Basada en unos hechos reales ocurridos en Francia a finales del siglo XIX, La historia de Marie Heurtin relata en clave de drama con apuntes de comedia la odisea de una chica ciega, sorda y muda que fue acogida en un convento de religiosas donde se formaba a niñas con deficiencias auditivas. Desde un principio, la película de Jean-Pierre Améris deja claro su tono amable encadenando vistas bucólicas y una mirada pintoresca al grupo de monjas, aunque la actitud beligerante de Marie Heurtin (interpretada con fiereza por la actriz sorda Ariana Rivoire) inclina el relato hacia un choque inicialmente dramático: el que protagonizan una joven encerrada en un mundo de oscuridad y silencio, y una monja de salud frágil (Isabelle Carré) que se desvivirá por establecer un vínculo con la pequeña salvaje.
Film emotivo y simpático, sin mayores pretensiones autorales, La historia de Marie Heurtin –ganadora del premio Variety Piazza Grande del pasado Festival de Locarno– encuentra su mejor baza en el trabajo de Carré, a la que Améris había dirigido anteriormente en la comedia romántica Tímidos anónimos y que despuntó en la memorable Asuntos privados en lugares públicos de Alain Resnais. Carré es una actriz de gestualidad revoltosa, una atleta emocional capaz de introducir pequeñas pinceladas de comicidad en las escenas más dramáticas, además de insuflar bocanadas de frágil ternura a sus criaturas. Es ella quien guía al espectador por el relato a través de una intermitente voz en off que dota al film de un halo literario.
En conjunto, la película remite a El pequeño salvaje, el recordado film de 1970 de François Truffaut, en el que resonaban los ecos de la filosofía de Rousseau. En La historia de Marie Heurtin, la idea de la inocencia salvaje se entrecruza con el mito de Pigmalión, trastocado aquí por el profundo afecto que surge entre una maestra y su pupila. El proceso de apertura al mundo de Marie se presenta casi como un milagro –en la línea de los Despertares de la película de 1990 con Robert De Niro, Robin Williams–, algo en lo que juegan un papel crucial unas elipsis (saltos en el tiempo) que ahorran al espectador el previsiblemente tedioso proceso de aprendizaje lingüístico de la protagonista. Améris no parece tener demasiados remilgos a la hora de avivar la llama emocional del film, como también demuestra algún plano subjetivo (e iluminado) filmado desde el punto de vista de Marie, una chica ciega.
Pese a estas concesiones sentimentales y pese a que Améris se toma su tiempo a la hora de sacar partido del potencial táctil del relato (duele imaginar lo que Claire Denis o la Andrea Arnold de Cumbres borrascosas podrían haber hecho con este material), La historia de Marie Heurtin presenta aspectos interesantes. El más notable de todos es la valentía y frontalidad con la que Améris y su coguionista Philippe Blasband encaran un tema tan delicado como la muerte, todavía un tabú en amplios sectores del arte. De esta manera, contrapesando sus mayores limitaciones –el tono excesivamente idílico de ciertos pasajes– el film termina consolidando su mayor virtud: una cruda mirada a la angustia que genera la mortalidad.