Carlota Moseguí (Festival de Locarno)

Si algo hemos aprendido, edición tras edición, es que el Festival de Locarno vive para romper las reglas. Desde que anunciaron su programación el pasado mes de julio, mucho se ha hablado de las agallas de su comité de selección por haber colocado una película póstuma de Raúl Ruiz en la competición. Ahora, vista La telenovela errante, cabe aclarar que su candidatura al Leopardo de Oro de 2017 parece un tanto descabellada, dado que se trata de un film creado, en su totalidad, a partir del material que el cineasta rodó en los años noventa del pasado siglo, y que, además, sigue a rajatabla las notas que el autor dejó escritas por si en un futuro ese metraje llegaba a encontrarse y montarse. En otras palabras, pese a estar codirigida por la cineasta y viuda de Ruiz, Valeria Sarmiento, la película no tiene ni una sola toma contemporánea añadida.

En este sentido, La telenovela errante era carne de Cannes Classics, de Venezia Classici, o de cualquier otro festival de clase A que dispone de una sección dedicada a los clásicos restaurados o recuperados. Sin embargo, henos aquí en Locarno, deseando que una obra maestra perdida venza esta edición. Como decíamos, aunque su sitio en la sección oficial parezca un desatino, e incluso pueda suponer una falta de consideración para con las prodigiosas nuevas películas de Wang Bing, F.J. Ossang, Ben Russell o Hlynur Pálmason, sólo hay un lugar en el mundo donde la cinefilia gana a la razón, y ese lugar es Locarno.

Como apunte, y para contextualizar brevemente este hito fílmico, diremos que el proyecto de La telenovela errante surgió cuando Raúl Ruíz regreso a Chile tras décadas de exilio. Valeria Sarmiento explicó en la rueda de prensa celebrada esta mañana que su marido sintió una profunda tristeza al descubrir en qué se había convertido la sociedad chilena durante su ausencia. Desorientado y furioso, Ruíz se empeñó en dirigir una comedia que ridiculizase a todos los individuos frívolos que preferían vivir en los paraísos artificiales de la televisión, en vez de quedarse en su mundo, y luchar por mejorarlo. El director de Misterios de Lisboa sabía que la única forma de amonestar a los chilenos irrespetuosos era darles de probar de su propia medicina. Por eso les convirtió en aquello que más deseaban: personajes de las telenovelas más famosas.

Divido en siete capítulos que de algún modo hacen referencia a los únicos siete días que ocupó el rodaje del film, La telenovela errante pone en escena siete gags desternillantes que desacralizan la actividad de moda de la época. Asimismo, la trama del film es de lo más sencilla y gira en torno a los efectos que las telenovelas provocan, según Ruiz, en aquellos que las consumen. En la película, la obsesión de la población por ver telenovelas les lleva a una alienación tan extrema que empiezan a actuar como si vivieran en un “culebrón”. Durante todo el largometraje, el espectador no sabrá si los personajes son personas corrientes que tienen un comportamiento extraño (digamos, exagerado), si son actores ensayando las escenas de una telenovela que están a punto de filmar, o si se está ante una “auténtica” telenovela.

A priori, el único elemento que nos indica que estamos ante la realidad o ante una escena televisiva es la presencia (o ausencia) de acciones fantásticas. No obstante, a medida que avanza la película, los sucesos paranormales ocupan el epicentro de la ficción. Y, así, la realidad deviene un mar de telenovelas, es decir una fantasmagoría inhabitable. En una escena crucial (y magistral), a la izquierda del plano, vemos un televisor vintage que emite una telenovela. En dicha escena los personajes hablan mientras miran a cámara, pero sus palabras no van dirigidas al espectador, sino que dialogan con otros personajes de ‘La telenovela errante’ que están a punto de aparecer en el lado derecho del plano, y que también veremos en el interior de un tele. En el preciso momento en que las telenovelas empiecen a dialogar entre ellas el mundo estará perdido.

A pesar de que La telenovela errante se sitúe entre las mejores comedias del año, el retrato que ofrece Ruiz de Chile, como infierno terrenal, resulta aterrador. Según comentó Valeria Sarmiento tras el estreno del film en Locarno, para Ruiz ser chileno era un castigo, el equivalente a vivir bajo una especie de maldición. Por si no nos había quedado clara la opinión del maestro chileno sobre su país, Ruiz titula el último episodio de la superlativa La telenovela errante con esta frase lapidaria: “si te portas mal en esta vida, en la otra te conviertes en chileno”.