En un amplio sector del cine social prevalece la (cuestionable) idea de que la mejor vía para señalar los males de una comunidad pasa por exprimir dramáticamente el dolor de las víctimas. Un modelo de cine comprometido que tendría como figuras emblemáticas, cada uno en su registro, a Ken Loach, Fernando León de Aranoa o Jafar Panahi. Por su parte, el joven cineasta indio Chaitanya Tamhane apuesta en Tribunal, su notable ópera prima, por otro tipo de cine de denuncia, menos abocado al derroche emocional y más interesado por el retrato distanciado de la cara más procesal y deshumanizada de la maquinaria social. Con este objetivo, Tamhane construye un mapa de la sinrazón cuyos meridianos confluyen en la sala de un tribunal donde el más salvaje autoritarismo se disfraza de orden legal y lógica judicial. El mártir de esta pantomima ritualizada es Naarayan Kambli (Vira Sathidar), un maestro, activista y cantautor, conocido como “El poeta del pueblo”, que es acusado sin fundamento alguno de inducir al suicidio a un operario del alcantarillado de Bombay.
Kambli es solo una de las piezas, la más vulnerable e impotente, de un engrasado sistema en el que los participantes se reparten diferentes grados de poder, arrogancia y frustración. Un teatro social retrógrado y represor cuya rigidez es pertinentemente representada por Tamhane a través de una colección de impasibles planos fijos. El distanciamiento que pone en juego el cineasta indio recuerda al de los mejores autores del último cine rumano. Como Cristi Puiu y, sobre todo, Corneliu Porumboiu (director de la magistral Politist, adjectiv), Tamhane disecciona la realidad a corazón abierto, como un cirujano con nervios de acero que se permite contar algún chiste macabro durante la operación. La transparencia observacional del film hace pensar también en la obra del gran cineasta africano Abderrahmane Sissako (Bamako, Timbuktu), otro sagaz observador de los males que azotan a los países que cargan con una herencia colonial. En un momento clave del juicio que sirve de esqueleto narrativo a Tribunal, la defensa y acusación discuten acerca de la cuestionable (y terrorífica) vigencia de las leyes victorianas británicas en la India contemporánea, algo que al juez parece venirle sin cuidado. Bajo esos términos se rige el destino de un país devorado por su pasado.
Cabe decir que la odisea kafkiana diseñada por Tamhane –que además de dirigir firma el guión de la película– funciona mejor dentro del tribunal que fuera, donde la descripción de algunos personajes declina un cierto maniqueísmo. Vemos que la fiscal del juicio, defensora de la tradición, acude a una representación teatral en la que se adoctrina al público en el odio a los inmigrantes, mientras que el juez se presenta en su vida privada como un feroz capitalista que cree en la numerología. Unos perfiles nada sutiles –aunque coherentes con la propuesta brechtiana de Tamhane– que contrastan con el personaje, más interesante, del abogado defensor: hijo de una familia adinerada que ha tomado consciencia de la realidad de su pueblo. En todo caso, la densidad y consistencia de la trama permite a Tamhane desarrollar el drama sin senimentalismos y sin caer en el golpe bajo. Una solidez narrativa que se ve enriquecida por la súbita aparición de zonas de penumbra en el relato –líneas de fuga, cabos sueltos– que siembran en la película el feliz germen de una cierta modernidad.