En las páginas de Visionary Film –seminal estudio sobre el cine de vanguardia norteamericano–, el académico P. Adams Sitney recoge esta enigmática declaración de Bruce Baillie: “Quiero que todo el mundo esté perdido, y quiero que todos nosotros nos encontremos como en casa allí”. En la sublime Valentin de las Sierras, Baillie se pierde en un poblado agrícola de Jalisco, México, se enamora de la luz y se deja encantar por la canción revolucionaria que da título al film, interpretada por un anciano ciego. A su vez, Baillie nos propone que nos perdamos en una impresionista maraña de planos detalle que capturan los quehaceres cotidianos de niños, trabajadores y viejos, todos (des)organizados en torno a una sinfonía natural y animal –a la manera de Stan Brakhage o Terrence Malick–. En uno de los muchos estallidos poéticos de la película, el rostro de una niña se disuelve tras la imagen de un busto esculpido en piedra: el presente y la eternidad. Valentin de las Sierras dura solo 10 minutos, pero cuidado, su adictivo visionado exige múltiples y gozosas revisiones. MY

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