Endika Rey

Mejor largometraje: The Brutalist (Brady Corbet). Todo en The Brutalist es monumental: el propio periplo narrativo de su protagonista, un arquitecto húngaro superviviente de un campo de concentración, que llega a Estados Unidos en búsqueda de su vida y destino; la propuesta de puesta en escena, donde los encuadres remiten en ángulos, color y vacíos al propio brutalismo y siempre parecen seguir la máxima de que forma y fondo han de ir hermanados; el hecho de estar rodada en glorioso VistaVision con la intención de acercarse a los años 50 y convertirse así en una película que parece sacada de otro tiempo; la grandiosidad de los espacios y de unas interpretaciones que van del naturalismo de un impactante Adrian Brody al estilo del Hollywood clásico de un no menos tajante Guy Pearce… The Brutalist es una película inabarcable, con picos de genio, secuencias imposibles, planos soberbios… pero también es una cinta repleta de ideas y decisiones complejas que hay que reflexionar y a las que volver. Corbet idea al mismo tiempo instantes sublimes (pienso por ejemplo en una visita a las minas de mármol de Carrara o una secuencia de sexo bajo los efectos del opio que se encuentran sin duda entre los mejores momentos del cine de 2024) con otros que descolocan. Y es que la película de Brady Corbet es una obra que plantea cuestiones incómodas respecto a la relación entre arquitectura, política, nación y sociedad. No estamos ante una película que pueda leerse en una única dirección y algunas de las decisiones que toma su director son incluso cuestionables, pero eso hace que la inmensidad de la cinta sea curiosamente mayor: no estamos ante una obra elefantiásica aunque pueda parecerlo, sino ante una que se cuestiona y expande, que plantea contradicciones, que es imperfecta y que deja que cada espectador escoja su propia aventura. Ir a un festival de cine tiene la ventaja de asistir por primera vez, sin saber nada, a proyecciones que se saben míticas. La de The Brutalist en Venecia 2024, sumada a las conversaciones y debates posteriores fuera de la sala, fue sin duda uno de los grandes momentos de mi año.

Mejor dirección: Vermiglio (Maura Delpero). El tacto y el mimo del que hace gala Maura Delpero en la maravillosa Vermiglio para contar decenas de pequeñas historias a partir de cientos de detalles es impresionante. Se trata de una cinta emocionante, preciosa, dolorosa, sutil y repleta de capas. También hacía tiempo que no se veía a niños y adolescentes tan bien rodados pero, más allá de los actores, toda su (ericiana) propuesta de puesta en escena muestra, al mismo tiempo, un control absoluto y una fluidez imposibles. Vermiglio es uno de los grandes títulos del año y Delpero uno de sus mayores descubrimientos.

Mejor encuadre: La habitación de al lado (Pedro Almodóvar). Aunque algunos de los planos generales enmarcados por ventanas de La habitación de al lado puedan remitir veladamente a las maneras de Douglas Sirk, la última película de Almodóvar va mucho más allá del homenaje o la referencia. No hay lugar aquí para la confusión entre una emoción verdadera y su simulación porque en La habitación de al lado ambas se entremezclan en un todo único, calculado, donde el artificio es un espejo que nos devuelve la mirada. En ese sentido, la triple cita a Los muertos de la película, que remite tanto a James Joyce, como a John Huston y al propio a Almodóvar, es producto de un genio: las diferentes capas que nos conforman tienen elementos de disfraz, pero la suma de todas ellas tiene el peso de la vida. Porque La habitación de al lado habla de una nieve que en esta ocasión es rosa, pero a ninguno nos sorprende ya ese bellísimo color. Lo que importa es que es una nieve que cae leve sobre el universo, como esas almas que también descienden lentamente para acabar posándose sobre todos nosotros.

Mejor plano general: Black Dog (Guan Hu). Lo bueno del cine es que cada cineasta tiene una libertad absoluta para inventarse y adoptar las reglas del juego que considere convenientes para contar su historia. Lo único que se le pide es que, una vez creadas, esas normas auto impuestas se respeten a lo largo del juego. En Black Dog, Guan Hu parte de una idea muy sencilla: toda la película se contará sin primeros planos, atendiendo a su protagonista, y al perro que lo acompaña, pero siempre situándolos como unos más dentro del pueblo chino que se prepara para las olimpiadas de Pekín de 2008. Con esa decisión parece decir que esta película no es sólo la historia de ese expresidiario que busca la reintegración, sino la de todo un país en reinvención. Ello, sumado a la espectacular labor de Weizhe Gao en la fotografía, hace que estemos ante la cinta con los planos generales más espectaculares (técnica y conceptualmente) del año.  

