Nicolás Gibbs (Pamplona)

El último día en Pamplona tuve la suerte de compartir momentos con integrantes del Jurado de la Juventud del festival Punto de Vista. Su consigna: dialogar, deliberar y elegir entre casi veinte personas cuál era la película de la Sección Oficial que merecía ser destacada con un premio. En esos encuentros se podía adivinar claramente que, detrás de cualquier premiación, existe una discusión, más o menos explícita, sobre los criterios definen lo que es una buena película. Más importante aún, quizás, cuáles son los criterios que las nuevas generaciones van adoptando como bandera para discutir las películas. Hace un tiempo que se repite en mi cabeza una idea que una integrante del jurado manifestó de forma abierta: parece que hablamos de política. Como festival, Punto de Vista es en sí mismo una propuesta sobre lo que puede ser el cine. El programa iba acompañado por un texto breve de Manuel Asín, director artístico del festival, que se titulaba Por un cine menor y expresaba su apuesta “por un cine modesto en sus medios y honesto en su pacto con el público, pero audaz en su manera de entender el trabajo cinematográfico.” Tanto el Jurado de la Juventud como el Jurado Internacional premiaron como mejor película a Cuadro negro, un consenso que expresa los criterios que triunfaron en esta edición que cierra el ciclo de cuatro años a cargo del equipo actual.

Cuadro negro es una rareza. En un texto anterior mencionaba que Una temporada en la frontera sugería revisar la relación del pasado político argentino con el presente a través de la correspondencia íntima entre dos hermanas. Cuadro negro tiene unas intuiciones en la misma órbita, pero la película de Jose Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola no tiene ningún reparo ni pudor en buscar, revelar y señalar las herencias ideológicas que persisten de la dictadura chilena. Aún rondan por la casa. La cámara lo registra sin concesiones en un establecimiento del ejército que le rinde homenaje a Pinochet. ¿Cómo se logra filmar una institución militar exponiendo su bagaje ideológico y volviéndolo en su contra? Cuadro negro sigue a Sofía, una periodista que realiza un documental del ejército chileno. Es un documental artístico, como se menciona en un momento, con puestas en escena y escenificaciones que trabajan sobre la representación de los militares. La película de Sepúlveda y Adriazola registra la realización de esa otra película; esa distancia permite trabajar con tonos satíricos sobre la relación entre la directora y los soldados. Como si los roles se invirtieran, la directora toma cada vez más protagonismo con sus indicaciones autoritarias a unos soldados que van perdiendo el control de su representación. Al fin y al cabo, sucede algo así como una traición al representado. Entre la puesta en escena de esa otra película, la documentación de ese rodaje y el protagonismo del personaje irreverente que es Sofía, la ambigüedad entre lo verdadero y lo falso se agudiza. Y es que, en paralelo, Sofía monta otro engaño: se hace pasar por una persona de derechas con una amiga de su abuela con ideas pinochetistas. La cámara entra en un espacio íntimo de conversaciones políticas y filma una historia de traición entre dos personas. Si esta película es un documental, ¿saben estas personas qué es lo que se está documentando? Cuadro negro da la sensación de haber entrado desapercibida en la casa del otro para registrarla, representarla, reordenarla y combatirla revitalizando el cine como arma política.

El Premio Jean Vigo a la Mejor Dirección fue para Anne Benhaïem por su trabajo en La limace et l’escargot, una película que no teme perder el tiempo en conversaciones de café para filmar con paciencia una historia de amor de dos personas cojas. Desde un inicio se pone en escena un ejercicio de ficción que trabaja sobre la autorrepresentación. Benhaïem aparece conversando con dos compañeras a quienes les relata una historia que imagina y que ella misma va a poner en escena y protagonizar. El punto de partida es una acción cotidiana en su vida dependiente de bastones: tropezar en alguna vereda de París. Pero esta vez, en vez de tropezar en soledad, dos personas con bastones caen juntas al cemento. Ese simple disparador es suficiente para que Anne Benhaïem y Serge Blazevic, la babosa y el caracol, desarrollen una historia de amor que no necesita caer en dramatismos o exageraciones para hacerse notar. La simbiosis que surge entre ellos está en sus caminatas, conversaciones en un café vacío o en detalles lúcidos como un pijama compartido entre ambos. Las interpretaciones aparentemente improvisadas de sus protagonistas y la escenificación con espacios o actos propios de la vida real de sus intérpretes son fundamentales para dotar esta película de espontaneidad, humor e intimidad. La babosa y el caracol no ocultan que tienen dificultades para caminar ni que se acercan a la tercera edad, sino que eso se expone como la realidad que otorga a la película su propio tiempo y libertad.

Era de esperarse que el premio del público fuese para Cambium de Marina Lameiro y Maddi Barber. Durante la función a sala llena se oían distintas personas que se alegraban cuando aparecían en pantalla. Estaba presente la comunidad navarra protagonista de la película y Cambium les ofrecía una mirada sobre su territorio a partir de la tala de un bosque que se transformó en campos de cultivo. Por otro lado, el premio al Mejor Cortometraje fue para Writing poems at the end of the world de Wonwoo Kim, mientras que La prunelle rouge de Pierre Louapre y el corto A. de Ramón Balcells recibieron la Mención Especial del Jurado. Así cerraba Punto de Vista su última edición a cargo de Manuel Asín en la que efectivamente se programó y celebró un cine que no necesita más que medios modestos para trabajar propuestas contundentes. En momentos en que la obsesión por la pericia técnica es recurrente, quizás sea la austeridad una clave para que estas películas ofrezcan con honestidad una cierta libertad para la mirada.