En octubre de 2014, dentro del apartado de “infomercials” del canal Adult Swim, se emitió por primera vez la pieza Too Many Cooks de Casper Kelly, un cortometraje de diez minutos que pronto comenzó a viralizarse en internet de manera descontextualizada. La pieza imitaba las formas de una sitcom ochentera y, en concreto, las de su careta de presentación. Así, una canción enérgica y feliz daba paso a imágenes deslavazadas que nos permitían visualizar los escenarios de una sitcom familiar estadounidense así como a sus protagonistas –introducidos por la correspondiente tipografía amarilla habitual del formato y la época–. El problema surgía cuando estos títulos de crédito se extendían más allá de lo razonable: cada vez que la canción parecía llegar a su final, comenzaba de nuevo, en un bucle imperfecto que, poco a poco, iba transformando la estampa de felicidad en una postal tenebrosa. Un asesino en serie se introducía en la presentación, los personajes morían asesinados, el escenario se teñía de sangre y, en la cima surrealista de la pieza, las palabras amarillas sustituían a los personajes, mientras los actores adoptaban el rol de las letras. Viendo Un efecto óptico, el nuevo film de Juan Cavestany, uno se encuentra ante esa misma sensación.

Protagonizada por Carmen Machi y Pepón Nieto, la película cuenta el viaje a Nueva York de una pareja de Burgos que, en realidad, nunca parece llegar a salir de España. Ambos se dedican a hacer turismo, pero lo que debía ser una visita a la Estatua de la Libertad es en realidad un paseo por una escultura cualquiera colocada en un parque de extrarradio. Cuando el matrimonio llega al final del viaje, éste volverá a empezar en un bucle donde las fases se repetirán con diversas variaciones tanto a nivel formal (la puesta en escena de cada situación varía ligeramente) como de contenido (en ocasiones, parece que la pareja está en Nueva York, mientras que en otras se encuentran en lugares sospechosamente parecidos a Madrid o incluso Burgos). El bucle se convierte también en una pesadilla pero a diferencia de propuestas como Atrapado en el tiempo o Al filo del mañana, aquí los protagonistas no son plenamente conscientes de lo que sucede. La única explicación proviene de un mal sueño donde la hija de ambos explica que la pareja se encuentra en una película que está mal hecha, a lo que el personaje de Pepón Nieto responde con incredulidad. La hija se encargará de concretarle que una película “es como un episodio de una serie, pero más largo”. Ahí se encuentra una de las claves de la cinta: en estos tiempos, en los que ciertos lugares comunes indican que el mejor cine se hace en televisión, Cavestany propone que el cine podría ser como un episodio de algo más grande. Algo como una desestabilización, una sacudida al género de la comedia, la especialidad del director de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, Gente en sitios, Esa sensación y también la serie Vergüenza.

Repleta de imágenes cinéfilas populares que obedecen a la idea de que uno conoce Nueva York incluso antes de visitarla (el puente de Manhattan o las escaleras de Joker se reinterpretan de manera brillante a través del gag), Un efecto óptico bebe de la tradición del post-humor y su interés por el fracaso de los mecanismos de la comedia. Tal y como comentaba Jordi Costa hace ya diez años en el estupendo libro Una risa nueva, “la comedia no siempre es una comicidad que triunfa (…) sino también una comicidad que fracasa… aunque de forma sorprendente e inesperada”. Pero Casvetany sabe que la comedia también ha evolucionado en esta última década y ya no se trata tan sólo de introducir una comicidad que desmorone el orden establecido a través de la vergüenza o la ausencia de risas, sino que el género es ahora directamente autodestructivo.

Gran parte del mérito de Un efecto óptico obedece al trabajo de su pareja protagonista. Pepón Nieto está perfecto en el papel de ese español medio que piensa recorrerse las tiendas de Nueva York para comprar vaqueros porque están mucho más baratos que en España, pero es Carmen Machi la que ofrece un recital inimaginable en otro cuerpo. Ya desde su secuencia de presentación, donde Machi mira la mortadela que le corta un charcutero con un deseo y una lascivia imposibles de describir, la actriz madrileña se revela como el gran centro tanto cómico como tenebroso de una comedia que pide a gritos una performance del horror. Efectivamente, Un efecto óptico es una película divertida, pero también un puzle psicológico difícil de armar que sugiere que el bucle al que se ha entregado este matrimonio también pasa por su biografía previa: un posible examante que aparece de vez en cuando en escena, la incapacidad de ambos para mantener relaciones sexuales, el silencio incómodo que inunda los paseos de la pareja, la soledad del nido vacío… Todo parece indicar dolorosamente que el viaje hace tiempo que acabó y, tal vez, es de ahí de donde nace el miedo que impide entregarse a las risas. En Dispongo de Barcos, había una secuencia en la que un personaje preguntaba “¿De qué hablan?” y otro le contestaba “Pues no sé, pero lo que dicen es verdad”. Algo similar puede decirse de Un efecto óptico.