Mejor plano medio: Diciannove (Giovanni Tortorici). Los coming-of-age suelen ser relatos de iniciación que se centran en mostrar la evolución de un personaje desde la juventud hasta el alcance de una cierta edad adulta. El crecimiento suele explorarse a través de las respuestas de su protagonista frente a situaciones vitales que antes le quedaban alejadas y suele ser habitual encontrarse con un desarrollo vinculado a la búsqueda de la propia identidad, ya sea sexual o emocional. La grandeza de Diciannove, la ópera prima de Giovanni Tortorici, es que realiza un coming-of-age alejado de todos los tópicos. Aquí no encontramos una historia de amor, no tenemos a un protagonista que realmente haga amigos a lo largo de su viaje, no accede a territorios de ensueño (ni pesadilla) y ni siquiera se trata de una persona especialmente simpática. Sin embargo, uno no puede apartar la mirada de Leonardo (Manfredi Marini) porque poco a poco su obsesión acaba siendo también la del espectador: desgranar la literatura italiana, caminar erráticamente tanto por las calles de Londres como por las de Siena, hacer todo lo posible por evitar el contacto humano para pasar tiempo con uno mismo. Hasta un tema tan propio del subgénero como el de la identidad sexual se resuelve aquí a partir del misterio: estamos indudablemente ante una película queer, pero es una que prefiere primar la desorientación al destino. Es en ese sentido que la película ofrece un gran plano medio de su protagonista: nunca vemos el todo general del mismo modo que nunca llegamos a entender sus gestos en primer plano. Nos encontramos a medio camino, en la fascinación, inquietud y complejidad por esas vidas que no pertenecen ni a la madurez ni a la adolescencia… pero también asistimos a la capacidad de esculpir con precisión en el tiempo un momento pasajero.

Mejor primer plano: On falling (Laura Carreira). El modo en que Laura Carreira filma a Aurora (Joana Santos), una inmigrante portuguesa trabajando y malviviendo en Inglaterra, nunca deja de mostrarla en soledad e incluso su gestualidad sonriente esconde siempre una profunda tristeza. Pese a ello, la cámara nunca ahonda en ese primer plano desde el dolor o la crueldad, y hay un trabajo riguroso en cuanto a que, más allá de intentar comprenderla, uno siente también que la cámara la está acompañando en todo momento. 

Mejor plano detalle: Here, un hombre bueno (Bas Devos). Los mejores planos detalle siempre son aquellos que, por un breve instante, parecen convertirse en un plano general. Hay mucho de eso en Here, un hombre bueno (del mismo modo que también varios de sus planos generales parecen convertirse en micro acercamientos a sus personajes). ¿Cómo ver, si no, esos detalles microscópicos del musgo que une a la pareja protagonista? Se pueden ver como una aproximación, pero también como un camino. 

Mejor plano fijo: April (Dea Kulumbegashvili). April se recuerda cómo se recuerda un mal sueño. A la hora de escoger las categorías de este top le otorgué directamente la de “plano fijo” porque recordaba un instante fascinante en un coche en el que la cámara no se mueve pero el punto de vista cambiaba radicalmente y pasábamos de la conductora al paisaje sin darnos cuenta y ampliando radicalmente el significado de la escena. Pensando más en ese instante me doy cuenta de que tal vez la secuencia sí que presentaba un leve movimiento de cámara e incluso, tal vez, podía hasta llegar a salir del coche en marcha. No estoy seguro y no puedo comprobarlo: el recuerdo de la película se me presenta entre brumas y los escenarios y los personajes se confunden en mi mente. Creo que ese es uno de los objetivos de Kulumbegashvili: situarnos a medio camino entre diferentes perspectivas que no siempre se corresponden con sus personajes. Recuerdo otros planos fijos impactantes de la cinta (por ejemplo, el de esas manos ayudando a realizar un aborto) pero lo que más me impacta de la película es su inmensa capacidad de mover y reinterpretar sus elementos a través de herramientas invisibles. Toda la película es un plano fijo donde el tiempo y el espacio se modifican sin que haya realmente un cambio cronológico o de lugar, como si estuviésemos en un sueño febril.

Mejor reencuadre: Tres kilómetros al fin del mundo (Emanuel Pârvu). La primera mitad de Tres kilómetros al fin del mundo uno no sabe bien si está ante un drama o una comedia. El tema de la homofobia es sin duda muy serio pero el acercamiento costumbrista a sus personajes consigue crear varios gags donde la risa incómoda surge y se congela continuamente. El reencuadre en realidad viene un poco más adelante, cuando el sacerdote del pueblo y los padres del protagonista deciden llevar a cabo un exorcismo para curar su homosexualidad: de repente el drama y la comedia quedan reencuadrados por el terror, pero los tres géneros siguen actuando simultáneamente. La película de Pârvu no es perfecta, pero ese instante en tres direcciones efectivamente parece acercarnos al fin del mundo. 

