Martina (Naiara Awada) es una adolescente que viaja con su madre a su pueblo natal, en Argentina, para el funeral de su abuelo. Tras años de ausencia, casi no reconoce a sus tres primos. La recepción de estos es más bien fría, la dejan afuera de las charlas, es víctima de varios equívocos, ella se siente incómoda y, para colmo, entre los adultos está todo mal por problemas con la empresa de mármol ónix que posee la familia. Sin embargo, entre el dolor por la muerte del patriarca y los fuertes enfrentamientos entre sus madres, va surgiendo entre los jóvenes una progresiva conexión y afinidad. En su segundo largometraje, Nicolás Teté transita caminos que el Nuevo Cine Argentino ha recorrido ya varias veces (el cine de Ezequiel Acuña parece uno de sus principales referentes) y, si bien hay algo de déjà vu en la deriva, la película regala una naturalidad y una sensibilidad que se agradecen. Onix es una obra pequeña, noble, melancólica y serena, jamás pretenciosa ni mucho menos ostentosa, que reivindica el placer de los descubrimientos, del crecimiento en medio del dolor y de los momentos compartidos. Diego Batlle

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