Tras realizar casi una decena de documentales extremados como Doméstica, Avenida Brasilia Formosa o Un lugar al Sol, Gabriel Mascaro tanteó el terreno de la ficción –sin llegar a abrazarla del todo– con su exótica película, premiada en Locarno, Vientos de agosto. En esta ocasión, el director brasileño narra un amor pasional entre una pareja que trabajan recogiendo cocos en un paradisíaco y caluroso pueblo tropical, casi inhabitado. La llegada de unos fuertes vientos en ese lugar, traerán la muerte física de alguno de los presentes, y la muerte simbólica de su romance. Como en su nuevo largometraje Neon Bull, doblemente galardonado en las recientes ediciones de Venecia y Toronto, el autor da un papel protagonista –y decisivo– a la naturaleza autóctona.

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