Mejor travelling: The Holdovers. Los que se quedan (Alexander Payne). Una Mary (Da’Vine Joy Randolph) borracha chilla a un tipo que sugiere cambiar de disco en una fiesta. La canción que suena le recuerda a su hijo fallecido y, tras el encontronazo, decide calmadamente sentarse en una silla. Allí, primero desorientada y con la mirada perdida, luego con una sonrisa y finalmente dándose cuenta de donde está, Alexander Payne acompaña el viaje interno del personaje con un leve travelling in que nos acerca a su rostro y a la frase final que corona la secuencia: Go get me another drink. El de The Holdovers no es el movimiento de cámara más técnicamente espectacular del año pero sí uno de los más emocionantes.

Mejor ralentí: Twilight of the Warriors: Walled In (Soi Cheang). Chan Lok-kwun (Raymond Lam) se esconde en la ciudad Amurallada de Kowloon. Allí, la banda protectora de la ciudad lo persigue hasta que el protagonista logra meterse en una peluquería y toma como rehén a un barbero considerablemente anciano. Lo que no sabe es que ese barbero, que no deja de fumar, es Cyclone (Louis Koo), el jefe de la ciudad, y en apenas unos segundos ese supuesto viejo conseguirá pegarle una paliza y vencerlo. Lo maravilloso de la secuencia viene de los golpes, saltos y vuelos que tienen lugar en ese escenario pero sobre todo viene del hecho de que todo transcurre entre el instante en que Cyclone tira al aire, hacia arriba, el cigarro que se está fumando y vuelve a cogerlo y fumar en su descenso. Toda la acción queda concentrada en un ralentí donde el tiempo se detiene para que la acción pueda multiplicarse.

Mejor plano secuencia: Flow, un mundo que salvar (Gints Zilbalodis). El inicio de Flow no presenta cortes, pero en realidad toda la película puede leerse como un inmenso plano secuencia: uno donde nunca dejamos de acompañar casi en tiempo real a los animales protagonistas en su intento de supervivencia. Cuando al final de la película llegamos a un bellísimo homenaje animado al cine de Béla Tarr, de repente esa apuesta por la secuencialidad cobra su sentido completo.

Mejor plano encadenado: Queer (Luca Guadagnino). Hay un instante de Queer en el que William (Daniel Craig) asegura que “No soy queer, soy incorpóreo”. Eso sumado a su obsesión por la telepatía como único modo de acceso a Eugene (Drew Starkey), hace que el increíble final del viaje, donde lo físico y lo espiritual se fusionan, tenga sentido completo. Lo cierto es que, en realidad, ya a lo largo de la cinta se nos ha presentado esa misma idea a través de sus imágenes: son varios los instantes en que los planos encadenados duplican los cuerpos de sus personajes y permite que se toquen, se comuniquen y solapen. Creo que la idea de Guadagnino de mostrarlo a través de esa técnica de montaje es uno de los grandes hallazgos del cine del año. Y Queer una de las mejores películas. 

Mejor plano contrapicado: Evil Does Not Exist. El mal no existe (Ryûsuke Hamaguchi). El inicio y el final de Evil Does Not Exist, con un travelling en contrapicado de las copas de los árboles, de día y de noche, no se corresponde realmente con la perspectiva de ningún personaje sino con la de la propia naturaleza: la tierra ofreciendo sus árboles como respuesta. Es allí donde el mal, efectivamente, no existe. 

Mejor plano contraplano: Hit Man. Asesino por casualidad (Richard Linklater)Hit Man es una mezcla imposible entre un film noir y una romcom (¡a veces incluso en la misma secuencia!), tremendamente sexy, profundamente amoral, con mil desvíos inesperados y con una personalidad propia tan majara como coherente. En ese sentido, una de las mejores secuencias de la película es aquella en que la identidad real de sus dos protagonistas se desvela por fin pero lo hace en un juego de máscaras en el que ambos tienen que simular ser otros ya que la policía está escuchándolos fuera de plano. Es el primer instante en que asistimos realmente a un juego igualitario de plano/contraplano entre los dos, donde la realidad y la ficción se entremezclan pero ambos están ya en la misma línea. Una vez más (y ya van…), Richard Linklater nos ha regalado una de las mejores cintas del año.

