, presencias fantasmagóricas y actores que se mueven como zombis extraviados. Un gran ensayo sobre la pérdida de la identidad en un mundo a la deriva.

Mejores escenas de acción: Los frenéticos combates de Killing, el antiromántico acercamiento de Shinya Tsukamoto al cine de samuráis (o chambara). Entre el extrañamiento y el hiperrealismo, estos frenéticos duelos de katanas instigan en el espectador el miedo a parpadear y perderse un encuadre o un gesto crucial, un efecto similar al que provocara Hou Hsiao-hsien con las sublimes batallas de The Assassin.

Mejor adaptación literaria: Si Zama de Di Benedetto/Martel fue mi experiencia literario-cinéfila de 2017, la dupla formada por la novela Incendios de Richard Ford y la película Wildlife de Paul Dano marcó mi 2018. Wildlife, un film de miradas e intuiciones, me retrotrajo, de un modo vívido y punzante, a la experiencia formativa que supuso la separación de mis padres en mi adolescencia. Incendios, una novela prendada de agudas reflexiones, me enfrentó a la cara más atribulada de mi días como padre. ¡Qué gran aventura artístico-vital!

Mejor final: Ready Player One de Steven Spielberg. Esta película sobre el caos mercantilizado de la cultura virtual terminar con un gesto transparente, “real” y cargado de humanidad. Conseguir que dicha clausura resulte resonante pero no subrayada, emocionante pero no ñoña, es una proeza al alcance de unos pocos elegidos. Spielberg es uno de ellos.

Mejor animal: El gato de Hotel by the River de Hong Sang-soo. La dimensión poética de la meditación que propone Hong sobre las edades del ser humano ha despertado comparaciones con Bergman. Sin embargo, el cine vivo y zigzagueante de Hong exhibe, en sus mejores momentos, una reticencia a la predeterminación ajena al universo del director de Fresas salvajes. El mejor ejemplo de ello lo encontramos en la aparición, en largo y fortuito plano fijo, de un gato que recorre relajada e inquisitivamente la entrada del hotel que da título a esta gran película de Hong.

Mejor uso del montaje: Suspiria de Luca Guadagnino. En la escena más memorable de esta nueva Suspiria, el personaje de Dakota Johnson realiza una espasmódica danza macabra que, a través de un endiablado uso del montaje, deviene una colección de gestos homicidas que aporrean violentamente un cuerpo inocente. Tal como apunta la escena, en los contextos históricos marcados por la barbarie, la violencia deviene una fuerza invisible, permitiendo incluso que el agresor ignore las repercusiones de sus actos.

Mejor homenaje: La referencia a Doble cuerpo de Brian De Palma en Under the Silver Lake de David Robert Mitchell. En una nueva vuelta de tuerca al voyeurismo hitchcockiano, Mitchell convierte las cámaras y prismáticos de De Palma en un dron que, desde una ubicación inexacta, vuelca imágenes sobre una pantalla de ordenador. Imágenes que convierten la sensualidad en pura desazón, melancolía y alienación millenial.

Mejor film político: Support the Girls de Andrew Bujalski. Esta oda al titánico empeño cotidiano de un grupo de trabajadoras de un restaurante de-escotes-y-minifaldas disecciona con ternura y espíritu crítico lo que Richard Linklater calificó como “the politics of everyday life”.

Mejor trabajo de puesta en escena: Los archivos del Pentágono (The Post) de Steven Spielberg. En la mayoría de escenas de este majestuoso film de Spielberg, imperan las puertas cerradas y los cortes de montaje, emblemas de una realidad impenetrable, encriptada por el poder para obstaculizar el acceso a la verdad. Sin embargo, en el momento en el que los papeles del Pentágono caen a manos de la gente del Washington Post, en la casa de Ben Bradlee, las puertas se abren y la cámara empieza a moverse sinuosamente por los espacios, encarnando el ideal de libertad que celebra la película.

Película más infravalorada: The Mountain de Rick Alverson. Esta suerte de híbrido imposible entre The Master de Paul Thomas Anderson y el universo de Tsai Ming-liang fue mi película favorita de la Competición Oficial del Festival de Venecia, aunque si fuese por la atención que le dedicó la crítica y la prensa, uno podría pensar que la película nunca estuvo ahí.

Mejor guion: The Ballad of Buster Scruggs, donde los hermanos Coen vampirizaron el género del western, descontextualizándolo a nivel histórico y cinéfilo, hasta convertirlo en una vía de expresión de su imaginario personal: una visión nihilista y misantrópica del mundo, punteada por súbitos brotes de romanticismo.

Mejor título: What You Gonna Do When the World’s On Fire? de Roberto Minervini.

Mejor comedia: La muerte de Stalin de Armando Iannucci.

Mejor voz en off: La de Elena López Riera en su cortometraje Los que desean. Mientras las imágenes capturan signos difusos y locuaces de un festín de deseo, la voz en off explicita, entre la sugerencia y la concreción, las reglas del juego.

Mayor sorpresa: The House that Jack Built de Lars Von Trier. De la premisa más simple –un asesino psicópata relata sus atroces crímenes–, Von Trier se sacó de la manga una de sus películas más inspiradas: una meditación, en clave de film-ensayo (y, por ende, proclive al autocuestionamiento), sobre las responsabilidades y padecimientos que conlleva la creación artística. 

Mejores elipsis: Las de Atardecer de László Nemes, o la maravilla de no saber cuándo y cómo se desplaza la protagonista de la película entre os diferentes escenarios del film.

Mejor film redescubierto: De las películas pretéritas que pude descubrir o recuperar este año (muchas menos de las que me gustaría), ninguna me provocó un impacto más profundo que Dublineses (Los muertos) de John Huston.

Mejores críticas: Sergi Sánchez es un crítico en estado de gracia y cada una de sus críticas semanales, recopiladas en su imperdible muro de Facebook, se lee con un mezcla de admiración y envidia. Seguir a Nick Pinkerton ofrece grandes recompensas, como leer su deslumbrante crítica para Sight & Sound de la muy emocionante 15:17 Tren a París de Clint Eastwood: “La propia incomodidad (de los actores) crea efectos que trascienden las categorías de la buena o mala interpretación. Su amateurismo resulta conmovedor; es fácil descubrirse a uno mismo animándolos a negociar cada escena sin meter demasiado la pata. Su compenetración evoca una producción de patio trasero hecha por amigos de la infancia, y la apuesta de casting de Eastwood termina abriendo la película a una contemplación de la masculinidad como performance”. Por último, lo mejor que leí sobre Roma –la película de la que escribió TODO el mundo– lo firmó el maestro mexicano Jorge Ayala Blanco. Aquí una pequeña muestra: “travellings laterales de una película-objeto de inteligente y sensible cinéfilo de época en su autoelevación de hombre-orquesta hacia la más alta Praxis del Cine (Metz, Burch), eternos travellings de ida y vuelta o de vuelta y media que comienzan acariciantes y cada vez se exasperan más hasta convocar una trágica serie de irremediables desgracias creadas sólo por y para la cámara”.

Películas más vistas en 2018: Moana/Vaiana de John Musker, Ron Clements, Don Hall y Chris Williams, y The Myth of the American Sleepover de David Robert Mitchell.

Lo mejor de 2018: Laura, Gala y Pau. El último gol de Andrés Iniesta con el Barça. Publicar un artículo de portada en mi revista de crítica de cine favorita, Film Comment.