Mejor Película: Malmkrog de Cristi Puiu. Que una película nos haga rememorar los tiempos en los que Manoel de Oliveira nos regalaba una “película hablada” cada año (cuando no dos) no tiene precio. Aún más extraordinario es que una película consiga transportarnos hasta ese momento trascendental, para la Historia del cine, en el que los espectadores de Psicosis de Hitchcock sintieron que la pantalla, y el mundo tal como lo conocían, se resquebrajaba bajo el cuchillo de Norman Bates.

Mejor Director: Abel Ferrara por Siberia y Sportin’ Life. En un pasaje clave de Siberia, el protagonista (interpretado por Willem Dafoe, en una nueva encarnación del alter ego del cineasta del Bronx) se adentra en una misteriosa gruta que deviene una representación de su subconsciente. Más allá de la lectura psicoanalítica, lo remarcable aquí es el escenario elegido: una cueva de las maravillas poblada por figuras espectrales, apariciones pesadillescas y soles resplandecientes. Al asistir, embelesado, al despliegue imaginativo y confesional de Ferrara, no podía dejar de pensar en la fiereza incorruptible de uno de los cineastas más toscos y compasivos del cine de las últimas décadas. Pensaba que, en los tiempos tremebundos que nos está tocando vivir –una era vampirizada por el populismo, la banalidad y el sentimentalismo–, necesitamos más que nunca la honestidad brutal y el espíritu no-reconciliado de Ferrara. Pensaba también en lo mucho que seguimos necesitando a Buñuel, Chaplin, Pasolini, Kiarostami… Pensaba que todos ellos, como Ferrara, hacían sus películas como los primeros creadores de pinturas rupestres, moradores de las cuevas, artesanos que creaban obras profético-esotéricas, obras que no perseguían la notoriedad, sino que respondían esencialmente a impulsos nobles y primigenios, obras destinadas a persistir más allá del escrutinio público. Ferrara, cineasta cavernario.

Película que vi más veces: Uncut Gems de Joshua y Ben Safdie. La primera vez que vi la nueva película de los hermanos Safdie, las transiciones cósmico-trascendentes por el interior de un ópalo y por el organismo de Howard “Howie” Radner (Adam Sandler) me parecieron una muestra de exhibicionismo autoral. La segunda o tercera vez que vi la película, empecé a intuir una conexión entre esos fogonazos de abstracción y la existencia casi descorporizada de Howie, un hombre entregado al deseo ludópata, a una cierta conquista mística de lo imposible. Uncut Gems explora un mundo sometido a los estímulos intangibles y a la híper-velocidad de la sociedad de consumo neocapitalista. Sin embargo, la encomiable renuncia de los Safdie a juzgar a su protagonista, hacen de la película un campo abierto para las lecturas más improbables. En mi caso, me identifiqué profundamente con Howie en su decidida apuesta por vivir a su manera, contraviniendo toda lógica o sentido común, entregándose en cuerpo y alma al viejo arte de “venirse arriba” con la excusa más impensada (en su caso, la posibilidad de alcanzar la gloria en un duelo épico contra el azar, orquestado en torno a una apuesta múltiple a la victoria de los Boston Celtics en un partido de play-offs de la NBA; en mi caso, el sueño de llegar a escribir una crítica de cine que pudiese interesar a Manny Farber).

Mejor Actriz: Tilda Swinton en The Human Voice (La voz humana) de Pedro Almodóvar. La aparición post-pandemia de Almodóvar supuso una de las alegrías cinéfilas del año. Su nuevo acercamiento al mítico monólogo de Jean Cocteau se elevó a las cimas del cine más impuro mediante una puesta en escena en la que batallan, en igualdad de condiciones, lo teatral y lo cinematográfico. En este escenario fértil para la expresividad actoral, Tilda Swinton estableció con Almodóvar un pacto férreo para remodelar el arquetipo de mujer despechada Anna Magnani e Ingrid Bergman que inmortalizaron en las anteriores versiones fílmicas de la pieza de Cocteau. En The Human Voice, la heroína de la función jamás pierde su entereza. El dolor puede afligirla, exponer su vulnerabilidad, pero jamás le arrebata la dignidad, esa incombustible fortaleza interior de la que siempre hace gala Swinton. En el cortometraje de Almodóvar, la tenacidad le sirve a Swinton para combatir el desconsuelo de su personaje, pero también para una cuestión de orden más metaficcional: sobrellevar la soledad de la actriz que se enfrenta a la cámara a pecho descubierto.