Mejor montaje: Soundtrack to a Coup d’État (Johan Grimonprez). El trabajo de Rik Chaubet a la hora de montar todo el material de archivo de Soundtrack to a Coup d’État y fusionarlo con las múltiples citas, voces y canciones que organizan su discurso me parece realmente espectacular. Las múltiples capas de la película de Grimonprez no sólo ofrecen un punto de vista insólito a un tema histórico, sino que multiplican su significado.

Mejor flashback: Universal Language (Matthew Rankin). En realidad aquí hay trampa ya que uno no sabe hasta qué punto la secuencia seleccionada es un flashback, una realidad o una ensoñación. El instante es conmovedor: Matthew (interpretado por Matthew Rankin, el director) llega a una Winnipeg –donde todo el mundo habla en farsi– para encontrarse con su madre. Ésta le ha sustituido por otra familia y, cuando llega a su casa, comprueba que la anciana ya no le recuerda. Tras la decepción, una puerta se abre y vemos en el exterior a una madre joven destendiendo la ropa congelada de las cuerdas. Matthew, con otro cuerpo (en esta ocasión interpretado por Pirouz Nemati, guionista de la cinta), comprueba con ese recuerdo que ha perdido su identidad mientras una canción asegura que «I once said to you that if you return I will share my heart´s sorrow with you». A medio camino entre Kiarostami y Anderson (tanto Wes como Roy), Universal Language es una de las películas más especiales de 2024. 

Mejor fuera de campo: The Shrouds (David Cronenberg). El modo en que Cronenberg se aproxima al tema de la muerte a través de este film noir sobre crímenes del futuro cobra un nuevo sentido cuando piensas que su propia mujer había fallecido poco antes. No se trata de una autoficción (pese a que Vincent Cassel lleve un look que remite directamente al del director), pero ese fuera de campo sobrevuela toda la cinta y hace que esa idea de que el duelo nunca se irá resulte todavía más turbadora y emocionante.

Mejor elipsis espacial: Memorias de un cuerpo que arde (Antonella Sudasassi Furniss). Ana, Patricia y Mayela son tres mujeres de distintas épocas que se encarnan en la voz de una única mujer mayor que recuerda sus distintas sexualidades y represiones. Sudasassi decide representar esa fusión través de unos escenarios, épocas y personajes que nunca dejan de mezclarse: el piso donde habitan es siempre el mismo, pero sus pasillos y habitaciones mutan continuamente en uno de los ejercicios más sugerentes del cine latinoamericano del año. 

Mejor elipsis temporal: La sustancia (Coralie Fargeat). Aunque no soy el mayor defensor de La sustancia(toca una tecla muy divertida, pero toca la misma durante 150 minutos y acaba por resultar agotadora), lo cierto es que se trata de una película juguetona y festiva que sí está decidida a pensar en imágenes. En ese sentido, la elipsis que abre y cierra la película, donde vemos diferentes instantes de una estrella del paseo de la fama (¡hay hasta un Los Angeles nevado!), me parece uno de los motivos visuales más icónicos del año. 

Mejor actriz: Hard Truths. Mi única familia (Mike Leigh). No he visto ninguna interpretación este año que me haya impactado más que la Marianne Jean-Baptiste de Hard Truths. Tras los primeros 50 minutos de película pensé que la construcción de su personaje, a medio camino entre lo insoportable y lo hilarante, era sublime aunque tal vez subrayado en exceso, pero entonces Leigh y Jean-Baptiste me sorprendieron con otros 50 minutos donde la apuesta era la contraria: la tristeza y la sutilidad. Ese díptico actoral de su protagonista, sumado al espléndido cast que la acompaña, hace que no haya duda: es la interpretación de 2024.

Mejor actor: I Saw the TV Glow. El Brillo de la televisión (Jane Schoenbrun). Gran parte del dolor que causa la durísima I Saw the TV Glow se debe a la prodigiosa interpretación de Justice Smith en el papel de Owen. Tanto en su yo joven como en el adulto, todo su rango de actuación nos lleva a ese alguien encerrado e incapaz de liberarse, pero Owen no es nunca un mero rol sino alguien que esconde mil vidas posibles y traumas pasados. El hecho de que no los conozcamos no quiere decir que no lo conozcamos a él y su interpretación acaba por convencernos de que es Owen, y no el villano de la serie de televisión que consume compulsivamente, quién es el auténtico «Mr. Melancholy». La secuencia en que se compra una televisión último modelo y mira a cámara para asegurar que «It was time for me to become a man. I even got a family of my own. I love them more than anything» es tal vez el instante más triste de todo el cine del año.

