Gonzalo de Pedro Amatria

Imaginemos un territorio. Imaginemos los posibles abordajes para cartografiarlo: fotográfico, gráfico, simbólico, estadístico, social, político, económico, en tres dimensiones o a través de realidad virtual. Ninguno de ellos, ni aquel que combinara la recreación por ordenador con las imágenes tomadas de lo real, terminaría por ofrecer un retrato fiable de ese territorio. Porque todos los mapas parten de un inevitable principio de distorsión: como imaginó Borges, solo un mapa que cubriera la superficie terrestre completa, podría producir una imagen fiel. O quizás ni eso: la distorsión es más evidente todavía en aquellos mapas que se acercan visualmente a lo que conocemos como real, porque en sus errores evidencian su carácter falsario, su distorsión inevitable, su falta de precisión.

Rat Film, el primer largometraje del cineasta de Baltimore Theo Anthony, presentado en la sección Signs of Life del Festival de Locarno, aborda de forma tremendamente contemporánea el problema de la representación, que además de un problema estadístico, social, político o incluso sanitario, es esencialmente un problema de carácter cinematográfico: imágenes que se superponen a imágenes para crear otras nuevas que tratan de representar aquellas primeras. Sin embargo, Rat Film no es una película sobre mapas, aunque los emplee profusamente, y terminen formando parte del proyecto de la película, o estén en el corazón de la misma, sino que parte de un detalle mucho más animal y salvaje, menos racional: las ratas en el ámbito urbano de Baltimore. Las ratas como punto de partida, como metodología, síntoma, causa o metáfora. Las ratas como guía visual, pero también política para una película-rata que no es ni mucho menos una película sobre ratas, aunque Anthony las filme, las persiga, las utilice.

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Rat Film se inscribe en la nutrida tradición del cine ensayo, y a través de un caminar sinuoso y veloz, como el de una rata huyendo en la oscuridad con un botín robado de un contenedor de basura, Anthony aborda el paisaje, la geografía social, humana y política de Baltimore tomando las ratas como excusa y guía conductora. Las ratas, consideradas una plaga, una amenaza, un problema sanitario, sirven a Anthony para revelar problemas de orden mucho mayor, y es a través de un recorrido histórico por la organización urbanística de Baltimore, los movimientos de las plagas, como Anthony va dibujando un complejo mapa en el que clase social, raza, esperanza de vida y condiciones de vida se entremezclan en una suerte de destino superior, también llamado capitalismo.

La tierra de las oportunidades, que Anthony retrata a través de Baltimore, su organización urbana profundamente injusta y racista, y su relación con las plagas de ratas, aparece dibujada como un lugar en el que las clases sociales no son escalones sino muros que determinan de forma prácticamente insalvable la vida de sus habitantes. La película, que recorre el paisaje de Baltimore a través de las imágenes pixeladas de un videojuego, a través de las imágenes borrosas de Street View, y a través de los mapas sociológicos elaborados a lo largo de un siglo, termina por dibujar un panorama en el que las verdaderas ratas no son las grises, supervivientes natas, sino las clases más bajas, los negros, cuyas condiciones de vida han venido determinadas por años y años de racismo institucional. Tras levantar un mapa detallado, tan profuso, tan social y políticamente injusto, Rat Film propone una solución posible a ese mundo en el que la verdadera plaga es un sistema económico injusto, racista, y cruel: la autodestrucción.