Página web del festival Márgenes (Madrid, 24 noviembre – 3 diciembre)
NO ESPERES DEMASIADO DEL FIN DEL MUNDO | Radu Jude | Rumanía, Luxemburgo, Francia, Croacia | 2023 | 163 min.
Radu Jude es un cineasta del presente. Con su mirada sagaz e inconformista, el rumano gusta de destripar sin piedad las miserias del mundo actual, de la dictadura de lo políticamente correcto al vacío ideológico sobre el que se asienta la sociedad de consumo. El cineasta de Bucarest tiene un sexto sentido para hace vibrar, con pulso polémico, las cuerdas del zeitgeist. En su anterior película, Un polvo desafortunado o porno loco, Jude destapó las vergüenzas del sistema educativo rumano al estudiar el escarnio sufrido por una maestra que protagonizaba un video sexual filtrado en Internet. Ahora, la igualmente feroz Do Not Expect Too Much from the End of the World vuelve a poner a la sociedad rumana y el mundo moderno contra la espada y la pared. Construida como un collage de viñetas ariscas, la película alude a la inflación provocada por la Guerra de Ucrania, a la coronación del Príncipe Carlos de Inglaterra, a las cicatrices dejadas por Covid y al ataque integrista sufrido por Salman Rushdie. Pero la esencia contemporánea del film debe buscarse en su protagonista, Angela (interpretada con ímpetu salvaje por Ilinca Manolache), una mujer que clama libertad mientras malvive trabajando 16 horas diarias como productora asociada en proyectos audiovisuales de poca monta. Frente al simplismo paternalista que suele imperar en las odas fílmicas al empoderamiento femenino, Jude presenta una figura fascinante y contradictoria, irritante e hilarante, una antiheroína punk experta en convertir la ofensa en poesía. “Que muera lenta y dolorosamente a manos del cáncer”, les desea Angela a sus incontables antagonistas.
Radu Jude también es un cineasta de la memoria. Después de evocar la masacre antisemita de Odessa de 1941 en I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians, y rastrear la amenaza del fascismo en la Rumanía de 1937 en Scarred Hearts, el cineasta convierte su nuevo film en un diálogo explícito entre las Rumanías de 1981 y 2023. Esta dialéctica temporal se conjuga a partir del diálogo entre las imágenes que filma Jude y el metraje procedente de la película Angela, merge mai departe de Lucian Bratu. Las dos Angelas –la del film de Bratu y la de Jude– pasan el día conduciendo por las abarrotadas y hostiles calles de Budapest, y ambas deben soportar por igual la opresión del patriarcado. En 1981, bajo el régimen de Ceaușescu, eran pocos los que veían con buenos ojos a una mujer taxista, mientras que, en la actualidad, una chica aficionada al sexo casual, enemiga de los buenos modales y devota de la estética choni sigue generando incomodidad entre el personal.
El apego de Jude al caricaturismo y las paradojas –Angela actúa como una antisistema pero trabaja para una agencia internacional de marketing– podría hacer pensar en las boutades del sueco Ruben Östlund. Sin embargo, se hace difícil imaginar al director de El triángulo de la tristeza citando a Baudelaire, Slavoj Žižek, Thomas Bernhard o Don DeLillo (también es dudoso que a Östlund se le ocurriese sacarle partido al cartel de una empresa llamada MEGA IMAGE). Ambos cineastas aman la sátira y desconfían de todo atisbo de condescendencia, pero mientras Östlund aplica la estrategia de disparar en todas direcciones, Jude se muestra más certero al poner el dedo en la llaga de los poderosos. Los enemigos –los mandamases, los corruptos, los reaccionarios, los promotores de la ignorancia– son demasiado numerosos y eminentes como para perder el tiempo echando piedras sobre el tejado de los desvalidos. Con su afán político y su debilidad por el intertexto, Jude intenta mantener viva la llama de la modernidad, así como la fe en la inteligencia de su público. Cuando alguien le reprocha a Angela la zafiedad de sus vídeos de TikTok, ella se muestra confiada en que alguno de sus “seguidores” será capaz de comprender su parodia del machirulismo. Puede que al cine de agitación que propone Jude le falten unas cuantas dosis de misterio y poesía para hacerle plena justicia a la herencia de Godard –el referente capital del rumano–, pero a falta de nuevos dioses, vale la pena no desechar el trabajo de este astuto enfant terrible. Manu Yáñez
HERE | Bas Devos | Bélgica | 2023 | 82 min.
Después de Violet (ganadora del Grand Prix en la sección Generation 14plus de la Berlinale 2014), Hellhole(exhibida en la muestra Panorama de la Berlinale 2019) y Ghost Tropic(estrenada en la Quincena de Realizadores de Cannes 2019), el belga Bas Devos “ascendió” a la competencia Encounters de la Berlinale con un austero y fascinante film que tiene como protagonista a Stefan (Stefan Gota), un trabajador de la construcción radicado en Bruselas que está a punto de viajar de vacaciones a su Rumania natal para quedarse un tiempo allí. Antes de iniciar el largo periplo, lleva su coche al mecánico, se despide de familiares y amigos, y a cada uno de ellos les regala una porción de una sopa muy especial que suele preparar y que en verdad es su única demostración de cierto talento gastronómico.
