Una pareja al final de su relación, otra que justo empieza. En Un verano ardiente, Philippe Garrel recoge y concentra los temas que más le interesan, el amor, la amistad, los celos… en definitiva, los entresijos de las relaciones humanas, que en sus películas, como en la vida, nunca resultan obvios o fáciles de descifrar. Se nos introduce en ese mundo a partir del personaje de Paul (Jérôme Robart), que arrastra a su pareja Elizabeth (una delicada Céline Sallette) a la mansión romana de Frédéric y Angèle (Louis Garrel, acostumbrado actor en los filmes de su padre, y Monica Belluci), los verdaderos protagonistas. Una procesión de escenas colectivas marca la desintegración de su amor tormentoso en el trascurso del ardiente verano del título. Lo que claramente dinamiza la película es el contraste entre la profunda infelicidad de una de las parejas, que sin embargo se muestra incapaz de separarse, y la sencillez y calidez de la otra, que se ve arrastrada por la vorágine autodestructiva de la primera, como si se tratara de una ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1966) moderna. Júlia Gaitano

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