Hacía trece años que Peter Bogdanovich, toda una leyenda del Nuevo Hollywood de los años 70, no asumía la dirección de una verdadera película. Había dirigido para televisión pero desde El maullido del gato la gran pantalla se le resistía. She’s Funny That Way (que se traduciría como Es encantadora a su manera, pero que en España se ha titulado Lío en Broadway) implica el notable retorno al cine del veterano director de La última película, un regreso triunfal al universo de la comedia cinéfila, un territorio –el del homenaje a las screwball comedies de la era dorada de Hollywood– que Bogdanovich ya dignificó con clásicos modernos como ¿Qué me pasa doctor? o Luna de papel.
Construida a partir de un chiste sobre ardillas y bellotas que aparecía en El pecado de Cluny Brown de Ernst Lubitsch, Bogdanovich ofrece una lección maestra de aquella idea que propulsaba las comedias de Howard Hawks: la combinación de confusiones dialogadas (nunca chistes), frenesí rítmico y caos físico. Y de hecho, Lío en Broadway funciona como una sinfonía de puertas abriéndose y cerrándose, un desfile de frases entrecortadas y bofetadas. Un trabajo formal y narrativo que sostiene una celebración del libertinaje que evoca al Hollywood anterior a la instauración del puritano Código de Producción de Películas (1934).
Los realizadores Noah Baumbach y Wes Anderson –otro devoto de Lubitsch– han ayudado a Bogdanovich a producir Lío en Broadway, que recupera varios de los rasgos distintivos de dos de las mejores comedias del director de Máscara. Por un lado, está el juego de espejos que desata una representación teatral que protagonizan en Broadway los protagonistas del film, algo que conecta de lleno con el torrente de equívocos de Qué ruina de función –adaptación de la obra teatral de Michael Frayn–. Y luego está el partido que le saca Bogdanovich a la energía eléctrica y el halo neurótico de la ciudad de Nueva York, que ya tensaba los diálogos y carreras de la magistral Todos rieron (They All Laughed), aunque cabe decir que Lío en Broadway transcurre en su mayor parte en interiores, dando lugar a una convulsa pieza de cámara coral.
Por último, cabe destacar que Lío en Broadway se nutre del talento de un amplio grupo de actores en estado de gracia. Owen Wilson, en la piel de un embaucador de buen corazón, aporta al festín sus eternos y melancólicos aires de soñador. Jennifer Aniston, como una psicóloga al borde de un ataque de nervios, entrega una versión histérica y recatada de su personaje de Cómo matar a tu jefe. Imagen Poots, como una chica de alterne que aspira a ser actriz, encuentra el receptáculo perfecto para explotar su risueña artificialidad (su imitación del acento de Brooklyn es para enmarcar). Rhys Ifans se limita a hacer de Rhys Ifans. Y por último, como la guinda escondida del pastel, Kathryn Hahn tiene la oportunidad de demostrar que, si se ajustase a los estándares de belleza de Hollywood, probablemente sería una de las grandes estrellas de la meca del cine en lugar de una secundaria de lujo. Un dream team ocasional que se entrega, con aires naíf, al entretenimiento nostálgico que orquesta eficazmente Bogdanovich.