Mejor largometraje: Benediction es una de esas películas que te lavan el alma. Es el Terence Davies de siempre, un genio-humano que se dedica, sobre todo, a asociar elementos: a juntarlos y a juntarnos alrededor de ellos… Hay algo en la película que suena a despedida, pero también hay algo que se siente como una culminación. Aquí la luz, las palabras, los gestos, los sonidos y las canciones se entremezclan, de maneras todavía más inesperadas de lo habitual, para crear piezas superiores a las partes (Davies es un director que, más que rodar un guión, rueda un montaje). Viendo la película uno tiene la sensación de estar asistiendo en directo a un nacimiento, de ver cómo las ideas se materializan en algo más grande que lo que la suma preveía. Tal vez lo consiga porque Davies es un cineasta profundamente empático, sin miedo a tratar tanto el dolor como la alegría con el respeto vital que merecen. Benediction, por ejemplo, es profundamente triste, pero no es nunca cruel y todo tiene la mirada de alguien que quiere tanto a sus personajes como a su público. Es una película con un cien por cien de lo que podríamos denominar el “toque Davies”. No sé si ha habido otras películas a su altura en 2021, pero, desde luego, no las ha habido mejores.

Mejor cortometraje: Soy plenamente consciente de la trampa, pero en un año en el que desgraciadamente no he visto demasiados cortometrajes, voy a escoger la tercera historia de La ruleta de la fortuna y la fantasía como el mejor del año. Los tres capítulos de la película me apasionan, pero creo que ese cuento en concreto es un milagro: es como si Hamaguchi sobrevolase a sus personajes con un centro de gravedad propio, como si el mejor modo de llegar al peso fuese a través de la ligereza. Siento a esas dos mujeres como amigas (entre ellas, y mías) para toda la vida.

Mejor dirección: Como en todas las grandes películas, no soy capaz de definir qué es exactamente lo que hace que la dirección de Alexandre Koberidze en ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? resulte tan fascinante. Quizás influya el hecho de que hable directamente a su audiencia y se sincere con ella; tal vez tenga que ver con el mundo que retrata, donde tiene tanta importancia lo que encuentra una pareja de enamorados como lo que buscan un par de perros que son colegas. Podría ser que se relacione con el modo que tiene de encuadrar (y reencuadrar) a los habitantes de Kutaisi y a la propia ciudad en un verano que parece alejado del tiempo. O el modo en que cuando estás viendo la película te da la sensación de estar asistiendo a algo nunca visto y sin embargo tremendamente reconocible. No sé exactamente qué es lo que hace Koberidze para que veamos, pero en cualquier caso sí que sé que estamos mirando al cielo.

Mejor plano: Tony acaba de conocer a una chica llamada María. Sale a buscarla por las calles mientras canta su nombre y sus pies llegan a un charco de agua. La cámara rueda al enamorado a la inversa, desde el reflejo, y, de repente, todo el fondo de la ciudad se difumina por el movimiento de sus pies en el agua. El charco pasa entonces a reflejar las luces de unas indistinguibles farolas y Tony queda encuadrado entre una abstracción más grande que la vida, con la realidad actuando como su foco. Tony no está en ningún sitio porque Tony ya sólo está en todos los beautiful sounds of the world que están in a single Word… Podría haber escogido otro de las decenas de planos perfectos que Spielberg nos regala en su West Side Story, pero éste me parece especialmente bello porque, a través de la cámara, Tony está solo porque ya sólo está en María.

