Equipado con su cámara Nokia X6-00, el cineasta y crítico santanderino Rubén García López pasea por la calles de Valparaíso, Chile, y lo primero que llama su atención son unos ascensores/funiculares cuyas ruinas, habitadas por gatos callejeros, son devoradas por el óxido y la vegetación. En su delicioso poema fílmico …à Valparaíso, el holandés Joris Ivens mostraba cómo, en 1964, esos ascensores marcaban el tempo de la ciudad con sus subidas y bajadas, algo así como los trenes del Tokio de Yasujirō Ozu. El Valparaíso de Ivens era pintoresco y romántico. “No es el (pueblo) más rico, pero vive, vive bien”, afirmaba el célebre documentalista en la narración en off.

El Valparaíso de García López es de todo menos idílico. Envejecido y desgastado, su aspecto se acerca bastante más al mostrado por Aldo Francia –a quién García López dedica su film– en la modernísima Valparaíso mi amor, de 1969, donde la ciudad aullaba de pobreza y marginación. En realidad, valparaíso, 2011. observaciones de un turista se presenta como una nueva parada en el largo recorrido que hermana al cine y las ruinas. Un tándem que a lo largo de la historia ha servido a un sinfín de cineastas (de los maestros del Neorrealismo a Pedro Costa) para denunciar con urgencia el injusto abandono de una clase social, de una comunidad, de un pueblo. En el plano mejor compuesto de valparaíso, 2011, García López encuadra una carretera que zigzaguea por debajo de un funicular abandonado, una imagen que despierta el recuerdo de las cuestas que Abbas Kiarostami filmó en su magistral Trilogía de Koker, ese gran monumento fílmico sobre el valor testimonial de las ruinas.

Pero a García López le interesa algo más que el silencio de las ruinas. Su video-diario curiosea entre las fachadas de los edificios y colecciona pintadas que manifiestan un profundo malestar social: “Hay que matar al presidente” (por aquel entonces, Sebastián Piñera), “Educación gratis ahora!!!”, “Endesa me cago en tu represa”, “Muerte al burgués”. Consignas rabiosas que contrastan con la pausada indiferencia de los paseantes que cruzan el plano. Un cóctel de estados de ánimo que sirve de detonante cinético para este mediometraje documental de 50 minutos.

Llega la hora de la acción y García López revela su principal interés: averiguar “qué es (y cómo filmar) una manifestación”. Es tiempo de revuelta estudiantil y el director encuentra un modo peculiar de acercarse/distanciarse de los manifestantes. En lugar de “atacar” la manifestación, la va oteando y circunvalando como una suerte de voyeur. Le interesan los reflejos de los manifestantes en los escaparates de las tiendas y los gestos de curiosos que muestran interés o indiferencia ante los estudiantes. La observación distanciada (sin voz en off) del descontento estudiantil conecta con el trabajo del colectivo MAFI, un grupo de cineastas chilenos que en el fantástico documental Propaganda lanzaban una crítica punzante a los modos y costumbres del oficialismo político chileno.

En definitiva, García López filma una manifestación como si se tratase de una corriente subterránea que lucha por brotar a la superficie, y así ocurre en la fulgurante conclusión del film, cuando la cámara decide entremezclase con los manifestantes y dejarse apabullar por los bocinazos de unos camioneros que reclaman mejoras laborales. Una exuberante toma de partido que remite al centelleante final de Profit Motive and the Whispering Wind, donde John Gianvito enlazaba las luchas sociales de siglos pasados con el ardor manifestante del presente. A la mirada tentativa de García López aún le queda un tiempo de maduración para hacer justicia a sus maestros (incluidos James Benning y Andy Warhol), pero la senda de observación política abierta por valparaíso, 2011 dibuja un horizonte prometedor.

Visionado de VALPARAÍSO, 2011. OBSERVACIONES DE UN TURISTA en PLAT.