Desde que empezaron a circular los rumores sobre un proyecto de animación stop-motion dirigido por Charlie Kaufman –guionista de cabecera de los primerizos Spike Jonze y Michel Gondry–, el grueso de la cinefilia empezó a preguntarse si el gran fabulador existencialista del cambio de siglo sería capaz de rehacerse después del fracaso de público y crítica de Synecdoche, New York, aquel fascinante y estrepitosamente fallido mamotreto megalómano con el que Kaufman atentó una suerte de hara-kiri artístico. En este sentido, la nueva odisea sobre la alienación moderna del guionista de Cómo ser John Malkovich, titulada maravillosamente Anomalisa, parece funcionar como un eficiente antídoto contra los excesos posmodernos de Synechdoche. Lejos de la pirotecnia tragicómica y los laberintos autorreflexivos de antaño, Kaufman, con la ayuda de Duke Johnson, compone aquí su obra más minimalista y clásica.

Anomalisa parece el fruto de una llamativa paradoja. A priori, la inmersión de Kaufman en el mundo de la animación parecía la invitación perfecta para que el guionista de Olvídate de mí y Adaptation (El ladrón de orquídeas) diera rienda suelta a su vertiente más fantástica y surrealista. Sin embargo, Anomalisa es una obra tocada por un sugerente halo realista, desde el que Kaufman conjuga un universo cuyas luces (fulgurantes) y sombras (deprimentes) resultan particularmente vivaces y verosímiles. Ambientada en su mayor parte en un hotel monstruosamente impersonal, la película observa sin mayores artificios –más allá de la animación artesanal, claro– el viaje sentimental de Michael Stone (David Thewlis), un hombre neurótico y depresivo más para la colección de Kaufman, un gurú de los servicios de atención al cliente incapaz de atender a nadie, ni siquiera a sí mismo. Con un afinado sentido del humor que gana enteros gracias a la muñequil inexpresividad de los personajes, la película se acerca pudorosamente a la angustia existencial del protagonista, que navega tambaleante entre los traumas sentimentales, la desilusión profesional y una desencantada vida familiar.

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Pese al acento singularmente realista de la propuesta, Kaufman sabe invocar ese aire de extrañamiento que sobrevuela toda su obra, aquí de forma más asordinada pero no menos expresiva. Un extrañamiento que suele pasar por un trabajo con la subjetividad. Uno de los dispositivos narrativos preferidos de Kaufman consiste en meter a los protagonistas y al espectador en la mente de algún personaje (Malkovich en Cómo ser John Malkovich, Jim Carrey y Kate Winslet en Olvídate de mí). En Anomalisa, oteamos una anodina realidad urbana a través de los ojos de Michael Stone, para quien todas las personas tienen casi el mismo rostro y, definitivamente, la misma voz. El hecho de que (casi) todos los personajes/muñecos tengan las mismas facciones y la voz de actor Tom Noonan crea un clima de uniformidad y asepsia emocional que contrasta con el gran momento de la película: el despertar del amor fou entre la pareja que forman Michael y Lisa (una quebradiza Jennifer Jason Leigh). Un encuentro que alcanzará una inusitada cima romántica gracias a la terrenal apropiación del Girls Just Want to Have Fun de Cyndi Lauper.

La idea del amor como tabla de salvación florece con delicadeza en esta película creada para salvar a su autor del ostracismo. Históricamente, la dimensión romántica de la obra de Kaufman se había presentado enterrada bajo gruesas capas de malabarismos narrativos y delirio posmoderno. Sin embargo, en Anomalisa, el ex-guionista-estrella del cine indie parece comprender finalmente que las efímeras alegrías y el perenne sufrimiento de sus personajes merece la misma atención y dedicación que su talento para dejar boquiabierto al espectador. En este nuevo registro, más próximo a los personajes (que pese a ser muñecos son más humanos que nunca) Kaufman consigue enraizar su visión del amor como un vendaval liberador, una sacudida que puede iluminar la realidad más gris… para luego, con su eclipse, devolvernos a la oscuridad.