Mejor secuencia: Uno de los muchos aspectos que me impactaron de Annette fue el modo en que Leos Carax observa a sus actores, y una de las mejores secuencias de la película incide de ese modo sobre Adam Driver: se trata del monólogo que éste realiza sobre el escenario acompañado de un albornoz, un micrófono y un cable. A través de esos elementos desnudos, rodados desde la distancia, Driver se ¿sincera? sobre la posibilidad de haber matado a su mujer, recrea el asesinato y pasa por mil emociones en cinco minutos. Pero, si accedemos a todo ese acting de emociones, lo hacemos desde la distancia, desde el punto de vista del patio de butacas. El plano general se trabaja como un primer plano y vemos un cuerpo que en realidad está funcionando más como rostro. Hay otras secuencias impresionantes en Annette, pero ésta es seguramente la que más me hizo querer aplaudir desde mi asiento, como si yo perteneciera a la diégesis de la cinta y, al mismo tiempo, estuviese totalmente alejado del teatro. Porque Annette es, ante todo — y perdón por el tópico—, puro cine.  

Mejor plano secuencia: Una mujer se acaba de quedar embarazada pero su barriga aumenta rápidamente y en cuestión de minutos dará a luz. Shyamalan decide entonces que este momento de Old, su película sobre viajes en el tiempo, ha de ser rodado en plano secuencia, yendo y volviendo hacia esa mujer, rodeando la playa donde se encuentran, pasando cerca del padre del bebé mientras idea un futuro que nunca acabará por llegar. Cuando la cámara se acerca de nuevo a la embarazada apenas han pasado tres minutos, pero en realidad ha pasado toda una vida, sin cortes. La cámara vuela porque el tiempo también lo hace.

Mejor plano/contraplano: Sorprendentemente pasó con más pena que gloria por el último Festival de San Sebastián, pero me parece que la propuesta de puesta en escena que hace Claire Simon en Vous ne désirez que moi (I Want to Talk About Duras) es de las más interesantes del año: ¿Cómo rodar largas conversaciones, en tiempo real, entre dos personajes, sin que la cámara invada pero sin perder tampoco de vista a ninguno de los dos? El juego de movimientos que hace Simon para acercarse al discurso de uno y a la reacción del otro me pareció tan respetuoso como adecuado.

Mejor motivo visual: Las dos manos separadas por el cristal de The Card Counter, recreando La creación de Adán pero con una de las manos repleta de unas uñas postizas. Un instante precioso y esperanzador en el momento en que más lo necesitábamos. 

Mejor altura de cámara: No todas las decisiones que Laura Wandel toma en Un Monde (Playground) son perfectas, pero sí me gusta mucho que todo esté contado desde los ojos de la niña protagonista, prácticamente sin ver a los adultos, incluyendo (sobre todo) los abrazos con su hermano.

Mejor plano general: El instante en el que se revela el escenario en The Souvenir: Part 2 me parece uno de los juegos de espejos más bonitos que he visto a lo largo de estos meses.

Mejor plano detalle: Las dos manos fuera de la ventanilla del coche fumando un cigarrillo en Drive My Car.

Mejor guión: El guión de Ryûsuke Hamaguchi y Takamasa Oe para Drive my Car es preciso sin ser nunca cerrado, claro sin por ello dejar de ser sutil, exacto en la definición de sus personajes, pero sin compartimentarlos en ningún momento.

Mejor línea de diálogo: “Lo recuerdo todo” de Memoria.

Mejor premisa: El punto de partida que Juanjo Giménez y Pere Altimira idean para Tres donde a su protagonista se le desincroniza el audio vital. Sueño con que algún día podamos ver un Tres 2 que confirme que ésta es, en realidad, un Origin Story de una ¿heroína? con súperpoderes.

Mejor midpoint: La relación que se establece entre Phil y Peter en El poder del perro. Sé que estoy en minoría, pero hasta entonces me da la sensación de que la cinta, si bien interesante, es ligeramente redundante. A partir de ese instante todos los pasos son firmes.

Mejor segundo punto de giro: Hubo mucha gente en contra de la drástica decisión que Emerald Fennell toma en el tercer acto de Una joven prometedora, y si bien es cierto que es un tanto problemática desde el punto de vista del manual clásico de guión (por ejemplo, rompe el punto de vista) e incluso puede ser vista como una decisión complicada en términos de moralidad, en mi opinión es la decisión más inteligente que existe en toda la cinta. Los colores pastel se desvanecen y, una vez pasada la sorpresa, el puñetazo es todavía más contundente.