Durante una noche de tormenta, nuestro querible antihéroe conoce en un restaurante de comida asiática a Shuxiu (Liyo Gong), una mujer de origen chino que trabaja en el lugar mientras avanza en su investigación para un doctorado sobre una cuestión tan específica como los musgos. Con una pantalla casi cuadrada (formato 4:3) y mayoría de largos planos fijos (bellos pero jamás ostentosos), Devos va narrando de manera paciente, delicada, austera y sutil el deambular de Stefan y la extraña conexión que luego establece con Shuxiu. Una película de paseos y charlas, libros y plantas, casualidades y azares, conflictos nada extraordinarios. Una historia mínima que, sin embargo, en su deriva y su acumulación, resulta atrapante y encantadora. Diego Batlle
EL AUGE DEL HUMANO 3 | Eduardo Williams | Argentina, Portugal, Países Bajos, Brasil, Taiwán, Hong Kong, Sri Lanka, Perú | 2023 | 121 min.
En el año 2016, se producía el advenimiento de El auge del humano de Eduardo Williams, una película esencial para comprender la relación entre la imagen digital y el mundo contemporáneo. Segmentado en tres bloques, que transcurrían en Argentina, Mozambique y Filipinas, el film engarzaba una noción contemplativa del cine etnográfico con una audaz reflexión sobre la desterritorialización de la experiencia humana en el siglo XXI. Filmada en largos planos secuencia, El auge del humano alcanzaba sus cénit expresivo y teórico en las transiciones entre sus bloques, que acontecían a través de una pantalla de ordenador (para ir de Argentina a Mozambique) y mediante un plano subterráneo, a través de un nido de hormigas (que trasladaba al espectador de África al Sudeste asiático). Así, el planeta devenía un terreno de juego globalizado por el que transitaba una juventud marcada por la precariedad y la persistencia del deseo de vivir.
Ahora, siete años después, llega por fin El auge del humano 3, tercera entrega de una trilogía sin segunda parte. Y cabe decir que la espera ha valido la pena, en cuanto que este nuevo film incorpora sorprendentes novedades al planteamiento del anterior. Para empezar, ya no existe una evidente estructura por bloques, pese a que la acción vuelve a transcurrir en tres localizaciones diseminadas por el planeta y alejadas del eje angloeuropeo; en este caso, Sri Lanka, Taiwán y Perú. Lo crucial es que, en El auge del humano 3, la “transición” entre diferentes enclaves es substituida por una cierta “confusión” o “difuminación” geográfica. Los escenarios, tanto los naturales como los urbanos, se asemejan los unos a los otros, en lo que podría leerse como una alusión a la idea de globalización, pero sin connotaciones necesariamente negativas. Así, después de cada corte de montaje, el espectador no sabe muy bien en qué continente está. Un extravío que se ve acrecentado por el hecho de que los personajes van circulando de forma aparentemente arbitraria por las diferentes naciones que recorre la película. Este crítico experimentó un fuerte shock al descubrir un letrero de la Municipalidad Distal de Punchana, en Perú, en un largo plano protagonizado por dos jóvenes ceilaneses. De hecho, esta escena termina con uno de los personajes diciéndole al otro: “No recuerdo dónde nos conocimos”. En El auge del humano 3, como ocurría en Inland Empire de David Lynch, el “dónde” ya no parece tener relevancia en un mundo gobernado por coordenadas resbaladizas.
Fascinado por la maleabilidad de la imagen digital, Williams encuentra un modo ejemplar de emparentar el fondo y la forma de su nueva película. A la profunda deslocalización geográfica que vehicula el film le responde un poderoso descentramiento estético. Y es que las imágenes de El auge del humano 3 se presentan como estampas expansivas –postales sin núcleo y sin punto de fuga– que pueden ser recorridas con libertad. Williams conquista este hipnótico logro plástico empleando un dispositivo de filmación formado por ocho lentes que abarca un amplísimo rango de visión, más allá de lo que solemos entender por “gran angular”. Lo que se ve en la pantalla es una suerte de versión aplanada, en 2D, de una imagen de realidad virtual. Un dispositivo experimental, provisto de un extrañamiento inherente, al que se suman otros resortes procedentes del detritus digital, del glitch a las deformaciones que aparecen al ensamblar diferentes imágenes dentro de un encuadre.