Mejor actriz secundaria: Emilia Pérez (Jacques Audiard). Aunque en realidad su personaje sea en parte protagonista, no me resisto a comprar la narrativa de «secundaria» (ella guía el relato, pero éste no le pertenece) y mencionar el trabajo de Zoe Saldaña en esta categoría porque si la locura de Emilia Pérez funciona es en su mayor parte debido al dominio corporal, gestual, musical y espiritual de la actriz. Ya sea desde el centro del plano o desde sus márgenes, ella es el ancla de una película que podría haberse perdido en alguna de sus cientos de mareas. Si bien no es la única, es una de las razones principales por las que considero que la (artificiosa, fastuosa, imponente, enloquecida, arriesgada) película de Audiard es una de las mejores películas del año. 

Mejor actor secundario: Anora (Sean Baker). El reparto entero de secundarios de Anora (Karren Karagulian, Vache Tovmasyan, Yura Borisov) es perfecto pero el carisma que destila Mark Eidelstein como Ivan, el hijo pijo de un oligarca ruso, me parece de otro planeta. Tan tierno como desgraciado, su historia de ¿amor? y ¿desamor? con la también espectacular Mikey Madison convierte la película en la mejor screwball comedy que hemos visto en lustros.

Mejor decisión de casting: Por donde pasa el silencio (Sandra Romero). La idea de contar esta bellísima película a través de la relación entre los hermanos reales Antonio, Javier y María Araque hace que Por donde pasa el silencio se convierta en una de las óperas primas españolas más especiales y estimulantes de los últimos años. No es la única razón, pero esa decisión de casting hace que la película te toque con golpes y te desgarre con caricias.

Mejor personaje real en película de ficción: Los destellos (Pilar Palomero). La secuencia en que Pilar Palomero decide incluir en pantalla a Pablo Iglesias, doctor especialista en cuidados paliativos que acompañó y asesoró a todo el equipo durante el rodaje, presenta uno de los conceptos más bellos de Los destellos. El modo en que Iglesias habla a Ramón (Antonio de la Torre) y la cantidad de cuestiones que se ponen sobre la mesa sin necesidad de explicitarlas en palabras dan pie a un instante de brillo auténtico que está entre las mejores secuencias del cine español de 2024.    

Mejor documental: Tardes de soledad (Albert Serra). Existen mil posibles lecturas en la (malignamente) ambigua Tardes de soledad: el valor y el miedo, el romanticismo y la bestialidad, lo individual y lo social, la crueldad y lo naif, etc. Se trata de una cinta tremendamente generosa porque regala a cada uno su propia mirada pero todas esas miradas posibles están fundamentadas en una tremenda rigurosidad de concepto, puesta en escena y montaje. La mía en concreto es la de ese torero y su cuadrilla que performan todo el rato una masculinidad tan exagerada que en realidad no está tan alejada de la de una folclórica, pero bien podría ser otra. Se trata de un documental que prefiere mostrar antes que indicar qué o cómo hay que pensar. Dentro de la película hay un posicionamiento pero éste no persigue las posiciones encontradas sino la contradicción de su propia unión. 

Mejor guión original: Sex (Dag Johan Haugerud) & Trois amies (Emmanuel Mouret). Ex aequo para dos de las comedias románticas más inesperadas del año: el guión de Dag Johan Haugerud para Sex incide en cómo las reglas del amor pueden diferir para los integrantes de diversas parejas mientras que el libreto de Carmen Leroi y Emmanuel Mouret para Trois amies muestra cómo a veces el amor llega (y se va) en momentos distintos para cada uno de sus integrantes. Ambas películas tratan el adulterio desde lo emocional y nunca desde el juicio y, más allá de sus momentáneas amoralidades, ambas toman también la excusa del amor y el sexo para retratar los ideales en tránsito de la sociedad contemporánea.

Mejor guión adaptado (y mejor giro final): Conclave (Edward Berger). El guión de Peter Straughan para Cónclave, así como la dirección de Edward Berger a partir de su texto, consigue algo muy complicado: idear una película que sabe exactamente cuando tiene que ser seria y cuando necesita un punto mamarracho. En ninguna de sus dos vertientes director y guionista se sitúan nunca por encima (ni por debajo) del ser un divertimento y, para cuando llega el giro final imposible, uno ya sólo puede aplaudir porque es la confirmación absoluta de que sus responsables sabían en todo momento cuál era el tono adecuado para aquello que tenían entre manos.

