El pasado 24 de febrero, Swiss Army Man, ganadora del premio a la Mejor Dirección en Sundance 2016, se estrenaba en cinco salas españolas. Su paso por diversos certámenes como Sitges, donde se alzó como Mejor Película, había sido atronador pero, más allá del circuito de festivales, la cinta no consiguió hacer demasiado ruido en su lanzamiento oficial. Ese mismo día de febrero, Netflix estrenaba en España Ya no me siento a gusto en este mundo de Macon Blair, película producida independientemente y distribuida a nivel mundial por la plataforma que se hizo con el Gran Premio del Jurado en Sundance 2017. Apenas un mes después de su triunfo, la película ya estaba disponible para el público del país de manera legal.

Ambas cintas habitan el ámbito de exhibición mutante instalado en el panorama audiovisual actual, pero no sólo eso. Tanto Swiss Army Man como Ya no me siento… se construyen entorno a un miedo a la muerte (y a la soledad) que hace que sus protagonistas se planteen su postura ante la vida. Los dos casos no pueden ser más distintos en tono, pero ambos responden a una cierta cosmovisión desde lo freak habitual en el certamen de Utah: no se trata tanto de ofrecer un cine diferencial como de marcar la diferencia desde sus personajes. Mejor vivir al lado de un compañero outsider que no vivir en absoluto.

Ya no me siento… comienza mostrándonos a Ruth, una estupenda Melanie Lynskey, interpretando a una enfermera que se enfrenta a la muerte de una paciente extremadamente desagradable. La muerte no le afectará en el plano personal pero sí en el conceptual y eso, sumado al robo que sufre en su casa y por el que la policía apenas muestra interés, hace que Ruth se convierta en una investigadora y justiciera dispuesta a cambiar el mundo en el que vive y, de camino, recuperar sus pertenencias. Con la ayuda de su vecino –un iluminado interpretado por Elijah Wood–, la película se mueve siempre a través del arco de transformación de la protagonista, y aunque el guión tiene innumerables aciertos (como por ejemplo esa aplicación de “Buscar iPhone” que, de manera tan lógica como consecuente, permite encontrar su portátil robado y hacer avanzar el relato) siempre da la sensación de que la narración va por delante de la reflexión.

Entre los grandes puntos de interés del film, encontramos el trazo de unos personajes, tanto principales como secundarios, magníficamente diseñados. Por ejemplo: cuando Ruth llega a la mansión de los Rumack en plena búsqueda de uno de los ladrones, uno puede leer todo un historial previo en las acciones de una festiva y maravillosa actriz de reparto (conocida, sobre todo, por su papel como Rose en la sitcom Dos hombres y medio). Por incidir en el paralelismo televisivo, y en el lado positivo de la balanza, podríamos decir que la cinta da la sensación de ser un episodio piloto donde la biblia de los personajes se ha confeccionado con absoluta precisión.

Algo similar puede decirse del montaje: planos breves y rápidos nos muestran la cotidianeidad de la protagonista en diferentes escenarios (su jardín, el supermercado). Luego, esa misma estructura se repite, en varias ocasiones, para mostrar la creciente seguridad de Ruth, que toma el control de su lugar en la sociedad. Todo es narración (comandada por una banda sonora cool), desarrollada con pulso y mimo, aunque resulta inevitable advertir el carácter funcional de las imágenes: aquí la historia deviene el principio y el fin.

A la postre, para evaluar globalmente la película de Macon Blair, debemos remitirnos a un escenario done la frontera entre cine y televisión es cada vez más imprecisa. En este sentido, Ya no me siento… encaja con claridad en el centro de ese límite difuso: estamos ante una cinta donde el guionista construye siempre por encima del director. Al igual que ocurre con gran parte del cine made in Sundance, la excentricidad de este nuevo cine independiente proviene de los personajes y sus situaciones, no de la forma del relato.

Tras el visionado de Ya no me siento…, un instante destaca en la memoria por encima del resto: el clímax final en el que destaca un plano general que sí parece ideado para la gran pantalla. Las relaciones que ahí se establecen entre todas las figuras escapan de algún modo al plano medio televisivo y sitúan al espectador en otro mundo más inabarcable. Hasta entonces, ese otro mundo se limitaba a un impacto tal vez vistoso pero mucho más pasajero. ¿Podría ser que, como apuntaba la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses, las películas del mañana se hayan hecho pequeñas?

Ver Ya no me siento a gusto en este mundo en Netflix.