Carlota Moseguí (Venecia)

Presentado fuera de competición durante la cuarta jornada de Mostra, Safari, el nuevo trabajo del austríaco Ulrich Seidl, podría interpretarse como un apéndice del primer episodio de su trilogía Paraíso, subtitulado Amor, donde el autor de Días perros –Gran Premio del Jurado en la Mostra de 2001– retrataba las vacaciones sexuales africanas de una comptriota. En esta ocasión, el cineasta se desplaza hasta Namibia para acompañar a alemanes y austríacos adinerados en sus cacerías de antílopes, impalas y jirafas, entre otros “trofeos”. El espectador familiarizado con el trabajo documental de Seidl se sorprenderá al detectar que el ochenta por ciento de la película está filmada con la cámara en mano. Un habitual del tableaux vivant perfectamente encuadrado, Seidl recupera aquí los travellings de seguimiento de su debut en el largometraje, Good News: Von Kolporteuren, toten Hunden und anderen Wienern. Así, gracias a la sugerente combinación de estilos (uno manierista y otro naturalista) Seidl acota las crudas imágenes y el elocuente mensaje de la película. La ambigüedad que ha definido toda su obra –los dobles sentidos o esa capacidad de generar más preguntas que respuestas– quedan un tanto en suspense en esta brillante cinta.

Así, de manera excepcional, Seidl se dispone a juzgar y denunciar el comportamiento de sus personajes. Un objetivo que alcanza con éxito aprovechando la imparcialidad de los movimientos de su cámara. La repulsión que el espectador puede sentir por los cazadores termina conduciendo, poco a poco, hacia el verdadero quid del documental. El Seidl más nihilista desde Import/Export filmará a cuatro miembros de una familia –madre, padre e hijos adolescentes– matando las fieras, que más tarde serán descuartizadas por los nativos, a los que finalmente veremos en sus chozas comiendo lo que parecen ser los restos de los animales cazados. De este modo, Seidl rastrea las huellas del colonialismo en África, mientras denunciar el racismo (aún latente) del ex-imperio colonizador.

el cristo ciego - 3

De vuelta a la sección oficial, asistimos al estreno mundial de una de las cuatro películas latinoamericanas aspiran al próximo León de Oro. Se trata del inquietante film chileno El cristo ciego de Christopher Murray, que junto a La llegada se erige en la propuesta más original de la competición hasta el momento. El autor de Propaganda sitúa su nueva ficción en una de las regiones con el mayor número de devotos cristianos de su país. En una aldea remota de la Pampa del Tamarugal, vive un joven que asegura comunicarse con Jesucristo. Michael (Michael Silva) emprende una peregrinación por el desierto hasta el pueblo donde vive su mejor amigo de la infancia para llevar a cabo un milagro: se dispone a sanar la parálisis de este chico, quien fuere, además, el único ser humano que presenció su primer contacto con Dios. La mayor virtud de esta road movie sobre las costumbres religiosas del mundo rural es la delicadeza que dedica Murray a la caracterización del protagonista. Poco importa si Michael es un farsante, un loco o el verdadero profeta; lo relevante es que sus acciones o consejos traen la paz a quienes le acompañan.

frantz - 2

El cuarto día de Mostra, concluyó con el visionado de la nueva película del autor de culto francés François Ozon. El director de En la casa ha presentado en la competición un remake fallido de la obra maestra de Ernst Lubitsch Remordimiento (The Broken Lullaby). Como transcurría en el film de Lubitsch –a su vez basada en la obra de teatro de Maurice Rostand L’homme que j’ai tuéFrantz recrea el encuentro entre una mujer alemana y un francés que asegura haber conocido a su difunto prometido en París antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Pese a las distinguidas interpretaciones de Paula Beer y Pierre Niney, el melodrama romántico no consigue ser realista, puesto que Ozon se empeña en retorcer la trama para incrementar el patetismo en unos giros dramáticos que Lubitsch resolvió con mayor elegancia. Por otro lado, Ozon pulveriza toda la verosimilitud del relato añadiendo una decisión formal absolutamente innecesaria: el paso del blanco y negro al color según el estado emocional de sus protagonistas.