En El auge del humano 3, la cámara de Williams parece querer abarcarlo todo, pero al mismo tiempo retrata una realidad específica: la cotidianidad de unos jóvenes que viven en los límites de la marginalidad. Evitando caer en el paternalismo, la película acompaña a sus jóvenes protagonistas hasta sus humildes moradas –casas pobres o chabolas– y se entrega junto a ellos a un deambular sin rumbo. Sin embargo, en este escenario con visos de distopía precaria, hay lugar para la utopía festiva y vitalista. En uno de los clímax estéticos de El auge del humano 3, la cámara adopta una perspectiva elevada y observa a un grupo de jóvenes retozando en una charca bajo el bello resplandor del atardecer. A la postre, El auge del humano 3 encuentra su rumbo aferrándose al movimiento permanente. En un plano antológico de 11 minutos, El auge del humano 3 invita a observar, sin premura alguna, el tránsito de un mono por un frondoso paraje selvático. La pausa del momento invita a recordar el cine de Apichatpong Weerasethakul. Pero, entonces, la siempre imprevisible cámara de Williams inicia una rotación circular, a la manera de La région centrale de Michael Snow, generando una perspectiva inmersiva e hipnótica del entorno natural. Un pletórico y fluido viaje estético que se tensa cuando un zoom digital convierte las copas de unos árboles en una frenética y ruidosa espiral de píxeles, una cacofonía audiovisual que remite al apoteósico final de la película 11 minutes de Jerzy Skolimowski. Así es como El auge del humano 3 conquista su elevada estatura fílmica, navegando entre la belleza de lo natural y el magnetismo de lo artificial, entre la miseria y la alegría, entre la concreción de una realidad todavía figurativa y el caos abstracto del mundo digital. Manu Yáñez
MAMÁNTULA | Ion de Sosa | Alemania, España | 2023 | 48 min.
Colaborador habitual de Chema García Ibarra y Luis López Carrasco en tareas de dirección de fotografía, Ion de Sosa cuenta con dos largometrajes en su haber –True Love (2010) y Sueñan los androides (2014)– que además de ser notables ya perfilaban un estilo muy propio. Su nueva propuesta se presenta como una extensión, un paso más allá, de lo planteado en Sueñan… Porque el autor donostiarra recurre a la ciencia ficción, en la que aterriza de nuevo desde la extrañeza, para narrar una historia de corte fantástico, formulada con total libertad y dejando que el relato fluya entre la provocación, el ingenio y otros recursos inesperados.
Replicar la sinopsis de Mamántula ya revela un espíritu nada ortodoxo. El título hace referencia a un joven de apariencia humana que en su interior esconde una araña gigante, y que se dedica a tener encuentros fugaces con otros hombres para acabar con ellos, absorbiendo su sangre, su semen y su vida. El director cita entre sus referencias para esta película A la caza (1980) o La posesión (1981); a nivel visual y de diseño de producción, la pintura de Francis Bacon y las fotografías de Nan Goldin; y, por supuesto, Under the Skin (2013), por la forma en la que el asesino arácnido, con origen fuera de este planeta, adopta forma humana. Estamos, sin duda, ante una propuesta apasionante a nivel visual, que confirma a De Sosa como un cineasta que siempre busca los márgenes de lo narrativo. Ocurre, eso sí, que tras su visionado deja con ganas de más, de saber cómo hubiera discurrido esta historia si se hubiera prolongado más allá de sus casi cincuenta minutos hasta transformarse en un largometraje. Fernando Bernal
NOTRE CORPS | Claire Simon | Francia | 2023 | 168 min.
En su nuevo documental Notre corps, la infatigable Claire Simon espía consentidamente las consultas de múltiples pacientes del área de ginecología en un hospital de París. Lo hace en un sentido ordenado y cronológico, según demarcaría las diferentes etapas vitales, de manera que primero presenta a personas recientemente inseminadas, para posteriormente conocer todo tipo de casos de transición de género, reproducción asistida, intervenciones quirúrgicas, menopausias y malformaciones. Si por algo ha sido valorada la película de Simon es por volverse cada vez más personal (la propia cineasta se convierte en una de las pacientes), traspasando así con su relato una intimidad colectiva que cristaliza como política. Sin embargo, el corazón de la propuesta, que hace de la acumulación de historias anónimas su seña de identidad, radica en el reconocimiento de la labor médica, cargada de tecnicismos y duras decisiones sobre cuerpos ajenos. El documental de Simon respira con vida propia, mantiene el latido de un recién nacido, y muere en una reivindicación sincera de la sanidad pública y de la dignidad en el trato con el paciente.
De lo celular a la comunidad y del primer genoma a la formación de un ser humano, Simon trata de abarcar todos los espectros posibles para dar forma, escapando de la sensiblería fácil, a un retablo de la ciencia más conectada a la feminidad y la vida. Una de sus últimas secuencias, la de una anciana que escucha por primera vez cuál será su doloroso destino, termina por desgarrar al espectador. Su esperanzador epílogo, por el contrario, recuerda la importancia de volver a sentir que estamos vivos… y levantarse de la butaca después del fundido a negro. Alberto Richart