Mejor gag: La mayor carcajada que he pegado en todo este año de cine ha venido del traductor simultáneo de Borrar el historial, la película de Benoît Delépine y Gustave Kervern. Todos los (hilarantes) personajes de la cinta son un desastre, pero los niveles de caos a los que lleva la interpretación de Blanche Gardin llegan directamente a la categoría de delirio. Se agradece encontrarse con una comedia que no se avergüence de serlo.

Mejor clímax: El primer y el segundo acto de Atlantide, a medio camino entre el documental, la ficción y el videoclip, son estupendos, pero cuando llega el tercer acto y Yuri Ancarani decide transformar la película en un cruce entre el videoarte y el cine abstracto, es cuando toda la propuesta sensorial adquiere sentido completo.

Mejor ensayo: La cultura del simulacro, la antinostalgia, la actualización del mito, la exploración de los roles, la modificación de nuestras prioridades vitales, la auto relectura y la deconstrucción, los proyectiles humanos… Con Matrix Resurrections Lana Wachowski ha llevado a cabo el ensayo y la sesión de psicoanálisis más caras de la historia.

Mejor elipsis: Madres paralelas y una pareja, una ventana abierta, una cortina al viento, un parto.

Mejor actriz: Ya sea en drama (Madres paralelas) o en comedia (Competencia oficial) da la sensación de que en 2021 Penélope Cruz no ha tenido límite. Se trata de una de esas actrices, como Carmen Maura, donde todo lo que dice suena natural, pero no es sólo eso: eleva todo el material, pero también lo lleva a las profundidades y lo hace humano. Ojalá en los próximos años siga esta senda de buenas elecciones en su filmografía.

Mejor actor: Tal vez suene exagerado, pero realmente creo que lo que Javier Bardem hace en El buen patrón es un hito para la historia del cine español. Pone rostro y voz a un arquetipo que, pese a su abundancia, nunca había tenido una representación semejante en la pantalla, mantiene un equilibrio imposible entre la atracción y la aversión, y lo hace a través de una construcción de personaje totalmente alejada de ningún repertorio previo.

Mejor secundaria: Una de las mejores decisiones que Maggie Gyllenhaal toma en su debut como directora en The Lost Daughter es el modo en que rueda a todos los actores casi aprisionándolos contra la cámara, sin aire, pero al mismo tiempo cediendo muchísimo espacio a sus rostros como lienzos. Olivia Colman es la mayor beneficiada de ese acercamiento, pero, en mi opinión, es la labor de otras dos actrices, Dakota Johnson y Jessie Buckley, la que más complicada y verdadera acaba resultando.

Mejor decisión de casting: Estoy convencido de que el carisma de Simon Rex en Red Rocket no se crea únicamente a través de una (excelente) dirección como la de Sean Baker. Hay una parte que viene de fábrica y una de las mejores decisiones de la cinta es aprovecharse de ella.

Mejor reparto: Quién lo impide es seguramente la película que mejor ha representado jamás lo que es un viaje de fin de curso por España en autobús (igual también es la única). Gran parte de ese mérito es el trabajo de todo un reparto que contagia ese estado vital teen de incertidumbre y emoción yendo juntas de la mano.

Mejor secundario: He estado tentado de crear una nueva categoría que rezase “Mejor presencia” sólo para destacar el nombre de Elkin Díaz en Memoria porque… ¿cómo limitar su categoría únicamente a la de secundario? Estamos hablando de alguien que se adueña totalmente de la película, pero también del universo que se plantea en la misma. Hablamos de un actor que pasa de la(s) vida(s) eterna(s) a la muerte con tan sólo tumbarse en el suelo, de una figura inesperada que abre un camino repleto de un millón de posibilidades… Finalmente he decidido que eso es también lo que hace un actor secundario y que sacándolo de esta categoría estaba vejando de alguna manera una etiqueta que no es en ningún caso inferior porque…. ¡Viva los actores de reparto! ¡El mundo del cine es suyo! Y, en el caso de Memoria, el mundo pertenece sin duda a Díaz.