Mejores trampas: Trap (M. Night Shyamalan). En la parte final de Trap, Rachel (Alison Pill) se dispone a hacer un té en su cocina. Shyamalan decide encuadrar la secuencia desde un plano medio en un ligero contrapicado, de espaldas al personaje, centrando toda la atención del encuadre en la tetera en el fuego que refleja en su contorno plateado a la mujer en una esquina. ¿Significa eso que veremos aparecer a Cooper (Josh Hartnett) en el otro margen vacío de la tetera? El plano se mantiene el tiempo suficiente como para que Rachel se aleje a abrir un armario y vuelva a situarse delante de los fogones. La duda está sembrada y ese alargamiento en el tiempo hace que la intriga aumente, pero al final no pasa nada. Entonces un travelling innos acerca hacia Rachel y se nos descubre al otro personaje: efectivamente Cooper está en la casa dispuesto a vengarse de su mujer. ¿Utilizará Rachel la tetera para defenderse? ¿Lanzará tal vez el agua caliente contra el psicópata de su marido? Nada de eso sucede y la tetera no tiene ninguna importancia en la trama porque esa es una de tantas cosas en las que Shyamalan es un maestro: en darnos pistas falsas a través de elementos de guión y de dirección, llevarnos hacia callejones sin salida, hacernos creer que estamos por delante cuando en realidad siempre estamos siguiendo sus pasos. También incluye pistas certeras, por supuesto, pero esas son las que más desapercibidas nos pasan. Shyamalan está en una fase divertidísima de su carrera donde persigue jugar al gato y al ratón tanto con sus personajes como con nosotros. Existe gente a la que estas trampas les suenan a poca destreza pero yo pienso que son todo lo contrario.

Mejor voz en off: Un prince (Pierre Creton). Las voces en off de Grégory Gadebois, Mathieu Amalric y Françoise Lebrun en Un Prince no se limitan a complementar las imágenes que estamos viendo sino que las extienden, las descifran y las utilizan para crear nuevos misterios. 

Mejor Macguffin: Super Happy Forever (Kohei Igarashi). ¿Se puede hacer una película sobre la búsqueda de una gorra desaparecida? Efectivamente: se puede. Super Happy forever es un precioso díptico sobre el duelo y el amor narrado con muchísima ternura y melancolía. A través de esa gorra se toca con mimo todo el espectro emocional de sus personajes porque, como en todo buen Macguffin, éste en realidad no es más que la excusa para el viaje. 

Mejor prólogo: Joker: Folie à Deux (Todd Phillips). La decisión de comenzar «Joker: Folie à Deux» con el (maravilloso) corto de animación Me and My Shadow dirigido por Sylvain Chomet ya nos avisa de que no estamos ante una secuela cualquiera: mitad resumen de la primera parte, mitad desmitificación de todo lo sucedido en la misma, ya desde su prólogo este Joker 2 se auto boicotea y pone el marcador a cero. No estamos ante una película épica o heroica sino ante una fantasía enfermiza donde la risa se congela. Joker: Folie à Deux consigue algo dificilísimo: ser tanto un reflejo como un reverso y convertirse en su propia sombra. Hacía mucho tiempo que una secuela de Hollywood no volaba tan alto… incluso si lo consigue tirándose desde un precipicio.

Mejor epílogo: En fanfare. Por todo lo alto (Emmanuel Courcol). Todo en En fanfare resuena como una feel-good movie de manual. Ni su trama ni sus personajes ni su propuesta de puesta en escena son realmente innovadoras y la película es como una de esas canciones que suenan a conocidas ya desde sus primeros acordes. Se puede decir que ya hemos visto antes En fanfare y, sin embargo, también se puede decir que el modo en que la dirección recoge y reutiliza tramas maestras es inteligente, pulido y hasta brillante. Se trata de una película que no se avergüenza de ser popular y de partir de lugares ya transitados y, en ese sentido, su epílogo es donde todo converge con mayor éxito. La idea de ese final no es especialmente original y la dirección tampoco llama la atención sobre ella misma pero, tal vez por eso, el clímax resulta tan emocionante. Porque, como su director, llegados a ese punto nosotros como espectadores también nos hemos quitado de encima los prejuicios. La melodía nos suena pero queremos seguir escuchándola. Preciosa. 

Mejor final: Anora (Sean Baker). La secuencia final de Anora nos lleva simultáneamente a la desesperación y a la esperanza. Asistimos al dolor pero también al reconocimiento del otro y de uno mismo. Toda la película es extraordinaria pero ese final es maestro. 

