Carlota Moseguí (fotografía de la cabecera: Mariia Tiutiunnikova).

Al caer la noche, cuando regresábamos a casa tras dar por terminada la primera jornada del Filmadrid, retumbaba en nuestras cabezas una frase que había pronunciado el joven director filipino Liryc dela Cruz para definir el festival madrileño: “Filmadrid es punk”. En efecto, el primer día de proyecciones había sido tal y como señalaba el autor de los fascinantes cortometrajes The Ebb of Forgetting y The Search of the Memories of the Beginnig: radical. Horas antes, habíamos visto al productor y cineasta español Luis Miñarro subirse a lo alto de una escalera metálica (poco estable) para substituir los nombres de algunas calles y plazas de la ciudad por apellidos de cineastas u obras maestras del séptimo arte. Con nosotros estaba la celebridad de la crítica cinematográfica, Jonathan Rosenbaum, quien contemplaba, ilusionado, cómo rebautizábamos Madrid a nuestro antojo con cartulinas que decían ‘Zabriskie Point’, ‘František Vačil’, ‘Godard’ o ‘Buñuel’, e incitaba a seguir la performance eternamente. El escritor estadounidense, que impartirá un seminario sobre Historia del Cine durante los próximos días, nos confesó que llevar a cabo dichos actos de vandalismo cinéfilo sería impensable en Estados Unidos, por eso amaba la radicalidad de Filmadrid. “¡El cine debe llegar a la esfera pública!”, exclamaba una y otra vez.

Las performances y los happenings de Filmadrid –que conducirán los españoles Luis Miñarro, Luís López Carrasco y Javier Rebollo, junto al japonés Takashi Makino en la sección Vanguardias Live– revelan la cara más visible de ese espíritu punk. Pero, no olvidemos que el logo de Filmadrid es una llama ardiendo. Por ese motivo, si queremos rastrear la rebeldía incandescente de este festival no hace falta asistir a estas propuestas que ofrecen una experiencia cinematográfica más activa que contemplativa. Basta con prestar atención a su programación, su selección de títulos. En este sentido, la competición de la segunda edición del Filmadrid quedó inaugurada con dos films tan extremos como el certamen que los acoge. Se trata de El movimiento –película del argentino Benjamin Naishtat que reseñamos durante su paso por el Festival de Locarno– y el nuevo cortometraje del filipino Lav Diaz, The Day Before the End.

the day before the end 2

Si en la primera edición del Filmadrid Lav Diaz se convirtió en la estrella del evento con una retrospectiva de cuatro de sus largometrajes más desconocidos –From What is Before, Century of Birthing, Evolution of a Filipino Family y Storm Children: Book One–, en 2016 los directores del festival han decidido incluir en la sección oficial su último trabajo, flamante ganador del Festival de Oberhausen. Para los seguidores de Diaz, The Day Before the End les resultará un enigma si comparan esta siniestra e inclasificable pieza con su filmografía precedente. Especializado en películas de extenso metraje, que ilustran los traumas incurables de la nación filipina a través de la puesta en escena de un pasado o presente desolador, Diaz se atreve ahora con un corto de ciencia ficción ambientando en una Filipinas preapocalíptica. Por otro lado, también les parecerá irónico que la película más nihilista y catastrófica de Lav Diaz apenas alcance los veinte minutos. Pero, si hicieron falta ocho horas para identificar el origen del Mal de Filipinas en la espléndida A Lullaby to the Sorrowful Mystery, Diaz tan sólo necesita diecisiete minutos para demostrar que su país no tiene futuro alguno con esta fantasía sobre el exterminio de la Humanidad.

Como indica su título, The Day Before the End acontece un día antes de que llegue el Apocalipsis, es decir en el año 2050. Los protagonistas son intelectuales que no se reúnen en los cafés para discutir sobre filosofía como los estudiantes de Norte: The End of History, o para glorificar el séptimo arte igual que en Century en Birthing. En realidad, permanecen quietos y abatidos en locales de Starbucks, mercados o plazas recitando monólogos de Shakespeare mientras son invisibles para el resto de los mortales. Al parecer, en la víspera del fin del mundo los poetas están siendo asesinados por la gente corriente. Sin embargo, Diaz ha dejado los homicidios en fuera de campo: lo que está matando a los poetas no son armas blancas, sino la indiferencia de sus semejantes. De este modo, en este aparente thriller criminal no veremos ni un solo cadáver. Únicamente presenciaremos la impotencia de rapsodas, que, como Lav Diaz, intentan advertir del peligro que corre la civilización y no encuentran interlocutores que les escuchen. En este sentido, The Day Before the End no es ningún acto de soberbia por parte del realizador. Más bien, es un grito desalentado.

the day before the end

El causante del fin del mundo será el peor tifón en la Historia de Filipinas. Así, en The Day Before the End veremos escenas sobrecogedoras en las que litros y litros de agua inundan el paisaje urbano, muy parecidas al metraje de su documental sobre el tifón Yolanda, Storm Children: Book One. Sin embargo, si en su primera película de no-ficción Diaz denunciaba la precariedad en la que vivían las familias que sobrevivieron –con especial énfasis en la cotidianidad de esos niños que seguían jugando al lado de los muertos–, en esta ocasión, el director no tiene piedad por su pueblo y parece haber introducido la tormenta cual castigo por la eterna vanidad del ser humano.

Los fragmentos que los poetas recitan son extractos de Julio César, Hamlet y Romeo y Julieta que muestran momentos de debilidad de los personajes, los cuales son resueltos con delirios de grandeza. Por ejemplo, el célebre ser o no ser de Hamlet, las últimas palabras que Hamlet dirá a Ofelia y provocarán su suicidio, el monólogo en que Julieta amenaza con quitarse su apellido por el amor a Romeo, o cuando se justifica el asesinato de Julio César al haber sido el único emperador de Roma que pecó de ambición. The Day Before the End contiene una de las verdades más nihilistas que se ha atrevido a pronunciar Lav Diaz: el ser humano es insignificante; por eso, si llegase el fin del mundo, su vanidad, su pasado y su mediocre legado desaparecían con él.