Mejor diseño de personaje: No estoy seguro de si responde más al departamento de maquillaje o al de efectos especiales pero, en cualquier caso, el gusto y el talento a la hora de trazar El caballero verde es incuestionable.

Mejor animación: Hay una idea preciosa en Flee. Amin, el protagonista, pide como condición a Jonas Poher Rasmussen, el director de la cinta, que si quiere escuchar su historia personal, tiene que respetar que no se revele su identidad. La solución pasa por convertir todos los testimonios de Amin en animación, pero también sus recuerdos y fantasías. Lo que en principio sonaba a barrera se convierte en la clave de un documental de animación que se permite jugar con el trazo sin faltar nunca a su palabra.

Mejor fotografía: Era difícil estar a la altura del tono que Lucile Hadzihalilovic siembra en Earwig pero el trabajo de Jonathan Ricquebourg resulta tan sombrío y marciano como el resto de la (excelente) propuesta. Se trata de una fotografía que casi casi se puede tocar.

Mejor montaje: Si hablamos de montaje interno, no ha habido una planificación y un blocking equiparable al de West Side Story en todo el cine del año. Si hablamos de montaje externo, me parece especialmente valioso el de tick, tick, BOOM! donde las coreografías clásicas se sustituyen por el corte y el montaje de la cinta se revela como el baile.

Mejor sonido: Ex aequo a un posible programa doble genial: Memoria & Tres. Mi elección no es nada original, pero sus propuestas lo son tanto en concepto como en técnica y resultados.

Mejor banda sonora: Es un pensamiento ante el que suelo recular, pero hay ocasiones en que me viene a la mente la idea de que Jonny Greenwood entiende mejor las estupendas Spencer y The Power of the Dog que los propios Larraín y Campion.

Mejor referencia pop: Ex aequo a la versión maquineta de “My heart will go on” que suena en la fiesta de mediana edad de la estupenda Barb y Star van a Vista Del Mar y al cover en español de “Zombie” a manos Los Sobraos que suena en las atracciones de feria de la inclasificable Espíritu sagrado.

Mejor número musical (en película no musical): Jamie Dornan cantándole “Everlasting Love” a Caitriona Balfe desde un escenario y ella respondiéndole bailando desde abajo en la distancia. Lo que más me gusta de la discreta Belfast es como Kenneth Branagh deja claro que, pese a la necesidad narrativa de respetar el punto de vista del niño protagonista en todo momento, ese hombre y esa mujer tienen vidas propias más allá de ser padres. Y son jóvenes, y son guapos, y se quieren y se gustan y se atraen.

Mejor baile: Como en toda su filmografía previa, en Última noche en el Soho Edgar Wright piensa su puesta de escena a partir del montaje y el trucaje. Su máquina del tiempo es una virguería en la cual los 60 se revelan como un musical del terror donde ni el miedo quita las ganas de seguir bailando. La secuencia en que Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy se funden en su coreografía con Matt Smith me parece uno de los instantes más placenteros del cine de 2021.

