Violeta Kovacsics (Festival de Sevilla)

En The Juan Bushwick Diaries, la primera película de David Gutiérrez, la ficción topaba con las maneras del diario íntimo, en una de las muestras más interesantes de ese cine español reciente, que explora las costuras de la propia ficción. De aquella película, que se abría hacia confines diversos y hacia materialidades distintas, han quedado ciertas trazas, marcas que se han transferido a Sotobosque, la última película de Gutiérrez, en la que ficcionaliza el día a día de un emigrante africano, afincado en el campo cerca de Girona, donde se gana la vida recogiendo piñas de los árboles.

El paisaje, concreto, de los bosques catalanes y de los pueblos de interior va abriéndose hacia otra dimensión. Sotobosque se toma su tiempo y se asienta en unas formas propias del documental, de la mano de una serie de escenas que siguen a un actor no profesional, Musa Camara, que aporta su propia experiencia vital en la construcción del personaje. Sin embargo, de ese poso de realidad –la de los emigrantes africanos en Cataluña–, poco a poco, termina por emerger lo fantástico. En este sentido, la película parece compartir el gusto por el paisaje como puerta abierta hacia lo fantástico con Prince Avalanche, aquel film de David Gordon Green en el que, en un momento, uno de los personajes –encargado de pintar las líneas de una carretera– se perdía por el bosque, para encontrar ahí a una mujer que podía ser un fantasma.

El propio director, David Gutiérrez, comentaba que “no quería hacer una película social, así que tenía claro que quería que hubiese esta especie de giro hacia lo fantástico o lo onírico”. En Sotobosque, el quiebro se produce, primero, a partir de una perturbadora escena en que el protagonista observa a una chica a través de una ventana. Al final, se confirma la deriva, cuando el personaje busca su bicicleta, perdiéndose en un bosque quemado que no sabemos si es real o, sencillamente, un estado de ánimo, y que aborda desde lo abstracto y lo complejo el conflicto político y social.

Por su parte, en Ramiro, la nueva película del portugués Manuel Mozos, el personaje que da título al film se niega a vender los libros que no le gustan. Así, cuando alguien le pide algo que le desagrada, sencillamente, los manda a Fnac. Este gesto resume el carácter de un personaje aparentemente cerrado en si mismo, e inesperadamente convertido en eje en torno al cual giran las vidas de sus vecinas. Ramiro, este hombre de convicciones fuertes, de gesto malhumorado y de pocas aptitudes sociales deberá ayudar a su vecina, que ha sufrido un infarto; a la nieta de esta, una adolescente embarazada; y deberá lidiar también con el padre de la chica, que permanece en la cárcel. El director, Manuel Mozos, se enfrenta a un relato que podría caer fácilmente en lo truculento. Sin embargo, los momentos más contundentes se resuelven con sutilidad, de la mano de la sugerencia y de lo implícito. Así, la película se eleva con cierta ligereza, hasta alcanzar hermosos destellos de comedia en la que la palabra resulta fundamental y convive con un humor visual y físico.