Mejores Actores: El cuarteto protagonista de One Night in Miami de Regina King. En su ópera prima como directora, la actriz Regina King nos abre las puertas a la dimensión humana de cuatro mitos inmortales de la cultura negra: Malcolm X (interpretado por Kingsley Ben-Adir), el boxeador Cassius Clay (Eli Goree), el jugador de fútbol americano Jim Brown (Aldis Hodge) y el cantante Sam Cooke (Leslie Odom Jr.). Más allá de la inspiración conjunta del cuarteto protagonista, que exhibe un genuino espíritu de equipo, resultan especialmente destacables las interpretaciones de Goree, que hace justicia a la energía volcánica de Clay, y de Odom Jr., que después de conquistar Broadway con su visceral y herida encarnación de Aaron Burr en el musical Hamilton, asalta la gran pantalla domando la voz aterciopelada de Cooke y sosteniendo con entereza el idealismo pragmático de su personaje.

Mejor Actor Secundario: Fred Melamed en Shiva Baby de Emma Seligman. Pese a ser el intérprete que más veces ha aparecido en películas de Woody Allen, después de Mia Farrow, Diane Keaton y el propio Allen, no tomé consciencia del peculiar talento de Melamed para trastear con el arquetipo del hombre judío neurótico hasta que le descubrí como el desastroso manager de Maria Bamford en la magnífica serie de Netflix Lady Dynamite (no la esperen entre las recomendaciones del algoritmo). En la comedia negra Shiva Baby, Melamed interpreta a un tipo afable y torpe, experto en meter a su hija adolescente en situaciones incómodas. Hay que rendirse ante el talento de este humorista para manejarse con apabullante convicción por la inconveniencia más lacerante. En manos de Melamed, la incomodidad se vuelve pura poesía.

Mejor Actriz Secundaria: Ellen Burstyn en Fragmentos de una mujer (Pieces of a Woman) de Kornél Mundruczó. En lo nuevo del director de Jupiter’s Moon, Burstyn interpreta a una madre entrometida e implacable que, como heredera de supervivientes del Holocausto, ha hecho de la resiliencia estoica su particular mantra existencial. El personaje lo tenía todo para encarnar la cara más cruel y misantrópica del film de Mundruczó; sin embargo, en la hondura dramática de la interpretación de Burstyn emerge una fuerza compasiva que trasciende la pulsión fatalista de la película. Hay actrices capaces de rescatar películas insalvables.

Mejor Dueto Actoral: Paula Beer y Franz Rogowski en Undine de Christian Petzold. En una entrevista realizada tras el estreno de la magistral Transit, Petzold definía a su dúo de amantes crucificados como unas criaturas “demasiado jóvenes y demasiado viejos para su edad”. ¿Qué mejor definición para los personajes con los que Beer y Rogowski se reencuentran con Petzold en Undine? Los cuerpos de estos intérpretes de facciones únicas (el labio leporino de él y las encías protuberantes de ella son ya fetiches del cine contemporáneo) devienen aquí receptáculos privilegiados del (no)tiempo del mito, de la Historia del arte, de la sublimación del amor y de la historia de Berlín y sus desheredados.

Mejor Diálogo: Una de las escenas más memorables de Estaba en casa, pero… de Angela Schanelec procede en plano secuencia y sigue a un joven director de cine y a la protagonista del film, una madre marcada por la pérdida de su marido y por la difícil relación con sus hijos. La madre, que es actriz (Maren Eggert), y el director (Dane Komljen) discuten acerca de cómo el trabajo actoral puede construirse desde el artificio o desde un cierto realismo naturalista. En las airadas reflexiones de la protagonista, emergen diferentes dogmas actorales vinculados a las nociones de “verdad” y “mentira”. La discusión resuena con fuerza en la poderosa caja de resonancia que es Estaba en casa, pero…, donde la apuesta general por una cierta austeridad gestual, de tintes bressonianos, se resquebraja ocasionalmente para dar lugar a estallidos emocionales que traen a la memoria el cine de John Cassavetes. Teoría del cine en palabras e imágenes.