Mejor número musical (en película musical): Podría escoger el número final de Annette. O cualquier número de West Side Story. Pero voy a escoger uno que, aunque esté peor rodado, me parece más acorde con nuestro tiempo. Se trata de “Sunday” en tick, tick… BOOM!, donde Lin Manuel Miranda decide incluir un desfile de cameos homenajeando al compositor Jonathan Larson, protagonista de la cinta. Hay algo en ese número que me llama mucho la atención: la cafetería donde todos cantan abre sus puertas, las paredes se elevan por los aires, todos salen al exterior y de repente el plano adquiere un feísmo digital extremo, con una luz artificial y unos coches de fondo claramente creados por ordenador, en lo que hasta entonces era una pequeña secuencia en el interior de un dinner. Todo es tan evidentemente falso que, sorprendentemente, funciona. Ni siquiera difiere tanto de los murales de los musicales clásicos de Hollywood porque “Sunday” también es una oda al artificio. A su vez, es un número que parece más pensado para conseguir clicks en internet que como parte integrante de la película (hay un comentario en el vídeo de la secuencia en youtube que dice “This was the Avengers Endgame for Broadway fans”). Y 2021 lo convirtió en una oda no pretendida a Stephen Sondheim tras su fallecimiento. Seguramente no sea el mejor número musical (en película musical) del año, pero me parece el más significativo.

Mejor vestuario: Spencer es una fábula sobre una niña atrapada en un castillo donde no hay futuro porque el presente es el pasado. La monarquía se trata como una cárcel individual y social, pero sin olvidar que estamos hablando de un mundo de princesas… El diseño de vestuario de Jacqueline Durran es consciente de todos esos elementos y los explota a través de un vestuario que se convierte en una de las herramientas narrativas con más peso de la cinta. Como si fuese el reverso tenebroso de un reportaje del ¡Hola!, el trabajo de Durran aprieta y ahoga sin por ello dejar de quedar bien en la foto.

Mejor elemento de attrezzo: La talla de la virgen de Benedetta. Pese al escándalo suscitado, me da la sensación de que en realidad Verhoeven la escogió por el mero placer de encontrar el éxtasis en sitios inesperados. Como nosotros hemos hecho siempre con su cine.

Mejores títulos de crédito: Los títulos de crédito finales de Saul Bass para la West Side Story de 1961 finalizaban con un “End of Street” que indicaba por un lado el final de la película, y por otro simbolizaba el callejón sin salida en que los protagonistas acababan metidos por culpa de la violencia. Los créditos de la película de Spielberg, firmados por él mismo y por Adam Stockhausen, son a priori mucho menos golosos. Abandonan toda idea tipográfica y gráfica para apostar sus cartas a una sola baza: las imágenes de sombras que comienzan a abandonar las calles y edificios de Nueva York para dejar paso al resplandor del sol. No pretenden competir con el maestro, ni en técnica ni en tono, y precisamente por eso creo que triunfan.

Mejor dirección artística: El trabajo de Leonor Díaz a la hora de idear y llevar a la vida todo el arte de Espíritu sagradoes perfecto en todas sus (muchas) particularidades. Creo que consigue un reto casi imposible: que en todo momento reconozcas lo que estás viendo como algo propio y sin embargo todo te resulte tremendamente ajeno. Nunca se centra en sí mismo y sin embargo siempre se nota su presencia.

Mejor inicio: El “So May We Start” de Annette. No estuve en Cannes pero imagino lo que tuvo que ser asistir a la jornada inaugural del festival de este 2021 ¿post? pandémico, y que la película comenzara como lo hace, y se me ponen los pelos de punta.

Mejor final: Otro escenario, en esta ocasión el de la increíble representación del “Tío Vania” de Chéjov en Drive My Car. Técnicamente el cierre de la película no será allí, pero sí el lugar donde convergieron todas mis emociones.

Mejor encuentro: Tengo algunas pequeñas dudas respecto a The Worst Person in the World, una película que (tal vez) no acaba de acertar al centrar su punto de vista y me genera algunas sospechas respecto a su discurso. Aun así, creo que también contiene algunas piezas sublimes dentro de su propuesta de puzzle, y el proceso de no-enamoramiento que llevan a cabo dos de sus protagonistas en el convite de una boda es seguramente la mejor de todas ellas. En ese capítulo, a diferencia del resto, parece que Joachim Trier se siente orgulloso de estar realizando una comedia romántica.