Mejores títulos de crédito (y mejor diálogo): Queer (Luca Guadagnino). Los títulos de crédito de Queer funcionan como oposición a los de los de Call Me by Your Name: ambos utilizan cartelas con imágenes relacionadas con la película pero lo que allí era amarillo aquí es azul oscuro; lo que allí implicaba deseo aquí incide en la obsesión; lo que allí era una tipografía manual limpia aquí es prácticamente la misma pero interrumpida por pequeños trazos violentos. Lo cierto es que Queer dialoga directamente con aquella película más allá de los títulos: ¿Cómo entender si no el plano de Queer en el que la cámara interrumpe una secuencia de sexo para encuadrar unos árboles (algo que sucedía en Call Me by Your Name y por lo que Guadagnino fue acusado de recatado) para inmediatamente después volver a la habitación y mostrar, esta vez sí, en plenitud todo el acto? Los títulos de crédito nos avisan de que esta película habla de la realidad por encima de la idealización, pero también de que una es el reverso oscuro de la otra. 

Mejor título: Los domingos mueren más personas (Iair Said). La divertidísima película de Iair Said es como su título: inesperada, tajante, irónica y con un sano interés por reírse del propio concepto de la muerte. Da la impresión de que ya desde su bautismo lo único que pretende la película es quitarse miedos y, con ello, nos los quita también a nosotros.

Mejor secuencia de Eros: Babygirl (Halina Reijn). Samuel (Harris Dickinson) coloca un cuenco de leche en el suelo e indica a Romy (Nicole Kidman), su jefa, que se ponga a cuatro patas y lo lama. Romy obedece y, tirada en el suelo, se mancha los morros de leche mientras sorbe del plato. Samuel se acerca a su rostro y lame los restos de leche de su cara antes de comenzar a besarla. Toda esta secuencia se resuelve en planos cerrados y alargados en el tiempo, creando un erotismo (¡uno que funciona!) a partir de un juego de poder, pero también a partir de una intimidad no centrada exclusivamente en los cuerpos sino en los gestos. De hecho, el protagonista de Babygirl no se quita la camiseta hasta bien entrada la película, en una clara declaración de intenciones por parte de la directora, Halina Reijn: toda la película es un tratado sobre la female gaze pero lo sexy ya no proviene del desnudo, sino de la actitud y el consentimiento. Todo el discurso de sus personajes, además, conoce perfectamente los tiempos en los que se sitúa y, más allá de lanzar proclamas, lo que la directora hace es integrar el fetiche en el centro del huracán contemporáneo. Así, se habla del tabú, de lo woke, del permiso, del edadismo y de las contradicciones entre deseo y pensamiento, pero esos conceptos no se limitan a lo verbal, sino que encuentran su reflejo en los propios mecanismos de puesta en escena con que Reijn rueda a sus dos protagonistas. Hay empatía, comprensión y una total ausencia de juicios morales por parte de la directora, pero no solo eso: la actualización que Babygirl ofrece respecto a los códigos del género erótico no se queda meramente en lo intelectual y retrata estupendamente el nerviosismo, el divertimento y la pasión. 

Mejor secuencia de Tánatos: Nosferatu (Robert Eggers). El destino final de Ellen (una impresionante Lily-Rose Depp) y de Nosferatu (Bill Skarsgård) en la secuencia más aterradoramente física de la película de Eggers

Mejor banda sonora: Challengers. Rivales (Luca Guadagnino). Hay compositores que se integran y amoldan perfectamente en el tono marcado por dirección en un todo indivisible. Hay otros que vuelan solos y ofrecen una música que habla por sí misma y con un discurso propio aunque sea sobre una historia ajena. Lo que Trent Reznor y Atticus Ross consiguen con su banda sonora es directamente un milagro: sin esta banda sonora Challengers no sería Challengers tanto como si no estuviese Guadagnino. Me atrevería a decir que Reznor y Ross tienen la misma categoría autoral respecto a la película. Ha sido un año de bandas sonoras gloriosas (Alberto Iglesias y La habitación de al lado, Daniel Blumberg y The Brutalist, Hauschka y Cónclave, Eiko Ishibashi y Evil Does Not Exist, etc) pero ninguna ha llegado a pertenecer tanto a sus compositores como ésta.

Mejor momento musical (en pantalla de cine): Grand Tour (Miguel Gomes). Existen multitud de momentos que destacar de Grand Tour, una de las películas más inagotables de 2024, pero me limito a destacar el sublime instante en que Gomes rueda a un desconocido en un karaoke mientras canta My Way de Frank Sinatra al borde de las lágrimas. 

Mejor momento musical (en patio de butacas): La guitarra flamenca de Yerai Cortés (Antón Álvarez)La guitarra flamenca de Yerai Cortés es un documental vibrante y cercano donde tanto la música como sus personajes se ruedan de cerca y se montan con un ritmo excepcional. Hace falta mucho talento para conseguir reflejar un espacio de intimidad donde, pese a la clara construcción narrativa y planificación, todo da una impresión relajada de ir donde tu vecino a tomar un café y que te explique su vida. Viéndolo resulta imposible no contagiarse de ese espíritu y algo así fue lo que sucedió en el estreno de la película en el Kursaal el pasado Zinemaldi: los números musicales se interrumpieron con palmas, aplausos y varios «olés» y fue precioso asistir a esa fusión de escenarios entre el patio de butacas y la pantalla.

