La australiana Kitty Green debutó en la ficción con The Assistant (2019), una audaz y valiente propuesta que estudiaba un caso de acoso laboral, con la figura del que podía ser Harvey Weistein fuera de plano, y situando el foco sobre el papel de cómplices de los compañeros de trabajo de la protagonista. Una perspectiva novedosa para una película que se hacía eco de un caso que supuso uno de los detonantes del movimiento #MeToo. Para su segundo film de ficción, la cineasta cuenta de nuevo con su compatriota Julia Garner para uno de los papeles protagonistas, pero cambia de registro narrativo y de propuesta visual.
En Hotel Royal, Green abandona el ambiente empresarial de The Assistant para construir un thriller en el que vuelve a elaborar un discurso en contra de la violencia ejercida sobre las mujeres, reivindica su empoderamiento y sigue dando cuenta de su saber hacer a la hora de capturar en imágenes ambientes opresivos. Se trata de un film que va subiendo su temperatura interna de manera gradual, donde se intuye el peligro, luego se siente y, finalmente, este se materializa en forma de violencia verbal y de agresiones físicas.
La cineasta, que también escribe el guion en colaboración con Oscar Redding, narra la historia de dos jóvenes canadienses de vacaciones en Australia. Con la intención de ganar algo de dinero, para luego pasar una temporada en la costa, aceptan un trabajo en un lugar remoto, un pueblo prácticamente fantasma, habitado por cerca de treinta trabajadores, donde la vida transcurre entre interminables rondas de cervezas y chupitos, dentro del bar que da título el film. Hanna (Julia Garner, cuya química con la directora se vuelve a poner de manifiesto) y Liv (la inglesa Jessica Henwick, habitual del cine de Hollywood) llegan hasta este lugar para colocarse detrás de la barra. Lo que no venía en su contrato de trabajo es que iban a tener que aguantar las ‘costumbres’ locales, que incluyen insultos, humillaciones y proposiciones agresivas.
Green convierte ese escenario en un verdadero campo de batalla verbal y físico –las peleas en plena borrachera colectiva son habituales– en el que las jóvenes tratan de aprender a desenvolverse, a la vez que entran en contacto con el culto al alcohol que impera en esas tierras inhóspitas. En el desarrollo de la historia no se indaga en la biografía de los protagonistas, ni en sus orígenes. Vamos descubriendo su psicología y sus diferentes personalidades a partir de cómo enfrentan una situación límite. La planificación de Green y el ágil montaje corresponden a las reglas clásicas del género y por momentos acercan la película al terror psicológico. Sin embargo, la directora, quizá como herencia de una carrera que comenzó ligada al campo del documental, se recrea en los desolados (aunque hermosos) paisajes para que estos funcionen como contrapunto perfecto del infierno que supone habitar cada noche el Hotel Royal.
En el fondo, el film mantiene una línea de discurso similar respecto a The Assistant, variando algunos temas y el contexto, pero manteniendo su espíritu crítico con la sociedad patriarcal y su defensa de valores como la libertad y el consentimiento. Pero como principal novedad se presenta su vocación de thriller sin concesiones que, en realidad, es mucho más personal en su propuesta y sorprendente en su desarrollo de lo que un comienzo algo convencional y rutinario podía hacer suponer. Una operación con ciertos riesgos que Green sabe controlar y poner a disposición de los mecanismos de una obra vibrante.