Mejor Trabajo Metafílmico: En Wife of a Spy de Kiyoshi Kurosawa, el protagonista combina un trabajo de oficinista con una pasión por la realización de películas amateur de suspense. En el momento en el que se desata la trama de espionaje del film, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, Kurosawa emplea esas películas caseras como uno de los engranajes de un prodigioso juego de engaños y espejismos narrativos e identitarios. El cine como baile de máscaras.

Mejor Film Referencial: Mainstream de Gia Coppola, o una revisión de Un rostro en la multitud (A Face in the Crowd) de Elia Kazan para la era de los influencers digitales.

Mejores Efectos Especiales: Leyenda dorada de Chema García Ibarra y Ion de Sosa.

Mayor Audacia Autoral: Un año después de que Martin Scorsese convirtiese la notable El irlandés en un grotesco espectáculo de rejuvenecimiento digital, Spike Lee coronó su magnífica Da 5 Bloods con una inspirada muestra de descaro autoral. En lugar de rejuvenecer con CGI a sus veteranos actores, o de contratar a jóvenes para que interpretasen el pasado de los personajes, el cineasta de Brooklyn se animó a jugar con lo anacrónico, invitando a su flamante troupe de abueletes a encarnar, sin apenas maquillaje, la juventud de sus personajes. Eso es confiar en la fuerza de la ficción… y en la modernidad del cine.

Mejor Ejercicio de Autoficción: El rey del barrio (The King of Staten Island) de Judd Apatow. Ocho años después de diseccionar las rutinas de su propia familia en Si fuera fácil (This is 40) –con Paul Rudd como su alter ego, y su esposa, Leslie Mann, y sus hijas interpretando versiones ficcionales de sí mismas–, Apatow volvió a sumergirse en las aguas de la autoficción, aunque esta vez la materia prima narrativa es la vida de un tercero. En la agridulce El rey del barrio –otra de esas historias de maduración que obsesionan a Apatow–, el humorista Pete Davidson (enfant terrible de la última generación del Saturday Night Live) pone al servicio del film su propio viacrucis vital, marcado por la muerte de su padre, un bombero neoyorquino, en los atentados del 11 de septiembre de 2001. En la película no hay mención alguna al derrumbamiento de la Torres Gemelas, pero la ausencia del padre es el motor de un film en el que Apatow vuelve a demostrar que, más que el rey de la comedia americana, es uno de los grandes autores de la dramedy contemporánea.

Mejor trabajo con material de archivo: Il varco de Michele Manzolini y Federico Ferrone. En esta lírica fantasmagoría sobre el tránsito de unos soldados desde Italia hasta el frente soviético, en la Segunda Guerra Mundial, resuenan con inquietante intensidad las tensiones de la Europa actual.

Mejor Cortometraje: Apiyemiyekî de Ana Vaz. ¿Es posible mostrar los testimonios gráficos del horror histórico –el genocidio del pueblo indígena Waimiri-Atroari a manos del estado brasileño– sin caer en la exposición obscena de la barbarie, sin sucumbir al tremendismo y la pornomiseria? ¿Es posible dar “voz” a los indígenas sin imponer una mirada exterior, foránea? La brasileña Ana Vaz resuelve este desafío desde el pudor y el compromiso, renegando del didactismo y construyendo una poética fantasmagórica con la que hermanar pasado y presente, a la manera de John Gianvito o Travis Wilkerson.

Mejor Momento Musical: La versión punk del tema Dancing in the Dark de Bruce Springsteen a cargo de los Downtown Boys en Miss Marx de Susanna Nicchiarelli.

Mejor Antibiopic: Karen de María Pérez Sanz. Entrecruzando los espíritus de Albert Serra y Kelly Reichardt, y recreando la serena contundencia de obras heterodoxas como Last Days de Gus Van Sant o Saint Laurent de Bertrand Bonello, Pérez Sanz sumerge al espectador en la cotidianidad africana de la escritora danesa Karen Blixen, a la que da vida una excepcional Christina Rosenvinge.