Mejor despedida: Al final de Petite maman abuelas, madres e hijas se fusionan en un todo muy grande y pequeñito al mismo tiempo. El cierre es reparador porque funciona de una manera tan cálida como si te diesen un abrazo. Entonces te das cuenta de que ésta no es una película sobre el adiós, sino sobre el decirlo.

Mejor película hija de su tiempo: Soy consciente de que es una película importante, pero tengo algunos problemas con Titane. Me da la sensación de que Julia Ducournau apunta muchos temas interesantes pero no llega a desarrollarlos, como si le bastara con la mención, a modo de cine-clickbait. Es indudable que la película tiene fuerza y arrojo, así como muchas buenas ideas de dirección, pero también me da la sensación de que Titane son tres películas distintas y la cineasta nunca acaba de decidirse por cuál quiere contar. En una conversación con una amiga ella me dio una clave de lectura que modificó mi impresión: la película es un caos arrollador, es duda e incertidumbre, es no saber lo que está por venir ni estar preparado para ello. En ese sentido, es cierto que es una película totalmente hija de su tiempo, especialmente de 2021. Llevamos todos mucho tiempo como pollo sin cabeza, y Titane representa eso mejor que ninguna otra película del año.

Mejor película reflejo de su tiempo: Más allá de las mascarillas y las discusiones en farmacias, el juicio popular que transcurre en Un polvo desafortunado o porno loco me resulta lo más urgente y contemporáneo que he visto en todo el cine del año. También de lo más divertido.  Si hubiese una categoría a “Mejor interludio” o “Mejor abecedario” también se lo daría a Radu Jude.

Mejor reconciliación: Mi relación con Wes Anderson es complicada. Valoro su indudable talento y aprecio que sea siempre fiel a sí mismo, pero me da la sensación de que su filmografía peca de un auteurismo mal entendido. Pese al equilibrio perfecto —casi enfermizo— de sus imágenes, en realidad sus películas me resultan totalmente desniveladas: el contenido se suele plegar siempre a la forma, pero ambos nunca se encuentran a la misma altura; tal vez ni siquiera en el mismo hemisferio. Creo que ésta es la razón por la que la mayoría de sus películas casi siempre me expulsan… Por eso fue una grata sorpresa comprobar como The French Dispatch se descubrió ante mis ojos como una propuesta donde de repente todo encajaba, donde el humanismo contagiaba al estilo, y la estética, de repente, brillaba, repleta de capas, de virtuosismo y de emoción. Reconozco que no soy capaz de explicar por qué ésta sí y otras no. Para mí es un misterio. Pero, por primera vez, ardo en deseos de volver a ver su última película (¿y tal vez otras?) y descubrirme las razones.

Mejor película en la que no quedarse a vivir: Entiendo perfectamente a todos aquellos que aseguran que Mad God de Phil Tippett es una de las películas más importante del año. Yo, personalmente, nunca había asistido a una locura semejante, me abrió los ojos a otros mundos posibles e inimaginables, y estoy seguro de que varias de sus (infernales) imágenes y sonidos se quedarán conmigo hasta el día en que me muera. También estoy seguro de que nunca en mi vida volveré a verla.

Mejor película en la que quedarse a vivir: Hay un instante en ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? en que unas cartelas nos indican “¡Atención!” para a continuación pasar a darnos una serie de instrucciones para ver una determinada secuencia de la película. Se nos pide que cerremos los ojos, que entremos en el juego, que aceptemos la magia. A partir de entonces podremos trabajar vendiendo helados o yendo a recoger tartas a las afueras de la ciudad. Viviremos montagesdonde suena “Notte Magica” de fondo y es verano y estamos enamorados. Nos hablará el viento. Y cuando de repente en un plano general, con niños jugando a la pelota, se cruce un perro por el fondo, esperaremos a que el animal termine de pasar del todo y salga de plano antes de pasar al siguiente. ¿Cómo no escoger vivir dentro de esta película?

Película que más alegrías me ha dado en 2021: Por mil razones personales, y para terminar, Distancia de rescate de Claudia Llosa.