Mejor baile: Segundo premio (Isaki Lacuesta & Pol Rodríguez). Me embarga cómo en Segundo premio Lacuesta y Rodríguez huyen del biopic tanto en la estructura como en su centro pero me gusta todavía más cómo está orquestada toda la película a nivel de tiempos y tempos: más que ante una canción hecha película estamos ante un baile, con sus idas y venidas, gestos y posturas, vueltas y desplazamientos. La película se sitúa entre el rito y la ceremonia, entre el ritmo y el movimiento, explotando a cada posibilidad los cuerpos, la energía y la escena. Es sin duda una de las mejores películas españolas del año.

Mejor cortometraje: ME (Don Hertzfeldt). Don Hertzfeldt, te quiero: a ti y a todas tus múltiples versiones.

Mejor mediometraje: Chime (Kiyoshi Kurosawa). Nada me ha dado más miedo en todo el cine de 2024 que esa mujer obsesionada con reciclar latas de aluminio. Kiyoshi Kurosawa ha estrenado este año dos películas más aparte de ésta, pero Chime es la que más me ha recordado la grandeza del cineasta japonés y su absoluto dominio de los espacios.

Mejor película de la que no puedo opinar: La luz que imaginamos (Payal Kapadia). Hay ocasiones en que es el espectador el que no está a la altura de la película. Intuyo que La luz que imaginamos es gran cine pero el momento en que la vi no tenía la cabeza en su sitio y me urge una revisión en condiciones para confirmarlo o desmentirlo. Afortunadamente los tops de cine del año también están sujetos a lo mismo que la vida: a los cambios que el futuro pueda traer en el pasado. 

Mejor película-película: Jurado Nº2 (Clint Eastwood) & El conde de Montecristo (Alexandre de La Patellière & Matthieu Delaporte). Una mayormente leída desde lo autoral, y la otra desde lo artesano, ambas (estupendas) propuestas me hicieron pensar en un cine que ya no se hace. No lo digo desde la nostalgia ni desde lo catastrofista pero sí que me hicieron preguntarme (sin respuesta) sobre qué es aquello que hace que una película, sin ser un simulacro, parezca realmente una de otro tiempo.  

Mejor película jamás realizada: From Darkness to Light (Eric Friedler & Michael Lurie). Viendo el documental From Darkness to Light uno no dejaba de pensar, para bien y para mal, en Gillo Pontecorvo, en Jacques Rivette y en Serge Daney pero también en Alan Resnais, en Claude Lanzmann, en Roberto Benigni, en Steven Spielberg, en Lazlo Nemes, en Sergei Loznitsa o en Jonathan Glazer. Todos ellos leídos a través de las reflexiones de Jerry Lewis y de su The Day the Clown Cried, una película que, efectivamente, está entre lo mejor del año precisamente por la durísima decisión de nunca llegar a terminarla.

Película en la que quedarse a vivir: Christmas Eve in Miller’s Point (Tyler Taormina) & Los pequeños amores (Celia Rico Clavellino). Ex aequeo entre dos propuestas muy distintas, una navideña y otra veraniega, pero donde en las dos se muestra que el dolor no siempre cumple con lo que promete y, cuando lo hace, hay ocasiones en que es él mismo el que funciona como medicina. Ambas muestran también que el cariño es de las pocas cosas que crecen cuando se reparte porque, en el fondo, el amor no deja de ser un intercambio de fantasías.

Mejor momento del año en una sala de cine: Megalopolis (Francis Ford Coppola). Ver Megalopolis en su estreno en el festival de Cannes, vestido de esmoquin y con Coppola y el resto del equipo sentados a unas filas de distancia en el Palais, ya es una ocasión suficientemente especial de por sí para aparecer en esta categoría pero, de repente, en mitad de la proyección, surgió un instante mágico y sorprendente: un hombre se subió al escenario y se dispuso a hablar con la pantalla. Viviendo aquella ruptura de la cuarta pared pensé que no importaba si aquella secuencia sumaba algo a la película o no; ni siquiera importaba que Megalopolis fuese una película tosca (si es que lo era) sino que, incluso cuando se equivocaba (de hacerlo), lo hacía de maneras novedosas e inesperadas. No todas las películas presentes en este top son perfectas ni mucho menos, pero todas, Megalopolis incluida, tienen algún instante o alguna idea por las que ya merecen la pena. Brindemos por eso.