Mejor Spin-off: Hopper/Welles de Orson Welles. En The Other Side of the Wind, Dennis Hopper aparecía brevemente en pantalla interpretándose a sí mismo e interactuando con el personaje de Jack Hannaford (John Huston). En el pasado Festival de Venecia, y luego en Documenta Madrid, pudo verse la restauración de las dos horas de “entrevista” de Orson Welles a Hopper que dieron como fruto la escena de The Other Side… Planteado como un estudio sobre las posibilidades escrutadoras-violentadoras del primer plano, este singular spin off –una suerte de maratoniano screen test warholiano– tiene de todo: una (desigual) lucha de titanes entre el Hollywood clásico y el Nuevo Hollywood; reflexiones sobre todas las fases de la creación cinematográfica; un festín alcohólico que convierte las borracheras de las películas de Hong Sang-soo en un juego de niños; y un laberíntico juego de espejos entre la realidad y la ficción.

Momento Más Conmovedor: El recitado conjunto de una poesía en idioma bubi por parte del poeta Justo Bolekia Boleká y su hija Reba-Xustina Bolekia Bueriberi en Anunciaron tormenta de Javier Fernández Vázquez. La transmisión paternofilial y la resistencia cultural como formas de lucha contra la desmemoria de la barbarie colonialista, en este caso, la cometida por la corona española contra los indígenas de Guinea Ecuatorial.

Mayor Sorpresa: El canto del lobo (Le chant du loup) de Antonin Baudry. Combinando el rigor de la ingeniería (Baudry estudió ingeniería de caminos en l’École polytechnique) con la sagacidad de la diplomacia (el director trabajó durante años en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés), el autor del cómic Quai d’Orsay crea un thriller submarino vibrante y sobrio que se asienta sobre un estudio nada simplista del estamento militar, en el que el talento y heroísmo de los combatientes contrasta con las absurdas órdenes que deben cumplir. David Simon podría hacer una obra maestra televisiva con este material.

Mejores Joyas Recuperadas: Varias películas que no había visto protagonizadas por la gran Miriam Hopkins. A destacar: El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde) de Rouben Mamoulian, Secuestro (The Story of Temple Drake) de Stephen Roberts y Vieja amistad (Old Acquaintance) de Vincent Sherman.

Mejor Viaje Cinéfilo: Todavía no tengo muy claro qué pensar sobre First Cow de Kelly Reichardt. Sus primeros compases prometen una suerte de relectura de Dead Man de Jim Jarmusch: el proverbio de William Blake, los riffs de guitarra a lo Neil Young que acompañan la apertura, los cadáveres de los protagonistas, la amistad intercultural… Contra esta mirada de cinéfilo oportunista, la película se eleva de un modo único gracias a su renuncia al misticismo. Se diría que Kelly Reichardt, en su cine, aspira a desprenderse de todo rastro de trascendentalismo; sin embargo, ahí está el misterioso plano de un indio entregado a un ritual espiritual, o también las pinceladas de angelismo que envuelven al personaje de Cookie (John Magaro), ¿la criatura fílmica más pura desde el Lazzaro de Alice Rohrwacher? Reichardt ha alcanzado tal grado de plenitud expresiva que sus obras, en su flagrante transparencia, alumbran sin alardes una de las pocas verdades que deberían importarnos a los críticos: que las películas, como la vida, son inclasificables, esquivas, complejas, fluctuantes, alérgicas a los dogmas, a los esquemas cerrados. ¿Qué es First Cow? ¿Un tratado sobre el plano detalle que hubiese vuelto loco a Bresson o una colección de estampas paisajísticas deudoras de la obra de Peter Hutton, a quien está dedicada la película? ¿Estamos ante un neowestern refundacional o una tentativa de destrucción de los propios códigos del género? ¿Es First Cow una intimista historia de amistad y lucha de clases, o quizá una pieza más en el colosal fresco contrahistórico y contracultural que Reichardt lleva construyendo durante 25 años, una tarea equiparable a la escritura de A People’s History of the United States de Howard Zinn?

Peor escena de una buena película: City Hall de Frederick Wiseman. En esta obra monumental sobre la teoría y la praxis de la buena política, hay una escena en la que el maestro Wiseman demuestra una extraña condescendencia para con su objeto de estudio: el alcalde de Boston, Marty Walsh. En un encuentro con una asociación de veteranos del ejército estadounidense, el alcalde, confiando en la eficacia de su retórica, tiene la ocurrencia de proponer un ridículo paralelismo entre su proceso de superación del alcoholismo y los traumas que arrastran sus oyentes tras sus experiencias en combate. Por una vez, Wiseman no nos muestra un ángulo esencial de la escena: los contraplanos de los exsoldados, seguramente sorprendidos, si no ofendidos, por la peregrina analogía esbozada por el gran alcalde bostoniano.

