Carlota Moseguí

Ante esa tendencia del cine documental que se presenta como una evolución del periodismo gonzo –del sensacionalismo del último Michael Moore al mainstream de Catfish, pasando por la más lograda Tickled–, la aparición de películas como Generación artificial, Lo que hacemos en las sombras, o, en el territorio español, Mi loco Erasmus nos permiten reflexionar sobre el uso y abuso de esta moda. Pese a sus incontables diferencias, los tres ejemplos citados son, en esencia, ficciones que llevan a un cierto extremo autodestructivo las formas del falso documental. Sin necesidad de refugiarse en la comedia –como sí hicieron Carlo Padial y los neozelandeses Taika Waititi y Jemaine Clement– el secreto del éxito del debut del argentino Federico Pintos se halla en el ingenioso juego de espejos que orquesta, y mantiene, el autor para confundir al espectador durante todo el metraje.

Al público de Generación artificial que ya conozca a Rafael Cippolini le resultará difícil creerse el artificio de Pintos. Pero de no ser así caerá de lleno en su trampa, puesto que el célebre ensayista y curador argentino se hará pasar por Pintos durante toda la película. Cippolini, ahora alter ego de Pintos, se presenta ante la audiencia como el verdadero artífice de Generación artificial: un documental que inició quince años atrás, cuando la única pasión en su vida era el video jocking (manipular y proyectar imágenes que acompañan la música electrónica en las discotecas). Tras unas notas biográficas impostadas sobre el germen de la pasión de Cippolini por ser VJ, narradas en primera persona para que el público nunca llegue a cuestionarse su autoría del film, Generación artificial arranca con un torrente de imágenes de fiestas en los boliches –discotecas– de Buenos Aires en los años noventa, al son de la mítica canción Amor industrial de Aviador Dro.

Esta apabullante explosión de imagen y sonido es arrojada ante nuestros ojos con un único fin: convencernos de que se trata de una selección audiovisual del footage original que Cippolini recopiló a lo largo de la década de los noventa para componer el “documental” que estamos viendo. Acto seguido, la voz en off de Cippolini suscribe la farsa, añadiendo con tono verosímil y melancólico: “así empezaba la primera versión de mi documental”. Luego, el cronista añade que el propósito inicial de Generación artificial era trazar la evolución del video jocking, desde su nacimiento en los años noventa hasta la era digital. Sin embargo, un suceso trágico, que no será revelado hasta el desenlace del film, no sólo deformó la adoración del documentalista por el video jocking, sino que le hizo perder la fe en la tecnología al servicio del hombre. Así, detrás de la apariencia de un documental autobiográfico sobre un desencanto traumático, se esconde un insospechado thriller detectivesco, que incluye una valiosa reflexión sobre el arte contemporáneo, y otra acerca del poder del audiovisual en la era digital.

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La trama ficcional de Generación artificial se sostiene a través de la interacción entre tres personajes, que a su vez serán interpretados por individuos vinculados con el mundo del arte, sin experiencia previa en la interpretación. Sin dar demasiados detalles sobre el enigma del film, diremos que la vida (y la obra) del cineasta impostor, que encarna Rafael Cippolini, cambiará para siempre cuando conozca a un ex video jockey loco (Julián Urman) que con la llegada del nuevo milenio se obsesiona con la idea de hackear el cerebro humano a través de experimentos neurológicos, y la novia de éste (Lulú Jankilevich).

Paralelamente al desarrollo de la trama de misterio que mantiene unidos a los únicos personajes del film, Pintos no baja la guardia ni un segundo, pues nunca dejará de fingir que Generación artificial es un documental filmado por Cippolini. ¿Qué espectador llegaría a replantearse que está siendo manipulado por el director; es decir, que está viendo una ficción en vez de un documental gonzo, si resulta que más de la mitad de la película se compone de clips de entrevistas sobre arte y tecnología que Cippolini hace a los mismos inventores del video jocking en Argentina, a los sociólogos Marcelo Urresti y Graciela Tarchini, e incluso al neuro-científico Mariano Sigman? Generación artificial es un lúdico y laberíntico trompe l’oeil, que invita a la audiencia a ser cómplice de la ruptura definitiva de las fronteras entre la ficción y el documental en el séptimo arte.