Mejor escena de una mala película: El largo interrogatorio a la protagonista de Never Rarely Sometimes Always, en la clínica de Manhattan en la que podrá, finalmente, abortar. La precisión con la que la directora y guionista Eliza Hitman equilibra el rigor del cuestionario (destinado a rastrear patrones de abuso sexual) y el vendaval de emociones experimentadas por la joven protagonista resulta encomiable. Todo lo contrario ocurre con el festín de calamidades con el que Hitman fustiga a su heroína a lo largo del film: un padre insensible, doctoras antiabortistas, trabajo basura, jefe asqueroso, un incómodo cambio de autobús en un viaje a Nueva York, un encuentro con un exhibicionista en el metro, ¡una derrota ante una gallina jugando al “3 en raya”!… Por no hablar de una bochornosa escena en la que, para reafirmar el vínculo de la protagonista con una amiga, las chicas se dan la mano con una pared de por medio mientras la amiga se morrea con un chaval al que utilizan para costearse la vuelta a casa desde la gran ciudad. No quiero imaginar las reacciones que habría generado esta película si hubiese llegado firmada por Ken Loach o Isabel Coixet.

Película que adoré, pero que casi todo el mundo pareció detestar: Tenet de Christopher Nolan. En mi regreso a la sala de cine, después de meses de confinamiento, gocé como un niño dejándome zarandear por los castillos de arena narrativos y los ingenios plásticos (herederos del cine de Méliès) de Nolan. Por momentos, y ante la imposibilidad de seguir el hilo del intricado dispositivo fílmico, pero aceptando la exigencia de una “fe” ciega en el poder de sus imágenes e ideas, Tenet me trajo a la memoria ciertas sensaciones comunes al visionado de las últimas películas de Jean-Luc Godard.

Película que detesté, pero que todo el mundo pareció adorar: Estoy pensando en dejarlo. Mis problemas con Charlie Kaufman empiezan a bordear lo neurótico. De hecho, empiezan a parecerse a una película de Kaufman, mérito del misantrópico y enervante universo creativo del director de Synecdoche, New York. No consigo comprender la fascinación que despiertan sus festines de calculada autocompasión y exhibicionismo autoral. En una de las piruetas más celebradas por los críticos en 2020, Estoy pensando en dejarlo construye una escena en torno a una reseña de Una mujer bajo la influencia escrita por Pauline Kael, la figura más célebre (y sobrevalorada) de la historia de la crítica estadounidense. La invocación del imaginario de John Cassavetes en una película incapaz de convocar ni una sola corriente de amor me cercioró de mis problemas con Kaufman. A la hora de filmar el número musical romántico de su película, el autor de Anomalisa descarta exigir a sus actores que bailen, en lo que podría haber supuesto un momento de fulguración actoral, similar al ortopédico y sublime número musical que sueña el personaje de Gena Rowlands en Corrientes de amor de Cassavetes. Kaufman prefiere que unos bailarines profesionales hagan “los honores”, mientras sus actores permanecen engullidos por el apocamiento (Jesse Plemons) y por una excentricidad inescrutable (Jessie Buckley). Todo muy quirky.

Mejor Programa Doble: El año del descubrimiento de Luis López Carrasco y Mank de David Fincher. Por lo inesperado de este encuentro entre titanes del cine contemporáneo, 2020 podría definirse como el año en el que la figura más prominente del “otro cine español” y el gran autor de Hollywood se pusieron de acuerdo para estrenar, en Rotterdam y Netflix, respectivamente, dos obras apabullantes a nivel estético y subversivas en términos políticos. Ambas películas se las ingenian, cada una a su manera, para reivindicar la lucha por los derechos de los trabajadores –con el sindicalismo como pieza esencial del engranaje social– y consiguen desmontar los discursos oficiales sobre periodos históricos romantizados por el poder (la España de 1992 para López Carrasco; el Hollywood dorado, golpeado por los estragos de la Gran Depresión, para Fincher).

Mejor Texto Crítico: La (elogiosa) reseña de Estoy pensando en dejarlo de Adam Nyman para Cinema-Scope.

Lo Mejor de 2020: Laura, Gala y Pau.